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Anne Rose y los oros

Volvió Ana Rosa a los platós de televisión después de superar un cáncer y lo hizo con un monólogo en el que ironizaba sobre el aumento de partidas dedicadas a la sanidad, a la dependencia y a las políticas de igualdad en los recientemente aprobados presupuestos generales del Estado: nada que pueda sorprendernos a estas alturas, pero llama poderosamente la atención escuchar a una persona que acaba de pasar por semejante trance expresarse en estos términos. El truco nos los da la propia Ana Rosa en otro momento de su discurso, pues considera su curación un milagro achacable a Dios, no como el fruto de los tratamientos y el buen hacer de los médicos que la atendieron.

Blog de Rafa Cabeleira. EP
Blog de Rafa Cabeleira. EP

Meses atrás, la también icónica Julia Otero volvía a los micrófonos de Onda Cero tras pasar por una vicisitud parecida. Lo hizo, como cabría esperar en cualquier persona con cierta sensibilidad y empatía, agradeciendo la labor de los galenos, poniendo en valor la sanidad pública e instando a los políticos de turno a dotar de más músculo a la gran joya de la corona de un país como España, donde un enfermo de cáncer puede tratarse con las técnicas más modernas sin que una hipotética curación lo arruine para el resto de su vida. Lo explicaba Ricky Rubio, estrella española de la NBA y multimillonario: "te das cuenta de la suerte que tenemos en España con el sistema público de salud cuando tu madre enferma en Estados Unidos y empiezan a llegar las facturas. Y lo digo yo, que me lo puedo permitir". Ese sistema, el americano o algo muy similar, es el que algunos pretenden para nuestro país. Y ya no me parece tan grave que un político o un líder de opinión puedan aspirar a tal cosa: lo realmente terrible es que hay gente como usted y como yo, gente que no podría pagarse una intervención cardíaca, un trasplante de cadera o un tratamiento completo contra un cáncer, alentando y defendiendo esa transición hacia un modelo privado que te mata o te condena si no dispones de ingentes cantidades de dinero cuando la buena salud salta por la ventana.

Volvamos a Ana Rosa, que en Estados Unidos sería Anne Rose y presentaría el mismo programa que aquí, pero en la FOX, dudando de que las vidas negras importen o recomendando chupitos de lejía para combatir el coronavirus; de esto no tengo pruebas pero tampoco dudas. Siempre me ha llamado poderosamente la atención su capacidad para ponerse seria o frívola en función de lo que necesite el programa en cada momento. Y lo hace de la manera más sencilla, quitando o poniéndose gafas: de pasta o imitación de madera para hablar de política, de colores y fantasías para ver como Alessandro Lequio se acomoda los argumentos mientras despedaza a concursantes de reality o medianías de la alta sociedad. Cuesta distinguirla de un camaleón o de cualquier otro animal que haya hecho de la mutabilidad y adaptación al entorno su seguro de vida.

En su programa de regreso, después de ponerse flamenca con el Gobierno y aportar sus recetas sencillas -pocos ingredientes, menos de un cuarto de hora y una cucharilla- para terminar con la inflación, la crisis energética o la guerra de Ucrania, Ana Rosa se puso las gafitas de mambo y dio paso a José Ortega Cano o lo que queda de él. Aquel apuesto torero que llegó a enamorar a la Más Grande, es hoy un carcamal de dudosa estampa que no duda en airear sus trapos sentimentales en un plató de televisión a cambio de dinero. También los seminales, pues ni corto ni perezoso, el maestro se dirigió a una de las cámaras para decirle a su todavía esposa que su semen "es de fuerza, vayamos a por la niña". Con un poco más de dinero público dedicado a los servicios sociales, el diestro dormiría esa misma noche en un sanatorio. O en una escuela, que para aprender nunca es tarde.

Ese espectáculo demodé, el que se mezcla a Eduardo Inda con Juan Carlos Monedero, a Alessandro Lequio con el hijo de Matías Prats, a Ortega Cano con el semen de fuerza, sigue siendo uno de los espacios preferidos para que políticos de todo pelaje, pero especialmente de derechas, se pasen a recibir un buen masaje y apilar varios sacos de votos. Porque, no lo duden, tener de tu parte a Ana Rosa y sus muñecos tiene rédito político, que así de pavero sigue siendo este país nuestro donde, como dice Alfonso Guerra, hay gente que abuchea a un presidente del Gobierno, elegido democráticamente, pero aplaude a una cabra.

Y hablando de la cabra, la de la Legión, la misma que desfiló el miércoles con ese gracejo de los animales que se apuntan a la carreta militar: no sería mala cosa saber lo que piensa sobre las palabras de Ana Rosa, su desprecio por la sanidad pública y ese arrebato divino de dar gracias en exclusiva a dios por los tratamientos. Por experiencia propia sé que los animales, cuando se los escucha, suelen decir cosas muy interesantes y, en su defecto, se quedan callados, algo que jamás podrán hacer estas divas de la televisión porque les puede el vicio de la palabra, la alteración de la verdad objetiva y la indignidad de tocarse los oros cuando te autoproclamas la duquesa del pueblo.

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