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Amores de saldo

El amor acostumbra a ser ciego incluso cuando se le abre un barranco delante

SOSTIENE LA SABIDURÍA popular que lo barato suele salir muy caro, también en cuestiones del corazón y, en especial, cuando se encuentran expuestas a los vaivenes del mercado sentimental que escruta las relaciones amorosas de dominio público. Algo de todo esto debió olerse Isabel Preysler tiempo atrás, reina indiscutible del lujo y la razón, e incapaz de disimular sus reservas sobre los amoríos de su hija Tamara con Íñigo Onieva, un conocido truhan de la noche madrileña que encandiló a la marquesita con su sonrisa de ‘crooner’ y una heterosexualidad —en palabras de la propia Tamara— desbordante.

Blog de Rafa Cabeleira
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"Se veía venir" es la frase más repetida esta semana en los mentideros de la capital. Gobierno y oposición se pelean por temas tan cruciales como las diferentes bajadas de impuestos, las obras del Santiago Bernabéu avanzan a un ritmo endiablado y la recogida de basuras, deficiente a todas luces, tiene la ciudad patas arribas y llena de mierda, como una gigantesca habitación de estudiante. Sin embargo, en Madrid no se habla estos días de otra cosa que no sea de la ruptura de Tamara e Íñigo, de ese vídeo en el que Onieva junta los labios con una desconocida en un festival de música y del terremoto sentimental e informativo que se ha desatado después. Se veía venir, de acuerdo, pero era la propia Tamara quien necesitaba verlo con sus propios ojos, pues el amor acostumbra a ser ciego incluso cuando se le abre un barranco delante.

Todo se precipitaba días atrás, cuando la pareja anunció su compromiso. Aquello se escenificó como mandan los cánones de la alta sociedad: en prensa y con un anillo de pedida patrocinado por una conocida marca de joyas. No se dejaba ni un centímetro al azar y menos aún al romanticismo. ¿Para qué querría Tamara un anillo de la abuela de Íñigo, o uno de los Anillos de Poder, suponiendo que los Onieva provinieran de una larga tradición de elfos, enanos o humanos? Lo importante era promocionar el nuevo catálogo de la marca que publicita la nueva marquesita de Griñón y ni un ápice se movió el novio de lo establecido, por más que el gran público lo acusase de ir a lo cómodo, incluso a lo barato, pues es de suponer que no necesitó poner ni un duro de su propio bolsillo para hacerse con la citada joya. Pero entonces llegó el rock n’roll, la música en el desierto, la morena provocativa y la —perdón por insistir en las palabras de la propia Tamara— desbordante heterosexualidad de él.

Al principio lo negó: como para no negarlo. Se agarró el infiel a las fechas y al calendario, a ese pasado del que nadie puede escapar aunque aparezca el amor en tu vida: las imágenes eran antiguas, él jamás le haría eso a la dulce Tamara y, quienes se ocuparon de grabar y volcar en el ciberespacio tamaña ofensa, no buscaban otra cosa más que destruir el amor de ambos. Historia triste, qué duda cabe, una especie de Romeo y Julieta modernos sin necesidad de ponerse folclóricos y optar por la vía del suicidio: las cosas siempre se pueden hablar. Y se hablaron, vaya si se hablaron. La propia Tamara escrutó los atuendos de los presentes, comparó con otras fotos publicadas por el propio Íñigo en el mismo festival y llegó a la conclusión de que su prometido se la estaba intentando colar con queso precisamente a ella, que aprendió a distinguir un gorgonzola de cualquier otro pasteurizado azul antes de desarrollar los primeros dientes. "¡A Dios pongo por testigo!", juró Tamara en la intimidad de su antigua habitación, ya de regreso a la casa de mamá, "¡que a la que viste y calza de Gucci no la vuelve a engañar ningún muerto de hambre!". Seguramente no lo dijo, tampoco les quiero mentir, pero me gusta imaginar que lo pensó.

Al otro lado de la puerta, su madre ordenaba al servicio que no le pasaran llamadas y que pusieran sobre avisó al truhan: "No te vuelvas a acercar a mi hija", aseguran las revistas que fue su mensaje para el que a punto estuvo de convertirse en su yerno. Nunca le gustó, eso saltaba a la vista salvo para Mario Vargas Llosa, su actual pareja, que vive en ese estado final del tránsito a la eternidad en el que todo te la suda muchísimo: ya ni te fijas en los grandes carteles de peligro, en los ‘Danger’, no digamos ya en los pequeños detalles. ¿Habrá tenido algo que ver la propia Isabel en el grabado y difusión de las imágenes? Quién sabe, pero Tamara, que es muy creyente, prefiere pensar que todo es obra de Dios, bendita sea.

"Las cosas ocurren por algo", dijo ante los micrófonos de un conocido programa de televisión, donde dejó una de las frases más memorables de la socialité española del nuevo siglo: "El lunes por la noche, él empieza a decir que puede que sea verdad", refiriéndose a Íñigo, claro, no a Dios. "Entonces, ahí dije: que sepas que me da igual si han sido seis segundos, o un nanosegundo en el metaverso. Como esto sea verdad, aquí se acaba todo". ¡Cuánta razón llevaba la gran Pipita Ridruejo cuando meses antes de morir, en una entrevista al diario ABC, dijo aquello tan acertado de que "a mucha gente no le interesa que llegue el Apocalipsis". Dios siempre escribe derecho, Tamara, pero con renglones torcidos.

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