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El disputado voto del señor Cayo

MUCHAS cosas han cambiado en España desde que, en 1977, se celebraban las primeras elecciones de la democracia, aunque algunas otras, como la campaña electoral de quince días y la jornada de reflexión han sobrevivido, a pesar de que cada vez hay más voces que piden que la primera se reduzca a una semana y la segunda desaparezca. Eran otros tiempos, los que reflejaba la película El disputado voto del señor Cayo, basada en la novela escrita por Miguel Delibes y que llevó al cine Antonio Jiménez-Rico. 

Paco Rabal da vida al señor Cayo, alcalde de una aldea despoblada de la provincia de Burgos a la que llegan Juan Luis Galiardo (Víctor), candidato socialista a las elecciones de 1977 y dos militantes jóvenes, Lali (Lydia Bosch) y Rafa (Iñaki Miramón), para hacer campaña, pero tras pasar el día en el pueblo regresan frustrados y desencantados sin entender cómo puede haber gente que viva tan alejada de los acontecimientos políticos que se están produciendo en el país. Lo único que hacen los habitantes de la aldea es sobrevivir aferrados a sus costumbres y tradiciones.

Atrás quedan también las grandes caravanas que recorrían pueblos y aldeas con la megafonía a todo volumen o los políticos que hacían miles de kilómetros para buscar el voto, puerta a puerta, al estilo de Manuel Fraga.

En las campañas todo está inventado, repiten, una y otra vez, los gurús y analistas políticos, y de ahí que cada vez más los partidos de la nueva política, pero también los tradicionales, apuesten por transmitir sus mensajes a través de las redes sociales.

Aquí no hay fiestas al más puro estilo americano, ni en clave ‘enxebre’. Los mítines ya no dan más de si porque solo acuden los convencidos, los afiliados y los simpatizantes, aunque, eso sí, permiten a los políticos exhibir su fuerza en distintos territorios ya que de los mismos nos hacemos eco los medios de información.

Durante la precampaña ha llamado mucho la atención el banco azul de Feijóo que los ‘populares’ iban colocando en calles, plazas y pueblos para que la gente se acercara a hablar con el candidato. Feijóo ha escuchado a todos los que se sentaban con él, independientemente de que simpatizaran o no con el actual presidente. Esa cercanía le ha permitido al candidato del PPdeG tomar cierta ventaja sobre el resto de candidatos y, aunque no deja de ser un gesto, un símbolo, ese banco azul ha roto la monotonía de una precampaña en la que parece que vivimos inmersos desde hace tiempo.

El señor Cayo sigue vivo en muchas de nuestras aldeas y ojalá los candidatos supieran valorar el voto de ese hombre que vive ajeno a lo que pasa más allá de su pueblo porque lo único que le ocupa y preocupa es trabajar las ‘leiras’, criar sus ovejas o gallinas y levantarse temprano para ordeñar las vacas. Ese hombre o mujer que baja muy de cuando en cuando a la ciudad para comprar otros productos de primera necesidad o ir al médico.

Lo dicho, ya estamos en campaña y durante dos semanas Galicia, salvando las distancias, se parecerá al país de las maravillas o al paraíso.

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