Blog | Recto verso

Un mundo que desaparece

Sorprende que aún quede quien se extrañe de que se asfixia nuestro entorno rural

Vecinas de Alfoz. EP
photo_camera Vecinas de Alfoz. EP

UNA PARTE de mi pasado descansa en la minúscula aldea de Santo Estevo, un paraje de Trabada que ni tan siquiera tiene un núcleo definido de casas para identificar como tal. Es una sucesión de viviendas vagamente alineadas camino de Órrea primero y Fórnea después. Allí está la casa de una tía abuela a la que quise mucho y otra a la que no. Hay, desde luego, una capilla. Un templo románico, minúsculo y conmovedor encaramado a una loma con un retablo bellísimo y una imagen del santo muy recomendable. En su día me preocupé de averiguar que estuviese todo en su sitio, no como en algunas otras del municipio. Aparentemente, no faltaba nada. Santo Estevo, como A Trapa y O Vilar, que están allí al lado, desfallecen sin remedio.

Ya casi no quedan casas habitadas, aunque a cambio hay un albergue de peregrinos privado. Las dos cantinas que hubo (una de ellas de mi abuelo) son solo un recuerdo borroso que con toda seguridad no regresará jamás.

Era muy común caminar por allí e ir encontrándote gente por las pistas o trabajando en las tierras en las tardes sofocantes de verano. Sepultados bajo sombreros de paja mal trenzados, recogiendo arcángeles con las manos que nos tiraban a los niños para asustarnos o dando galletazos a las serpientes de verdad que buscaban sapos entre la tierra recalentada. Había muy pocos tractores y mis tías y otro hermano suyo que vivía allí al lado tenían un carro para llevarlo todo, como los demás vecinos. Esa antigualla contrastaba con el Seat 124 destartalado de un primo mío que lo conducía de forma histérica. Yo estaba seguro de que al final se mataría. Pero no, sobrevivió.

Mis tías tenían dos vacas primero y una sola después. Todos los días había que bajar el cántaro de leche desde su casa a la carretera para que lo recogieran. Lo hacían todos en todas partes. No era una broma, porque había (hay) una cuesta considerable. En su caso, dieron de baja la vaca antes de que la lechería las diese de baja a ellas.

Sí amigos, bebí leche recién ordeñada. Directamente de la vaca. Sin pasteurizar ni uperisar ni desintoxicar ni desinfectar. A lo loco. Como si no hubiera un mañana. Como mi primo el del 124, también sobreviví.

Años después, cuando mis tías ya se habían quedado sin vaca hacía años, noté que por alguna razón no sobrevivía ninguna ganadería de las que yo conocía salvo las grandes. Pero las casas que tenían cuatro o cinco (básicamente, todas o casi todas) se quedaban sin ninguna. Pero eso fue hace muchísimo tiempo.

Por eso me sorprendieron las quejas que publicamos de unas vecinas de Alfoz que lamentaban que no les recogiesen la leche incluso cuando pasaba por allí al lado un camión de recogida y se mostraban alarmadas porque les coartaban el modo de vida de la zona.

No puedo estar más de acuerdo con ellas. En todo. Pero su llamada de socorro llega como treinta años tarde. Su historia me pareció hasta entrañable y la leí un par de veces seguidas, sorprendido de que todavía quedase alguien que reivindicase aquella posibilidad de tener un puñado de vacas en casa y que avisase de que esa era la única forma de rellenar el territorio, de preservar lo que ellas llamaban "nuestra forma de vida", entiendo que en referencia no solo a ellas, a toda la zona rural. A toda Galicia.

Pues sí, aquellos años en los que nos fueron avisando de que había que tener cincuenta vacas o ninguna fue cuando todo comenzó a torcerse, aunque nunca imaginé que se torciese tan rápido. En treinta años consiguieron vaciar casi por completo pueblos y pueblos enteros. Yo hablo de lo que conozco, de la zona rural de Trabada o Ribadeo. Pero todo el mundo sabe que ese ejemplo es extrapolable a cualquier zona de Galicia. Porque por todas partes nos fueron imponiendo un sistema de producción que llamaron "eficiente" cuando resultó ser un completo desastre y fomentó una emigración blanda, muda y perversa de la que rara vez se habló. De ella se nutrieron Viveiro, Foz, Burela o Ribadeo en parte. Pero también Lugo, A Coruña y Oviedo y Gijón y hasta Madrid.

Me chirrían los dientes cuando ahora oigo eso de "ordenación del territorio". Ahora quieren ordenarlo. Después de desposeerlo de lo más elemental, que era dar a la gente la posibilidad de ganarse la vida dignamente. Después de eso y de vaciarlo de cualquier contenido y ya no digamos de infraestructuras, se dan cuenta de que tal vez eso se les fue de las manos y hay un gigantesco vacío interior. Aún así, mucho hablar pero tampoco nos dejarían tener una vaca para beber algo de leche decente.

EL GUSTO La externalización del legado indiano de Ribadeo en Cataluña

EL RIBADEO INDIANO se internacionaliza. Lo hizo estos días pasados en la localidad catalana de Lloret de Mar. Allí tuvo lugar un foro en el que se reunieron representantes de distintos pueblos que, como le pasa a Ribadeo, tiene un legado indiano importante, que no son pocos. Se trata de una buena oportunidad para dar a conocer una fiesta que en solo cinco años experimentó un crecimiento extraordinario pero, sobre todo, para dar a conocer Ribadeo con esta excusa, algo en lo que trabajaron Ana Martínez desde el Concello, pero también dos representantes de la Asociación de Comerciantes.

EL DISGUSTO La pérdida cultural que supone el adiós de Eido Dourado

CERRÓ EL verano y echó también el cierre Eido Dourado. Su promotor, Celso Dourado, tiene en marcha otro proyecto, muy ambicioso también, en pleno centro de Ribadeo. Mientras avanza hacia un futuro incierto, deja atrás una década en la que su finca frente a la playa de As Pasadas se convertía en un importante foco de atracción cultural con su oferta de conciertos y, desde luego, con todo lo que incluía de elaboración propia y que siempre es un gusto ver. Ahora se deja de lado, al menos en Barreiros, y es una pena porque hasta los jardines también son una pequeña maravilla.

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