Blog | Recto verso

Playas ensortijadas

HACE UNOS días que nos pasaron la lista de las playas que en verano podrán lucir la banderita azul. Más allá de cualquier otra consideración, hay que reconocer como una excelente operación de márketing eso de la ‘bandera azul’. Consiguió crear una marca registrada. Un cierto poso de credibilidad que ya querrían para sí en estos tiempos los mandamases de McDonalds que, quien lo iba a decir, tienen esos problemas relativos que se tienen allá en las alturas. Las playas de nuestra comarca salieron de nuevo bien paradas. Los que somos de por aquí decimos que incluso demasiado bien paradas y hay algunos distintivos de esos que nosotros mismos nos habríamos ahorrado. Pero está bien. A nadie le amarga un dulce.

A partir de ahí podemos comenzar a hacernos preguntas. Si puede ser bien orientadas. Una de ellas que por lo menos a mí me intriga es ese supuesto efecto llamada de la bandera azul.

Cuando a alguna playa no se la dan, nuestros alcaldes se apresuran a exponer una excusa radiante que no haga pensar que la playa está hecha un guiñapo. Yo no lo comprendo muy bien porque tengo dudas sobre el efecto llamada de las banderas azules. Las tengo basadas en un riguroso estudio realizado sobre mí mismo como único sujeto del mismo, lo que es más que suficiente para contentar mi vanidad. Lo que deduje de mi propio comportamiento es que nunca en mi vida decidí ir a una playa u otra en función de si tenía o dejaba de tener la bandera azul. Por eso, en mi mencionado egocentrismo, extrapolo que el resto del mundo tampoco lo hace.

Tal vez no sea un estudio muy fiable, pero no veo por ahí muchos casos de gente que se da la vuelta cuando llega a una playa y se disgusta porque no tiene la bandera azul.

En mi opinión, que repito que aquí debe ser tomada como una verdad universal, lo mejor que se puede hacer es tener las playas limpias y con alguna papelera que no rebose. Todo lo demás, sobra.

La concesión de las banderas azules provoca reacciones encontradas, a veces sin sentido


A mí me sobran hasta accesos rocambolescos en algunos casos. Yo era cliente habitual de la playa de las Islas, en Ribadeo, a la que ahora también le enchufaron la bandera azul a medias con Os Castros, cosa que no comprendo porque son dos playas distintas. A esa playa los chicos de Costas le endosaron una bajada con escaleras solo porque era el sitio por el que la gente bajaba a la playa, pero que se veía a leguas que eso no se sostenía porque la piedra se deshace solo cogiéndola con las manos y debajo ¡estaba hueco! Un detalle que nadie pareció tener en cuenta. A los pocos años se cayó un trozo enorme de escalera que no mató a nadie porque era invierno y hubo que cerrar ese acceso.

Ya sé que todo el mundo tiene derecho a ir a las playas y hay que hacer lo posible para que lleguen hasta ellas sin tener que hacer alpinismo, como hacíamos nosotros. Pero yo también quiero escalar el K-2, y no puede ser. Casi todas las playas tienen accesos naturales que con cuatro cositas quedan perfectos para cualquiera. Hay calas que se resisten a ser colonizadas y creo que es una señal muy clara de que lo que quieren es que las dejen tranquilas. No veo por qué tenemos que ponerles ascensores o borlas de terciopelo.

A todo esto hay que añadir una circunstancia nada desdeñable, que es eso que ahora los de márketing llaman ‘fidelización’. Salvo cuando te vas de vacaciones, es muy poco probable que la gente ande danzando de una playa para otra. Ya dije aquí mismo alguna vez que no hay peor nacionalismo que el de las playas: la nuestra es siempre la mejor del universo. Es la que tiene la arena más fina, en la que se está más tranquilo, en la que las olas te mecen como a un bebé, en la que no hay algas o donde más moreno te pones vaya usted a saber por qué. Y ese sentimiento casi simbiótico con ‘tu’ playa, amigo mío, no hay bandera que lo conquiste. Ya te pueden poner delante esa playa del Caribe que sale siempre en las fotos con la palmera inclinada, que parece que se va a caer, alboreada de cinco banderas azules, que te quedas con tu rincón de toda la vida, aunque salte a la vista que vas a salir perdiendo y el chiringuito de la otra tiene los helados más fríos, las chicas son notablemente más esculturales, los chicos lucen moreno con sonrisa dentrífica y las ballenas azules se dejan acariciar si das unas cuantas brazadas.

Y dejo para el final el efecto contrario. Lo que piensas cuando finalmente a tu playa no le dan la bandera azul, y piensas en esa otra que está al lado y que sí se la dieron. Eso es casi una afrenta, y explica por sí mismo el éxito de la bandera azul. No vale de mucho, pero todos queremos tenerla.

Comentarios