Blog | Recto verso

Lo vendemos todo

ESTE DOMINGO se cerró en Vegadeo la feria de muestras de allí, que cumplió 53 años. El actual alcalde, al que llamaremos Mourelle no como falta de respeto ni como fórmula de ahorro léxico sino porque todo el mundo le llama así, se propuso nada más llegar hace un año a la alcaldía darle una vuelta y tratar de pegarle un empujón a ver si dura por lo menos otros 53 años. Es un planteamiento sensato. Pero lo es no solo para la de Vegadeo, lo es para todas en general.

Las ferias de muestras (salvo las temáticas para profesionales) están empezando a ser un anacronismo. Y a mí me apena. Entiendo perfectamente a Mourelle cuando reflexionaba hace un año sobre la feria diciendo que notaba que se había ido estancando. Y tanto. Se van estancando todas. Son, en cierto sentido, un refugio de otro tiempo y de otra forma de vivir.

Hoy puede contarte cualquier persona algo mayor que iban a La Silvallana (como se conoce a la feria veigueña popularmente) a ver los coches último modelo, llegaba gente del País Vasco a comprar ganado, era, en fin, una muestra de poderío.

Pero hace ya tiempo que las ferias de muestras, esos espacios donde es posible encontrar de todo y lo último en todo, fueron sustituidas por establecimientos permanentes a los que llamamos hipermercados. Para las cosas más grandes, en sus alrededores hay concesionarios de coches y, para los animales, un floreciente mercado en internet.

Es decir, ya no son necesarias.

Como no son necesarias hay que empaquetarlas lo mejor posible para que luzcan de forma que al menos nos engañen y, si no nos engañan, nos cautiven un rato. Eso lo comprendió perfectamente Mourelle.

La feria de Vegadeo, que nadie se equivoque, goza, como le pasaba a Ánxel Fole, de una mala salud de hierro. Pese a que no es lo que era hace veinte años (¿quién o qué lo es?) sigue conservando un tirón espectacular. Son miles y miles las personas que se pasan por allí aunque es cierto que se nota que la línea es descendente, no ascendente. La crisis económica se llevó por delante algunas cosas que ayudaban, como aquellos conciertos de grandes estrellas como Joaquín Sabina o Luz Casal. Esta última apareció en Vegadeo como una estrella rutilante, con un foulard cuando no los llevaba nadie y caminando con pausa muy segura del estatus que le confería aquel ‘No me importa nada’. Se sentó ante la prensa y se desveló como una persona sencillísima y de trato amable. Aunque no me gusta nada lo que hace, desde aquel día en Vegadeo la escucho y lamenté sinceramente el calvario por el que me temo que todavía transita.

Pero de vuelta en la feria de Vegadeo, es complicado descubrir hacia dónde tendrá que empujarla Mourelle y, se supone, los implicados directos en la misma para que no se despeñe. ¿Debe convertirse Vegadeo en un escaparte de las últimas tecnologías? ¿Hay que traer bueyes cada vez más grandes? ¿Caballos cada vez más pequeños? ¿Pájaros cada vez más raros? ¿Inventos estrambóticos? ¿Tractores como cohetes espaciales? ¿Lo último en agricultura ecológica? ¿Vinos de toda España? ¿Ropa de saldo? ¿Pulperías hasta que reviente todo? Quién sabe.

Mientras va evolucionando, la feria mantiene sus señas de identidad prácticamente inmutables. Es decir: a ella volvió a acudir un porcentaje nada desdeñable de la gente que vive en amplísimo arco geográfico que va desde la comarca de Los Oscos al sur hasta Luarca por el este y algún punto díficil de adivinar de A Mariña lucense por el oeste. En todo caso, de Ribadeo acude muchísima y aún más de zonas como Trabada o A Pontenova, donde siempre estuvieron muy identificados con esta feria como lo estaban ya antes de que existiese.

Vegadeo fue el punto comercial natural para los habitantes de toda esa parte que hoy seguimos llamando A Mariña a pesar de que A Pontenova mire ya claramente más a Lugo que a Foz. Allí se concitaban algunas tiendas que literalmente arrasaban con todo. No tenían rival alguno y lo tenían todo. Precisamente de ahí salió esta feria de muestras, de aquella vieja confluencia de caminos que transformó durante siglos a Vegadeo en un punto neurálgico al que se iba de forma más natural que a Ribadeo, que le tomó el relevo, donde si acaso eran más señoritingos. En todo caso, también era otro punto clave del comercio. Ambas localidades mantuvieron en ese punto una rivalidad secular que finiquitó un día de julio de 1987 el ministro Sáenz de Consculluela en favor de Ribadeo cuando inauguró el puente de los Santos. Aquel fue el día en que la feria de Vegadeo empezó a necesitar reinventarse.

EL GUSTO► Una planificación con vistas en San Martiño de Foz
EL GOBIERNO que preside Javier Castiñeira en Foz parece hacer una apuesta decidida por un recurso de primer orden que tienen en el municipio y que no es A Rapadoira: la basílica de San Martiño. El impresionante templo de la localidad del mismo nombre hace ya muchísimos años que tendría que estar puesto en valor y parece que ahora, poco a poco, se le va mostrando la atención que se merece. Le van a ampliar horarios de visitas guiadas y esperan llegar a superar los diez mil visitantes. Es toda una apuesta y arriesgada. Siempre es más fácil apostar por una fiesta que por algo cultural.

EL DISGUSTO► La visita baldía de Rubén Bartolomé a su antigua fábrica
RUBÉN BARTOLOMÉ es el director de Alcoa España. Hasta no hace mucho lo era de Alcoa San Ciprián. Volvió a su fábrica hace justamente una semana para reunirse con el comité de empresa y se cumplieron los peores presagios: no dijo absolutamente nada. Fue algo parecido al médico de cabecera que a la vista de una analítica de mal pronóstico prefiere lavarse las manos y elude las preguntas del paciente: "Que lo vea un especialista". Esa cara se les quedó a los miembros del comité de empresa ante el silencio clamoroso de Bartolomé que, como en el caso del médico, no augura nada bueno.

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