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Comer con los ojos

EL MIÉRCOLES se presentó en Ribadeo una iniciativa que parece emparentar a todos los municipios de A Mariña. Esta en concreto se llama ‘Ribadeo de Tapeo’ (en Ribadeo y A Pontenova todos los juegos de palabras acaban en ‘eo’) y no oculta nada que no quede patente en su propio nombre: son tapas en Ribadeo.

Lo que tiene esta de curioso son sus once años. Solo once y ya es una de las más antiguas de la comarca. Hubo muchas iniciativas parecidas anteriores a esta, pero por una cosa o por otra se fueron aparcando y aparecen y desaparecen con una fruición extraordinaria.

No voy a tirarme aquí el rollo de cuál es o deja de ser mejor. Supongo que cada una tiene su aquel. Algunas nacen ya circunscritas por su propia concepción, como la Festa do Ourizo de San Ciprián. Se le pueden dar unas cuantas vueltas, pero al final el ‘ourizo’ da lo que da y hacen milagros para aguzar el ingenio año tras año. A mí me parece muy original una que hacen en Mondoñedo y, en general, hay que reconocer que con el paso de los años se nota muchísimo el trabajo que hace la sección de Hostelería del IES de Foz.

Va pasando el tiempo y los profesionales que se formaron ahí se van esparciendo por bares y restaurantes de toda la comarca desmintiendo eso de que estudiar no vale de nada en ese mundo y que lo que sirve es la experiencia. La experiencia es una de las patas de la mesa, eso es innegable, como también lo es que se ve de lejos qué chicos y chicas salieron de esta escuela de hostelería. Hasta en la forma de tratarte.

Pero volviendo a lo de las rutas de tapas, acabaron por convertirse en un elemento imprescindible en temporada baja en casi todos los municipios de esta comarca. Recuerdo muy bien el primer Ribadeo de Tapeo. Casi daba corte pedir una de las tapas que se presentaban. Había muchísimos menos locales participantes que ahora y el factor sorpresa estaba en la cresta de la ola. Ahora desarrollamos cierta resistencia a la curiosidad y ya no nos conformamos con nada que no sea una explosión de sabores salpimentada de colores en una presentación que incluya la paleta completa del arco iris.

Lo que es innegable es que la cosa funciona. En Ribadeo a veces se venden tantas tapas, en algunos casos concretos, que hasta se les agota la materia prima y tienen que andar a toda prisa buscándola para seguir al pie del cañón. Durante esos días llama la atención que incluso por semana se ve a gente tomando las tapas por ahí.

Quiero pensar que esta situación es extensible a Foz, Viveiro, Xove, Mondoñedo, Burela... En esta última localidad incluso unos cuantos locales se unieron para que todos los jueves los interesados dispongan de una especie de oferta mayor que una tapa y menor que una ración a la que también le están sacando un buen partido.

Todo esto va echando carbón a la locomotora de la hostelería cuando más se necesita, que es cuando menos gente hay. A nadie se le ocurre montar cosas así a mediados de agosto, cuando el trabajo ya les sale por las orejas.

Y en medio de todas estas jornadas de tapas vamos a pararnos en una curiosidad, como es la asistencia cada vez más frecuente de cocineros realizando eso tan exótico que es cocinar. Eso sí, bajo la denominación de ‘showcooking’, que queda mucho más indómito. No vamos a cebarnos en esto porque lo de los anglicismos en la vida diaria daría para soltar collejas a diestro y siniestro pero, fundamentalmente, a nosotros mismos por idiotas y por adoptarlos sin pararnos a pensar.

Pero lo de los cocineros es un fenómeno que llama poderosamente la atención. Todos estos programas de la tele con nombres bastante previsibles los acabaron por convertir en auténticas estrellas mediáticas y conocemos sus caras casi como si fuesen futbolistas. Si les adornamos la frente con una estrella Michelín, entonces ya se dan las condiciones perfectas para garantizarnos una buena audiencia. Y me parece bien. Si hay jueces estrella, futbolistas estrella, tenistas estrella, escritores estrella o ministros estrella, a ver por qué no va a haber también cocineros que atraigan multitudes.

Aún así, no puedo dejar de pensar que a lo mejor no estaría de más que a alguien le diese por fichar a unas cuantas señoras de ochenta años para que nos enseñen a hacer unos cuantos guisos antes de que sus recetas se pierdan para siempre. Porque no siempre vamos a tener tempura, merluza del pincho y azafrán a mano para elaborar algo que nos prometen sencillísimo pero luego no lo es tanto. Entre tanto, disfrutaremos de esas tapas tan espectaculares.

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