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Calidad y ecología

Tendría que haber una clase media fiable por debajo del sello de Producción Ecológica

Productos ecológicos. EP
photo_camera Productos ecológicos. EP

NO CONOZCO casi nada de las interioridades de la producción ecológica, como casi todo el mundo. Pero estoy muy al tanto de su principal inconveniente: el precio. Sí que sé que para conseguir que te estampen el sello de Producción Ecológica hay una serie de gente muy latosa que no te permite mover una brizna de hierba en la huerta ni dar a los cerdos un caramelo de eucalipto. Todo ello sazonado con una considerable dosis de papeleo, hasta el punto de que creo que es básicamente imposible sacarlo adelante sin ayuda de una gestoría. Sumamos ya dos inconvenientes.

No sé cómo estarán ahora las cosas, pero me cuesta bastante creer que con la forma en la que siempre se trabajó aquí en la huerta saliesen las judías contaminadas, las espinacas sin ningún tipo de nutriente y los tomates tan insípidos como los que nos encontramos habitualmente por ahí: tan perfectos como acristalados.

En realidad mentí cuando escribí al principio que no sé nada de nada sobre la producción ecológica. Sé dos anécdotas. Una, que el príncipe Carlos de Inglaterra es el mayor productor de género de este tipo de todo el Reino Unido. En fin, ya saben: él exactamente, desde luego que no. En tierras de su propiedad es donde se produce todo esto. A él en concreto no lo veo doblando los riñones para arrancar malas hierbas ni siquiera en los rosales de Balmoral.

Otra, más farragosa de contar, es el follón que se montó con los jamones ibéricos. Los jamones ibéricos eran muy al principio un sinónimo de los jamones de bellota, una exquisitez solo al alcance de Florentino Pérez y sus muchachos. Fue así hasta que se metieron por el medio los chicos de la publicidad. Siempre a la que salta, fueron encontrando huecos en una legislación que estaba diseñada para tipos íntegros como Gandhi, no para fulleros como Bertín Osborne (creo recordar que anduvo en medio de todo esto). Básicamente, lo que hacían era meter en esa denominación tanto a cerdos alimentados de verdad con bellotas y al aire libre como a los criados mitad con bellotas y mitad con pienso, o a los que estaban completamente estabulados toda su vida, eso sí, en establos construidos en las dehesas donde sus congéneres se paseaban sin pensar en su futuro. Tal vez alguien recuerde aquel chiste de Castelao en el que dos burros observan a un cerdo durmiendo y uno comenta: "Érache boa vida... Se durase".

El caso es que hasta hace un año la denominación "ibérico" acabó por no significar nada de nada. A cualquier cosa se la estampaban. Ahora hay una larga lista de denominaciones intermedias que solo inducirán a la confusión y solo sabremos guiarnos por el precio: consideraremos, sin ningún criterio propio, que sencillamente lo más caro es lo mejor.

Cuando veo que continuamente se anima a que nuestra gente del campo se apunte a la agricultura ecológica pienso que, a día de hoy, tal y como están las cosas, es una verdad como un templo. Al mismo tiempo me parece tirando a triste que tenga que ser así.

¿Es de verdad necesario meterse en esa espiral de perfección? Pues parece ser que sí, porque si no los márgenes de beneficio son inviables.

Mientras tanto, los productos que consiguen ese sello distintivo de calidad ecológica siguen conservando prácticamente un ciento por ciento de ventas. Además hay otra cosa que rara vez nos cuentan en esas revistas donde nos explican lo sano que tenemos que comer: el dinero que nos cuesta. Eso no suele ser plato de buen gusto y no vende nada, ni siquiera aunque sea una revista gratuita.

Estoy seguro de que la verdura producida en una huerta de Alfoz, de San Adriano o de Mondoñedo no tiene nada que envidiar a la que nos llega de una huerta de Asturias donde le controlan hasta la última gota de agua con que la regaron. No dispone de trazabilidad y hasta es posible que en alguna ocasión la hayan sulfatado.

Por todo eso sería importante establecer una clase media. Tiene que haber un modo de diferenciar lo producido en cadena de lo cosechado siguiendo un ciclo natural sin que por ello tenga que llevar necesariamente un sello de Agricultura Ecológica.

A lo mejor no necesitamos tantas garantías y sí un poco más de conciencia propia de lo que nos llevamos a la boca. Para amortizarlo es imprescindible una cosa a mayores: tenemos que aprender a pagarlo. Mientras sigamos consumiendo lechugas a 20 céntimos, tomates clonados y leche a 39 céntimos el litro, no hay manera. A su vez, mientras no tengamos más dinero, será imposible dejar de hacerlo.

EL GUSTO El transporte entre parroquias creado en Trabada

LA ALCALDESA de Trabada, Mayra García, puso en marcha un servicio que en muchos otros concellos van a tener que ir empezando a copiar: un transporte entre las parroquias para recoger a gente mayor o con problemas de movilidad, llevarla hasta la capitalidad municipal a que haga sus cosas y luego devolverla a sus casas. Desgraciadamente, la configuración de nuestro entorno rural no deja más salida que soluciones de este tipo, porque queda mucha gente mayor y poca joven que los lleve y los traiga. Esta solución de Trabada no se trata de una medida de compromiso: está aquí para quedarse.

EL DISGUSTO Una realidad oculta que tenemos que aprender a mirar

EL PRESIDENTE de la Asociación de Ayuda al Enfermo Mental de A Mariña, Jorge Manchado, desveló en el suplemento de A Mariña del sábado que su colectivo puso en marcha un piso tutelado para mujeres con esta problemática pero que, encima, son víctimas de violencia de género. Él mismo alertaba de que muchas veces ambas cosas están conectadas, porque la violencia es la responsable de alguna enfermedad mental. Es una realidad tan arisca que muy rara vez se habla de ella o se ve reflejada. Pero ahí está y desde luego que parece una de esas cosas a las que se debería prestar más atención.

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