Blog | Recto verso

Atrapados por la comida

Las frivolidades son una de las salsas de la vida. A mí me chiflan las extravagancias de los famosos y, como me gusta la música, me paro a menudo en los desvaríos de las estrellas del rock. Como la de Madonna en Eurovisión pidiendo un retrete nuevo que luego se destruyera, las 23 toallas lavadas una sola vez de Bob Dylan, las habitaciones pintadas de negro de Prince, los tropecientos ramos de rosas blancas de Elton John, las cinco plantas de hotel para los colegas de George Michael, cosas así, siempre maravillosas porque no soy yo quien tiene que soportar tanta tontería. A veces pensé por qué me daría a mí de ser uno de ellos. Y creo que por ir a restaurantes guays, de esos en los que deconstruyen tortillas de patata y mirando el plato te entran dudas sobre si te están o no vacilando. Por eso me flipa que cierre El Bulli, que quiebre Sergi Arola o, ahora, Jamie Oliver, un inglés con programa de televisión propio y 25 restaurantes solo en Inglaterra. Tengo dos libros suyos en casa y sus recetas prácticamente pueden desarrollarse en el mundo real. Prácticamente. Cuando ayer leí su descenso a los infiernos no pude evitar imaginármelo zampando lo que él siempre detestó: "hamburguesas de cadenas de comida rápida". Pobre Jamie, con lo que había engordado. Ahora adelgazará hasta quedarse como Chicote. Y José Andrés debe andarse con ojo que lo veo muy rollizo. Como siga tocándole el flequillo a Trump, lo mismo acaba cocinando con Assange y la presidenta de Huawei, pero en Guantánamo.

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