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Trainspotting, Leith y The Proclaimers, el carisma del Hibernian FC

El equipo de Edimburgo cuenta con aficionados ilustres y la fidelidad de un barrio icónico que pudo celebrar un título tras años de derrotas en el lomo

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photo_camera Un aficionado del Hibernian muestra una bandera en Leith

EL MEJOR concierto de The Proclaimers no lo dieron ellos. No fue por la noche, con un equipo de luces y de sonido a todo meter. El mejor concierto de The Proclaimers fue el que los gemelos Reid siempre quisieron dar, con el que soñaron sin  almohada ni sábanas, el que se hace sin raciocinio, solo con el corazón y el pensamiento de que únicamente sucederá dentro de nosotros mismos, entre la imaginación y el deseo. El mejor concierto de The Proclaimers fue blanco y verde, a capela, realizado por 30.000 almas que cantaban con la fuerza que solo el triunfo de los perdedores sabe dar. El mejor concierto de The Proclaimers fue en Hampden Park un 21 de mayo de 2016 con una Copa en el palmarés de uno de los equipos con más carisma del mundo: el Hibernian FC de Edimburgo.

Aquella tarde de incipiente verano en la fría Glasgow, Charlie Reid –alma máter del grupo junto con su hermano Craig– caminó junto con sus hijos Daniel y Sean por una ciudad ajena. No subieron por el barrio de siempre para ir a Easter Road, el estadio de los 'Hibs'. No deambularon por las calles de Leith, no palparon la mezcla de barrio humilde y orgulloso en el que Marc Renton, Tommy, Spud o Sick Boy malvivían, se chutaban o robaban en la Trainspotting de Irvine Welsh y Danny Boyle. Porque el Hibernian no es el equipo de Edimburgo. Es el equipo de Leith. 

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Gordon Strachan, el mito del futbol escocés, lo afirma rotundo: "la gente me dice: ‘eres un aficionado de los Hibs, pero yo les contesto: ‘no, yo soy seguidor de mi comunidad, soy un seguidor de Leith' ".

Ese barrio fue en el que se criaron los Reid y Strachan, pero también donde lo hizo el escritor de Trainspotting o de The acid house, también convertida en película. Irvine Welsh situó a sus personajes en ese área de la capital escocesa, la de su infancia y juventud, como un homenaje a una zona maltratada por las drogas y el desempleo, por la ruina y la derrota. Como los habitantes de Leith, sus personajes eran del Hibernian y sufrían por él –el propio Welsh es hincha declarado de los 'Hibees'-, maldecían su desgracia y recordaban los hitos del club, como cuando jugó George Best en Easter Road entre 1979 y 1981.

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Pero el 21 de mayo de 2016 ni Welsh ni Charlie Reid y sus hijos estaban en un Leith que aborrecía la gentrificación y el cambio que asomaba con la llegada de profesionales liberales y hipsters a una zona tradicionalmente obrera. Aquella tarde estaban en otro sitio, con el brillo en el alma y la ilusión en la cara que solo aporta el fútbol de los modestos a las puertas de jugar una final.

Aquella tarde en Hampden Park, el Hibernian, el gran perdedor escocés de la Scottish Cup –es el club que ha caído en más finales, 11, fuera del Celtic y el Rangers– tenía una nueva cita con la historia. La suya, la que siempre les daba la espalda, como la vida a Leith, podía cambiar. Esa era la esperanza de un Reid perdido en Glasgow, de sus dos hijos y los otros 30.000 seguidores que viajaron para vivir un duelo de gloria o pesadumbre en 90 minutos contra el Rangers.

"No hay racionalidad en la elección de un equipo al que animar. Menos aún a un equipo como el Hibernian", defiende Charlie Reid, cuyo amor por el club de su ciudad y de su barrio le había transmitido su padre desde niño. Reid es un 'Hibs' de pura cepa. Él, con otros como Gordon Strachan, encabezó el movimiento Hands off Hibs para evitar que el club fuera absorbido por medio de una opa hostil de Wallace Mercer, el dueño de su eterno rival, el Heart of Midlothian, en 1990. Él es la cabeza visible del movimiento Hibernian Supporters Limited, una iniciativa popular que busca comprar acciones para que el equipo sea propiedad de todos y no de uno solo.

Los gemelos Reid posan con Gordon Strachan durante la iniciativa Hands off Hibs

Pero el Hibernian no había sido siempre un club arrodillado. Nacido en 1875 (13 años antes que el Celtic) de inmigrantes irlandeses y católicos –Hibernia es el nombre romano de Irlanda-, ganó la Copa escocesa en 1887 y después fue capaz de derrotar a un inglés: el Preston North End (vencedor de la FA Cup) en el duelo de ganadores del trofeo del k.o. El Hibernian fue el primer equipo británico en jugar la Copa de Europa. Lo hizo en su edición inicial, en 1956. Se hicieron con dos Copas de Escocia: 1886-87 y 1901-02. Disfrutó de títulos de Liga de la máxima División hasta en cuatro ocasiones –1902-03, 1947-48, 1950-51 y 1951-52– de los que tres fueron en la época de Gordon Smith, Johnstone Bobby, Lawrie Reilly, Eddie Turnbull y Willie Ormond, los 'Famous Five'. Pero ahí se acabó todo. Algún trofeo menor (las Copas de la Liga de 1973 y 2007) y ascensos y descensos en un carrusel de finales perdidas y lágrimas de tristeza.

Sin embargo, el 21 de mayo de 2016 el ambiente era distinto. Enfrente estaba el Rangers, uno de los dos grandes de Escocia, y ambos jugaban la final de la Copa desde la Segunda División, aunque los ‘Hibs’ seguirían en el pozo un año más y los 'Light blues' habían completado un regreso a la Premier escocesa desde las catacumbas de las deudas y las divisiones amateurs. 

En el lomo del Hibernian permanecía la cicatriz abierta del 5-1 encajado en la final de 2012 ante su eterno rival, el Heart of Midlothian. El 'Hearts', su némesis, el equipo protestante de Edimburgo –los 'Hibs' son católicos-, había ganado 5-1 para regocijo y mofa de Tynecastle Park. Pero el 21 de mayo el karma devolvió el golpe con un triunfo épico ante un gigante menguado.

El 21 de mayo de 2016 el karma devolvió el golpe de las derrotas con un triunfo épico ante un rival menguado

Charlie Reid se camufló en la grada, en medio de la masa verdiblanca. Se aferró a sus dos hijos y se dispuso a disfrutar del duelo ante el Rangers. Era la capital contra la industrial Glasgow, el pequeño contra un club enorme, el que siempre lamenta contra el que sonríe y mira por encima del hombro. 

Reid saltó con el tanto de Stokes a los 3 minutos. Se vino abajo con la remontada de los 'Light blues' con las dianas de Miller y Halliday y, cuando maldecía la crueldad extrema del fútbol, ocurrió lo que siempre había querido vivir. Stokes igualó en el minuto 80 y su equipo sacó la ambición de atacar y acorralar al Rangers. Ahí llegó lo que nunca sucede al modesto, lo que solo se sueña en el pub entre cervezas, como un deseo desesperado de gente desesperada. Fue en el minuto 92. Llegó un córner desde la izquierda, el balón se paró en el aire y Gray, en una fracción de segundo que duró décadas, cabeceó un 2-3 por el que llevaban 114 años esperando. "Yeeeeeeeeeesssssss". 30.000 "yeeeeeeeessss" a ras de césped, en pantallas gigantes, lejos de Escocia. Un grito liberador y exorcizante que habría despertado a Renton o Tommy de un chute de caballo.

Fue el momento de las lágrimas. De la locura de miles en Hampden y en Edimburgo, o en Estados Unidos, o en Australia o en Europa. Miles de perdedores irremediables que celebraron una vez, una maldita y jodida vez, ante un gigante de su tierra. Allí sonó el mejor concierto de The Proclaimers. 30.000 voces cantaron al unísono el tema que el grupo de los Reid le había dedicado a su barrio y al barrio de su querido Hibernian: el ‘Sunshine on Leith’, himno no oficial del club impulsado por el corazón y las gargantas de los aficionados. Ese fue el mejor concierto que The Proclaimers  jamás darán, porque fue el de su gente, el de su club, el de su barrio. El de su vida.

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