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Traición y felicidad en Plough Lane

Los aficionados del AFC Wimbledon vivirán por primera vez una temporada por encima del descendido MK Dons, el club que despojó al equipo de Merton de su identidad y los obligó a refundarse desde las catacumbas del fútbol inglés

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photo_camera Aficionados del AFC Wimbledon celebran el ascenso a League One

Rory McArdley e Ivan Toney no pertenecen a la 'crazy gang'. No jugaron en aquella época. No rompieron tobillos, ni rodillas, no utilizaron 'trash talking' a la inglesa, no fingieron ni pegaron codazos, no presionaron al árbitro ni dieron golpes en los riñones o en los testiculos. Rory McArdley e Ivan Toney no convirtieron cada córner en un infierno. No amedrentaron a Ian Rush, a Paul Merson, a John Barnes, a Peter Beardsley o a Brian Robson. No fueron ejemplo para duros que vendrían después como Roy Keane o Paul Ince. Rory McArdley e Ivan Toney nunca jugaron en el Wimbledon. Probablemente jamás lo hagan, aunque sean parte de su historia, de la que todo fiel seguidor desea. Porque Rory McArdley e Ivan Toney fueron los artífices de una venganza rumiada durante 16 años. Esa que se cocina a fuego lento, que se adereza en la barra del pub, que se impulsa en la grada, que se calienta en el día a día y se sueña cada noche.

Rory McArdley e Ian Toney escribieron, con la camiseta del Scunthorpe, la página del Wimbledon que todos sus seguidores quisieron que se cumpliera, como un plan que encaja en la realidad a la perfección. Los dos futbolistas del modesto club de la League One finalizaron la trama urdida por los seguidores de los verdaderos 'Dons': el hundimiento de su peor enemigo, de ese equipo al que se desea todo mal posible, al que se odia con las entrañas, por encima de todo y de todos. 

Los dos jugadores anotaron los dos goles del 0-2 que mandó al MK Dons a la League Two. Dos tantos que certificaron un descenso que volvía a poner las cosas en su sitio. Dos dianas que dejan a un histórico de nuevo cuño por encima del arribista. El viejo modelo de club por encima de la representación del fútbol moderno, construido sobre los cimientos del negocio y no sobre la gradería: el del dinero por encima del sentimiento.

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Desde el 28 de abril de 2018, el AFC Wimbledon está una categoría por encima del MK Dons, el club que lo despojó de todo, que le robó su identidad en 2003 y obligó a una refundación en un bar, con los aficionados como capital pero sin pasado ni palmarés oficial, aunque siempre sea el del viejo Dons en el corazón de su gente.

Porque la historia de la rivalidad irreconciliable del AFC Wimbledon y el MK es la peor posible, la que viene tras una traición y un robo de su pasado, su presente y su futuro como había sido desde 1889 hasta 2004.

Habían pasado apenas 14 años desde que el Wimbledon celebraba su único éxito: la FA Cup. Aquel 14 de mayo de 1988 reinaba la 'crazy gang' en Plough Lane. Era un grupo temible. Fueron nombres que atemorizaron a cada equipo de la Primera División inglesa -la Premier League no se crearía hasta cuatro temporadas después- durante años. Allí jugaban y repartían de lo lindo Vinnie Jones y Dennis Wise, con otros como John Fashanu, Dave Beasant o Laurie Cunningham de escuderos. Carismáticos dentro y fuera del campo, con el juego directo diseñado por Bobby Gould desde el banquillo, se convirtieron en un fortín en casa y un colectivo duro a domicilio. 

Avanzaron rondas en la Copa del 88 hasta llegar a la final, donde debían medirse al Liverpool de Grobbelaar, Alan Hansen, Steve Nicol, John Barnes, Kenny Dalglish, Ray Houghton, Jan Molby, John Aldridge o Peter Beardsley. Una colección de estrellas que dominaba Inglaterra. Una nueva edición de David contra Goliath, del pequeño contra un gigante armado de calidad. Una historia de cuento de hadas que se magnifica como ninguna en las islas. Ganaron los 'Dons' con un tanto de Lawrie Sánchez de cabeza en el minuto 37. Gol y resistencia. Como solo ellos sabían hacer. Como solo ellos hacían padecer al resto.

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Ese gol fue la cima del Wimbledon. Su gloria y perdición. El inicio de una caída lenta hasta la traición. La primera maldición llegó desde el pasado. No pudieron jugar en Europa por la sanción de cinco años a los equipos ingleses sin disputar competiciones del viejo continente por la ignominia de Heysel. El triunfo en la FA no les hizo crecer. Su condición de modesto no cambió, salvo por las aventuras económicas que fueron llenando su hoja contable de números rojos. La columna del debe aumentó más que la del haber para llegar a una situación límite en 2001.


Aquel año ya habían perdido su estadio. De nuevo sufrieron las consecuencias de una tragedia. Tras los 96 muertos de Hillsborough de 1989, la Federación Inglesa obligó, en 1991, a que todos los estadios tuvieran gradas con asientos. Era el final de las zonas de pie. Plough Lane no cumplió la normativa, el club no pudo permitirse construir un nuevo campo y la mudanza a Selhurst Park -que compartieron con el Crystal Palace- fue la única solución para convertir al Wimbledon en una entidad apátrida.

Fue la primera pérdida de identidad. La segunda sería mucho más grave. Aquel 2001 la situación se hizo insostenible en lo económico. Sin el sustento de la Premier League tras el descenso del 2000, su economía estaba en crisis y se buscó un inversor que la paliara. Ahí toparon con un oportunista: Peter Winkleman.

El sueño de Winkleman era crear un complejo de ocio a través del fútbol en una ciudad artificial como Milton Keynes

Exejecutivo del mundo de la comunicación y de la música y promotor inmobiliario, el sueño de Winkleman era llevar a cabo un complejo de ocio y compras en una población de nuevo cuño: Milton Keynes. La localidad estaba situada a 70 kilómetros de Londres, ciudad dormitorio creada artificialmente en los años 60 para dar cabida a los inmigrantes interiores que se mudaron a la capital. La Brasilia inglesa, era el espacio donde Winkleman quería hacer negocio a través del balompié.

Para su centro de ocio necesitaba un estadio de fútbol. Pero sin equipo en la élite -Milton Keynes era la única ciudad inglesa de al menos 200.000 habitantes sin equipo profesional- nadie lo construiría. Ahí entró el Wimbledon. Antes lo había intentado con el Charlton, el Luton Town, el Barnet, el QPR o el Crystal Palace. Solo los 'Dons' estuvieron tan desesperados como para caer en su tela de araña.

Winkleman convenció a los dueños del Wimbledon de cambiar al club de su ciudad a Milton Keynes. Bjorn Rune Gjelsten y Kjell Inge Rokke no habían vibrado con el gol de Lawrie Sánchez ni habían sufrido con cada permanencia. Para estos dos empresarios noruegos que habían comprado el club en 1997 a Sam Hamman -el viejo propietario que ya había tratado de hacer negocio con el estadio Plough Lane e intentado cambiar el club a Dublín-, el Wimbledon era un negocio más. No había pasión ni amor por los colores, solo una cuenta de resultados.

Y esos resultados les parecieron mejores con el plan de Winkleman de enviar al equipo de Merton (la localidad donde estaba la sede del Wimbledon) a Milton Keynes. Lo intentaron por primera vez en agosto de 2001, pero la Federación Inglesa (FA) lo rechazó. Sin embargo, Charles Koppel, presidente títere de Gjelsten, Rokke y Winkleman, recurrió la decisión y la FA le dio el o.k. en mayo de 2002 para que se trasladase a Milton Keynes en 2003. 

Aquel año Koppel declaró al club en bancarrota y entró bajo la administración concursal, que se lo vendió a un consorcio bajo el control de Winkleman. El empresario tuvo vía libre para cambiarlo todo y dar carpetazo al histórico club nacido en 1889. Como una serpiente que cambia de piel, el club ya era el MK Dons -MK son las iniciales de Milton Keynes y Dons es el apelativo del Wimbledon-, con una camiseta, escudo y estadio distintos. El Wimbledon había muerto.

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Nadie aceptó el traslado en el barrio de Merton. Los socios se movilizaron para crear, en 2002, un club de la nada y hacerse con el legado de un cadáver en fase terminal. Surgió de un pub el Association Football Club Wimbledon, un equipo de accionariado popular que comenzó en la categoría más baja de Inglaterra: la Combinated Counties League, la novena División.

Poco a poco fueron ascendiendo. Cinco categorías en 9 años. Partidos contra equipos de barrio, de bares y asociaciones vecinales, con 40 aficionados en un descampado. Subieron año a año mientras su archienemigo subsistía en la League One con un estadio para más de 20.000 aficionados, el Stadium MK, semivacío. Llegaron a jugar el play off de ascenso a la Championship con Roberto Di Matteo de técnico sin éxito.

Poco a poco el karma iba favoreciendo al AFC Wimbledon. El primer éxito llegó en 2007, cuando el MK Dons renunció a la historia del Wimbledon FC cediendo todos sus derechos y trofeos al municipio de Merton, donde estaba la sede del viejo club desparecido y está la del nuevo. Incluso crearon una réplica de la FA Cup del 88 y se la enviaron al AFC.

La segunda fue el primer enfrentamiento entre ambos, cara a cara, en la Copa de 2012. Era el momento de mirarse a los ojos y constatar que ya estaban cerca. Tan próximos que en 2016 el AFC Wimbledon completó su octavo ascenso desde que comenzaron a competir. Subieron a una League One donde les esperaba el MK.

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Ya no había diferencias entre ambos. Los dos tenían la misma condición deportiva pero el respaldo de la masa social era mayor en el Wimbledon, el respeto futbolístico en un país tan tradicional como Inglaterra era mayor y la identidad de unos se afianzó más al enfrentarse contra su némesis de tú a tú.
Los dos equipos lucharon dos años en la zona baja, con el riesgo de la League Two en cada partido. El odio entre ambos fue cristalino. Los dos se miraban de reojo cada fin de semana. Pasarse en la tabla era sinónimo de orgullo y felicidad máxima.

Algunos aficionados del AFC Wimbledon acuden al estadio del MK Dons con trajes anticontaminación para no tocar nada con su piel

Quizás el desprecio y la rabia contenida era mayor en el AFC Wimbledon, dolido eternamente por una traición. Era de tal calibre que algunos de sus aficionados acuden al MK Stadium ataviados con trajes anticontaminación para no tocar nada con su piel. El mismo club evita poner el término 'Dons' -el apelativo del viejo Wimbledon y que ellos consideran propio e ilegítimo en el MK- en los programas de mano y el marcador de su estadio, el pequeño Kingsmeadow. Esa última medida les valió la reprimenda de la FA, que consideró una falta de respeto al rival, trató de obligar a poner el nombre completo, pero acabó desestimando la denuncia este diciembre.

Pero la venganza acabó de cumplirse esta temporada. El Wimbledon -que sigue creciendo y construirá un campo propio y nuevo sobre el viejo Plough Lane tras vender Kingsmeadow al Chelsea- se mantuvo a salvo mientras veía como el MK Dons se hundía poco a poco en la tabla.

Todos salivaron en Merson sobre un posible descenso de su gran enemigo. Algo que se consumó el 28 de abril. De eso se encargaron Rory McArdley e Ivan Toney. Los dos anotaron el 0-2 del Scunthorpe en el MK Stadium. Los dos infligieron una derrota que habría firmado la 'crazy gang'. Aún se pueden oir las risas de Vinnie Jones y Dennis Wise en las vacías y asépticas calles de Milton Keynes. Decenas de miles de carcajadas salidas desde las entrañas. Cientos de miles de risas de los que odian el fútbol negocio en todo el mundo. Millones de risas de los que desprecian que el dinero sea lo más importante y que el juego no sea más que una moneda de cambio para el enriquecimiento de unos pocos sobre el sentimiento del resto.

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