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París, entre el dinero, el olvido y la solidaridad

En la capital francesa conviven el fútbol negocio del PSG, el apenas recordado y laureado Racing y el Red Star, un club de arrabal que lucha por las causas sociales de su entorno

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photo_camera Aficionados del Red Star animan a su equipo

Saïd, Hubert y Vinz cruzaron París. Lo hicieron desde su cité hasta los barrios ricos del centro. Se subieron al cercanías, caminaron, tomaron el metro, el autobús, llamaron a algún colega para que los llevara en coche y volvieron a caminar. Los tres observaron a la capital francesa lejos de las postales para turistas, palparon la humedad de su pavés, la suciedad y la basura acumulada del entorno de Saint Denis, constataron el olor de la pobreza y de la desesperación hecha rabia, de la fortaleza de la supervivencia y la compararon con el lujo, los locales de diseño, las galerías de arte cobijo de esnobs y de bon vivants, las boutiques y los pisos a millón el metro cuadrado. Saïd, Hubert y Vinz recorrieron, con su presencia, su mirada y su perspicacia, la París que siempre ha estado ahí, impertérrita, inmutable, sin posibilidad de modificaciones. Ni por la ley, ni por los discursos, ni por los votos, ni por el filo de la guillotina.

Ese París de las diferencias, de la guerra de clases constante, de pobres muy pobres y ricos muy ricos, aparece, cristalina y metálica, en el film 'La Haine' (El Odio), de Mathieu Kassovitz. El director francés le da vida a un trío del arrabal que observa cómo es su ciudad y un mundo derrotado de humanidad.

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Si Kassovitz hubiese sido muy futbolero habría hecho recorrer a los tres amigos por el Parque de los Príncipes, donde reside el fútbol negocio. Los habría enviado luego al Estadio Olímpico Yves-du-Manoir, el hogar de un grande derruido, hundido en la laguna de aguas turbias de un pasado que no volverá, para acabar su viaje en el Stade Bauer, donde un equipo de barrio, con el peso de los años y la fortaleza de su gente cohabita con orgullo con el oro y los petrodólares que miran a Europa por encima del hombro a unos kilómetros de distancia.

El empedrado parisino que se revela en la noche de La Haine no es el camino de baldosas amarillas. Saïd, Vinz y Hubert no son Dorothy y su séquito, pero el PSG sí se asemeja al Mago de Oz. Es una especie de fraude, de creación artificial de cartón piedra y pan de oro.

Nunca fue un grande de Europa. Ni siquiera lo era en Francia antes de 2011, con un palmarés por detrás del Saint Etienne y del Olympique de Marsella y muy por debajo del OM en masa social. Si el PSG ha engordado lo ha hecho a base de pienso de color verde y negro, el de los billetes y el carburante. No lo hizo por méritos propios, no por trayectoria, por esfuerzo y talento acumulado.

Antes de la llegada de Qatar Investment Authority, con Al khelaifi como cara visible, el PSG tenía en sus vitrinas tan solo dos títulos de Liga (1985-86 y 1993-94) y ocho Copas de Francia. Antes de ese 2011, el Saint Etienne tenía 10 Ligas y 6 Copas, el OM contaba con 10 títulos del campeonato nacional y otras tantas Copas, mientras que clubes como el Nantes había sido campeón de Francia hasta en 8 ocasiones; el Mónaco lo había sido 7 veces, al igual que el Lyon. Además, el Girondins, el Stade Reims, el Lille y el Niza superaban al PSG y el Sochaux y el Séte lo igualaban.

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Pero cientos de millones de euros después de aquel 2011, el PSG domina con autoridad la Liga gala, con la fortaleza del neocapitalismo en una Ligue 1 arrodillada en cinco de las ultimas seis competiciones. Siempre con inversiones millonarias, rompiendo el mercado, encontrando argucias y apoyos para no incumplir el fair play financiero.

No estarían a gusto en el Parque de los Príncipes Saïd, Vinz y Hubert. Probablemente despreciarían a los seguidores azules y rojos. Odiarían y se pelearían con la Kop Boulogne, la sección neonazi del Saint Germain.

Quizás estuvieran más cómodos en Yves-du-Manoir , la casa de un viejo moribundo que vivió tiempos de gloria. Porque el Racing de París miró a la cara al PSG, incluso lo ninguneó con desprecio cuando era el número uno en los albores del desarrollo del balompié en Francia. O cuando en sus filas jugaban mitos absolutos como Luis Fernández, Enzo Francescoli o Pierre Littbarski o en su cantera aparecían talentos como David Ginola.

En el Rácing de París de finales de los 80 jugaron mitos como Francescoli, Littbarski y Luis Fernández

Pero aquellos eran los viejos tiempos. Aquel Racing de París que presumía del título de Liga de 1939, de las Copas de Francia de 1936, 1939, 1940, 1945 y 1949, del dinero del magnate Jean-Luc Lagardère y de contar con una masa social consolidada, de clase media y trabajadora y su condición de equipo de la Ligue 1 se perdió en los viejos almanaques, en los álbumes de cromos, en las revistas descoloridas y mohosas apartadas en un cajón. Aquel Rácing ya no existe más allá de la memoria de algunos nostálgicos. El resto de los pocos fieles que aún le quedan se contentan con minucias.

Creado en 1896 a partir de su matriz, el Rácing Club de France, una asociación deportiva llevada a cabo por los alumnos del Lycée Condorcet en 1882, su crecimiento eclosionó en los 30 y los 40. En el período de entreguerras y en la dura recuperación tras la invasión alemana fue cuando se convirtieron en el referente en el país galo y reinaban en París. También competían con un PSG que no era lo que es ahora hasta que, en los 90, Canal + invirtió en los azules y rojos y dejó en la estacada al Rácing, que fue cayendo una división tras otra hasta ocupar un sitio en la quinta categoría gala, donde reside ahora.

Ese Rácing había intentado alzar el mentón y dar lustre a sus vitrinas con la llegada de Lagardére a comienzos de los 80. Como haría después Bernard Tapie en el Olympique de Marsella, Lagardére invirtió dinero para reflotar a un club que malvivía en la Segunda División y, con Madjer como estrella ascendieron y descendieron y volvieron a ascender en 1986 para firmar a un trío de campanillas. 

Con la camiseta celeste y blanca formaron el alemán Pierre Littbarsky, el uruguayo Enzo Francescoli y el francés Luis Fernández. Un año después los dirigió Arthur Jorge y la fama del club creció para que su dueño viese el negocio y le cambiase el nombre a Matra (un grupo empresarial francés) Rácing.

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Pero el Rácing no era el equipo de relumbrón de hacía cuatro décadas y no es que no ganase nada a pesar del dinero y los nombres, sino que acabó bajando en 1989, perdiendo a Lagardére, que huyó del club, y solo se permitió la alegría de llegar a la final de la Copa francesa de 1990 gracias a un cantrerano llamado David Ginola. Aquella derrota por 2-1 en la prórroga ante el Montepellier de Cantona y Laureant Blanc supuso el final de los buenos tiempos y el comienzo de una caída que parece no tocar suelo a pesar de residir en la quinta categoría.

La última etapa del viaje llevaría al trío a casa, de regreso a lo que son, a su espacio vital, al mundo que define el retrato poderoso y diurno de la cité de Kassovitz en La Haine. En ese barrio multiétnico, sin patria ni nación, con la bandera de superar cada día como una batalla y no mirar un futuro encerrado en los límites de la clase. Ahí, en un barrio como en el que crecieron Saïd, Hubert y Vinz juega, vive, respira y da respiro el Red Star. La verdadera estrella de París.

Esa es la camiseta que llevarían los tres, porque el Red Star es un bastión del 'melting pot' parisino, es una trinchera de solidaridad y un feudo de la izquierda en una ciudad cada vez más deshumanizada.

Porque el Red Star es el gran desconocido y el gran amado de la capital francesa. No tiene el glamour ni la cuenta corriente del PSG, pero sí la dignidad y el aprecio del que se siente honrado por su ciudadanía, su masa social y su labor para con su entorno. Así es el Red Star, que acaba de recuperar su puesto en la Ligue 2 tras ascender de National esta misma campaña ganando esta tercera categoría. 

A poco más de quince minutos del Parque de los Príncipes, el Stade de Bauer simboliza lo opuesto al fútbol negocio. Lo hizo desde su origen, en 1897, cuando el Red Star  fue creado por el legendario Jules Rimet y su hermano Modeste en una cafetería del barrio de Gros Caillou para acercar el fútbol a todas las clases sociales, sin distinción.

El Red Star fue creado por el mítico Jules Rimet y su hermano Modeste en una cafetería del barrio de Gros Caillou

Su nombre, a pesar de que puede parecer que esté vinculado con la izquierda internacional, fue una idea de la institutriz de los hermanos Rimet, quien, de ascendencia británica, sugirió ponerle la denominación al nuevo club de la línea de transporte marítimo que empleaba para ir a Inglaterra.

Tras una inicial estancia en el centro, acabó por trasladarse al arrabal, a la zona de Saint-Ouen, una cité próxima a Saint Denis y que acabó por ser como el barrio de Saïd, Vinz y Hubert. Ahí reinaban los edificios altos de protección oficial, sin coherencia y con la supervivencia como combustible vital de sus pobladores. Ahí apenas entra la policía, la suciedad se acumula en las calles y la autogestión es la alternativa al abandono. Ese barrio multicultural fue un ejemplo en la París del estado del bienestar y denostado por el ascenso del neoliberalismo de personajes como Nicolas Sarkozy.

Saint-Ouen, el barrio donde se ubica el Stade Bauer, tiene la tasa de inmigrantes más alta de Francia

Saint-Ouen tiene la tasa de inmigrantes más alta de toda Francia y donde la desesperación y la pobreza suelen ser cotidianas. Ahí es donde surge el Stade Bauer. Ahí, en medio de esa orgullosa desolación, funciona el Red Star.

Pero este club también tiene a su Al Khelaifi particular. Se trata del productor cinematográfico Patrice Haddad, quien se hizo cargo del club en 2008, cuando penaba aún más abajo que el Racing, ya que jugaba en la Sexta División.

Pero su mano siempre se ha topado con los movimientos de aficionados. Allí no se venera como a Qatar Investment Authority en la zona rica. Allí se combate cualquier decisión que no tenga un respaldo mayoritario, como fue el cambiar de estadio y abandonar el viejo Bauer para construir otro de 200 millones en otra zona. La oposición de la grada ganó al negocio de Haddad para mantener las cosas como estaban.

A través del Red Star se desarrollan distintas iniciativas que mejoran la vida del barrio. Posee unas férreas categorías inferiores que dan diversión y deporte a los niños, se articulan sistemas de ayudas y se apoya el movimiento de izquierda parisino.

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De ello se encarga la Tribune Rino della Negra, que lleva el nombre de un futbolista que fue ejecutado por las tropas nazis en 1944. No es el único ejemplo de mártir caído a manos de la ultraderecha. A esa triste categoría pertenece Eugéne Maës, quien fue ejecutado por los alemanes en la II Guerra Mundial, o Clément Meric, un miembro de la Tribune que fue asesinado por 'skin heads' en 2013.

Porque ser del Red Star equivale a combatir el fascismo, a apoyar las causas sociales, la multiculturalidad, la tolerancia, a desterrar el racismo, la homofobia y el machismo, a colaborar con el club en sus obras sociales y vivir el fútbol de una manera diferente: la del puro placer por el deporte.

Ese es el club del que presumir, el que representa un asidero en un mundo terrible, atrapado por el anzuelo de la inhumanidad. Porque ese París y este mundo, como iniciaba el viaje terrible de Kassovitz y como lo terminaba también, es el de una vieja sociedad, y un fútbol antiguo como su reflejo ineludible, que se derrumba en manos del dinero, el neoliberalismo y al que solo le quedan pequeñas islas desiertas como el Red Star.
 

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