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Épica y tragedia de un héroe mundialista

Joe Gaetjens, autor del gol de la USA amateur que derrotó a Inglaterra en Brasil'50, acabó su vida torturado y asesinado en Haití y su cuerpo nunca fue recuperado

Gaetjens
photo_camera Gaetjens es llevado en hombros tras el triunfo sobre Inglaterra

No se había paralizado ante el portero inglés. No había padecido, delante de Bert Williams, el vértigo que solo produce el terror en un ser humano. No había temblado, o sentido las tripas en la boca, con los jugos gástricos asomando por la traquea y el pensamiento incrédulo del que está seguro de que no le puede pasar lo impensable. No había tenido ese pánico cuando giró su cabeza para golpear el balón y ponerlo en la escuadra inglesa. Tampoco para levantar los brazos y soñar con un milagro absoluto, quizás el mayor de los Mundiales.

No había sufrido el miedo puro en el túnel del Estadio de la Independencia, ni lo había olido al tener al lado a profesionales del fútbol, a referencias del balompié cuando él solo era un lavaplatos. Quizás algunos nervios que se pasaron cuando el colegiado dio comienzo a un partido recordado para siempre por unos y olvidado por la vergüenza de los otros. Esos nervios se acabaron a los noventa minutos, cuando la euforia de la épica imprevista convierte a un futbolista en un zombie emocional, en un ser sin raciocinio, llevado solo por su corazón.

Pero esa sensación era antigua y fue sustituida por el terror pegajoso que solo la proximidad del dolor máximo y la muerte saben dar. Cuando Joe Gaetjens abrió la puerta y vio a los Tonton Macoutes (la policía política haitiana) apostados en el umbral de su casa, supo que el horror, la tortura y su asesinato serían unos breves compañeros de viaje. Los peores enemigos que alguien puede tener. Aún después de vencer a Inglaterra con un grupo de descarriados.

Porque esa es la historia de Joe Gaetjens. La de un héroe y un mártir a partes iguales, sin otras tintas que las de la gloria y la desgracia adheridas a su piel. La gloria y la desgracia que fueron parte indisociable del relato trágico del protagonista de la mayor sorpresa de la historia de los Mundiales. Ese mismo héroe que acabó en un lugar tan oscuro y terrible del que nadie sabe su lugar, su origen y su destino final, oculto en la memoria enterrada de sus torturadores y asesinos.

La historia de Gaetjens es la de un héroe y un mártir a partes iguales

El gol de Gaetjens, en Belo Horizonte, en el Mundial de Brasil 50, supuso el primer gran triunfo de Estados Unidos a nivel internacional. Lo hizo ante la altiva Inglaterra, que jamás pudo pensar que doblaría la rodilla ante un colectivo formado por enterradores, chóferes, camareros o jugadores de béisbol reciclados.

Aquel 1-0 ocurrió sin televisión, ni Twitter, ni streaming, sin apenas medios que lo difundieran. Aquella victoria por la mínima en el marcador pero gigantesca en la historia del fútbol fue tan insospechada que, cuando las agencias transmitieron el resultado a los periódicos ingleses, estos publicaron un resultado diferente. Porque era imposible que una selección reunida días antes de comenzar el Mundial derrotase a los creadores del fútbol, a la todopoderosa Inglaterra, cuyo halo perdedor solo se ve en el resto del mundo, pero no en unas islas aisladas en su incapacidad de autocrítica.

Como aquel 1-0 no podía ser, la prensa publicó resultados de todo tipo. Siempre a favor de Inglaterra situaron desde un 0-1 a un 1-10. Cualquier cosa menos que USA había resistido el acoso inglés y ganado el segundo partido del grupo de Brasil'50 con un gol de un haitiano que estudiaba contabilidad en Columbia mientras trabajaba de lavaplatos. Porque eso es lo que era Joe Gaetjens cuando el seleccionador estadounidense William Jeffrey lo llamó para jugar el primer Mundial de un país que apenas sabía qué era eso del soccer.

Nacido en Puerto Príncipe, el 19 de marzo de 1924, dentro de una familia de comerciantes de origen alemán (su tatarabuelo ejerció de cónsul económico del rey de Prusia Federico Guillermo III cuando llegó a Haití), ante la falta de futuro de una isla siempre colonia económica y degradada, lo envió en 1947 a estudiar contabilidad a EE.UU. Allí se formó en la Universidad de Columbia.

Gaetjens siempre había amado el fútbol. Desde niño, en las calles de la demacrada capital caribeña, con un balón de trapo o uno de cuero hasta que pudo enfundarse la camiseta del Etoile Haïtienne. Como fuese, jugaba al balompié. Y lo hacía muy bien en un lugar donde el deporte era intrascendente.

Joe trabajaba de lavaplatos y jugaba en el amateur Brookhattan cuando fue llamado para el Mundial de Brasil 50

Pese a emigrar como estudiante a Norteamerica, Joe no dejó el fútbol. En su escaso tiempo libre, entre lavar platos en el Rudy's Cafe, repasar las lecciones de la Universidad y deambular por la Gran Manzana le daba patadas a un balón. Ya fuese en cualquier rincón con césped como con la zamarra del Brookhattan (cuyo presidente era el dueño del restaurante donde trabajaba), un equipo amateur de una Liga de Nueva York.

Su juego no pasó desapercibido para el seleccionador estadounidense, William 'Bill' Jeffrey, quien, ante la falta de futbolistas de talento, lo llamó para jugar la primera Copa del Mundo a la que habían llegado tras ganar a Cuba en la fase de clasificación. La oferta era imposible de rechazar: 100 dólares a la semana más dietas, una experiencia inolvidable y jugar al fútbol al máximo nivel. Se arreglaron los papeles para ello en un trámite fugaz y viajó a Brasil.

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Gaetjens compartió casaca, viajes y vestuario con un grupo de italioamericanos que preferían el deporte nacional, el béisbol, al soccer. Salvo en aquella ocasión, donde prefirieron cambiar de deporte.

El primer partido los enfrentó a España. Resistieron casi ochenta minutos a un combinado mezcla de calidad y garra. Su defensa, que rendiría a las mil maravillas en el duelo siguiente, mantuvo el gol de Parigi a favor durante un buen puñado de tiempo hasta que en los últimos 10 minutos, Igoa, Basora y Zarra pusieron en el tanteador un resultado honroso para todos: 3-1.

En aquel tiempo no había scouts, ni vídeo, ni muchísimo menos internet. La preparación de los encuentros era una mezcla de intuición, conocimiento del juego y ambición. Nada de eso tuvo su siguiente rival, Inglaterra, que despreció a un contrincante desconocido e insignificante, pero con el orgullo suficiente como para agarrarse a la épica y obrar un milagro.

El técnico inglés, Walter Winterbottom, decidió que aquel equipo formado por carteros, funerarios, lavaplatos y exjugadores de bésibol no merecía un segundo de estudio ni una micra de respeto. Con la mente en su duelo ante  España sacó a los suplentes para que le diesen la paliza consiguiente a la vieja colonia de ultramar. Prescindió de su gran estrella: Sir Stanley Matthews, pero aún así alineó grandes estrellas de aquel momento como Bert Williams o Alf Ramsey.

Las apuestas estaban 3 a 1 por un triunfo inglés y 500 a 1 el de USA. Gaetjens y la defensa estadounidense se encargaron de hacer medio rico al incauto que hubiese apostado por ellos. Como ante España, aguantaron atrás y se pusieron por delante. Fue en el minuto 38 cuando un centro de Walter Bahr desde la derecha lo aprovechó Joe Gaetjens burlando a Laurie Hughes para rematar con la testa el 1-0. La zaga, encabezada por Charlie Colombo y el meta norteamericanos completaron la heroicidad colectiva en la segunda parte.

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United Press International, ante la ausencia de prensa británica, fue la encargada de enviar el télex que llegó a las islas. USA 1-England 0. 'No podía ser, debe ser un error' pensaron en Londres. Hubo periódicos que consideraron que se había perdido un 1 por el camino en el resultado y publicaron que el tanteador fue un 1-10.

Estados Unidos había hecho un milagro ante una selección de primerísimo nivel. No lo completaron más tarde contra Chile (2-5) y cayeron eliminados para no volver a una Copa del Mundo hasta 40 años después, cuando un tanto de Paul Caligiuri en Trinidad y Tobago les dio el pase a Italia 90.

Pero aquel gol había enviado a la fama a Joe Gaetjens, un amateur amante del balompié quien ni siquiera le había dicho a su familia que estaba en un Mundial. Se enteraron por los periódicos. El haitiano dejó su puesto de lavaplatos y la selección estadounidense, ya que no renunció a su nacionalidad materna, y dio el salto al Viejo Continente.

Aquel 1-0 lo catapultó a Europa, donde jugó cuatro años en Francia en el Rácing de París y el Olympique Alés sin que tuviese el mismo éxito que en Brasil. Cuando volvió a Haití en 1954 lo hizo como protagonista de anuncios en radio y prensa, como una celebridad que retornó a su club de origen: el Etoile Haïtienne.

Tras dejar el fútbol en activo por una lesión, Gaetjens montó una cadena de lavanderías, utilizó parte de su fortuna para obras de caridad relacionadas con el fútbol y vivía una vida cómoda hasta que el golpe de estado de Papa 'Doc' Duvalier, sustentado por los EE.UU., borró de un plumazo todo lo conseguido.

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Desde esa fecha comenzó un calvario en forma de represión para su familia. Los Gaetjens formaban parte de la oposición política a Duvalier hasta el punto de que los hermanos de Joe, Jean y Freddie, habían huido a la República Dominicana para evitar su asesinato.

En 1964 toda la familia Gaetjens salió de Haití cuando Duvalier consolidó más su poder declarándose presidente perpeuto, pero Joe, basándose en la creencia de que su gol con USA (que sostenía el régimen) le valdría de salvoconducto para la tranquilidad, se quedó.

Su error lo condujo a la muerte. El 8 de julio la policía política haitiana llamó a su puerta. Su apellido fue más fuerte que su heroicidad. Su opción política y su defensa de los derechos de la población masacrada por el régimen valieron más que una de las sorpresas mayores en el fútbol internacional. La muerte y la represión fueron más fuertes que la fama balompédica y los Tonton Macoutes se llevaron a Joe Gaetjens una noche de julio para no regresar jamás.

Se dice que fue conducido al principal centro de detención y torturas de la dictadura de Duvalier: Fort Dimanche. Incluso se asegura que fue el propio dictador el que apretó el gatillo para volarle la cabeza. Lo único cierto es que Joe nunca apareció, su cadáver se esfumó como los diez goles ingleses que nunca tuvieron lugar en Belo Horizonte.

Su tumba no contiene los restos de un mito futbolístico. Estos están en la memoria del fútbol, en la historia de los héroes, de los que siempre residirán como ejemplo de lo que se puede conseguir, como fórmula para llegar al éxito, ya sea un lavaplatos haitiano en Nueva York o un profesional de Manchester.

Porque la memoria de Joe Gaetjens nunca será mutilada, asesinada o enterrada en el anonimato. Ninguna dictadura puede eliminar eso. Su cabezazo fue un billete para la eternidad. Descanse en paz, donde quiera que sea.

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