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Bélgica, el pesebre del fútbol negocio

El país de la capital europea cuenta con un gran número de especuladores e inversores futbolísticos en sus clubes profesionales para lucrarse con su gestión. El Lierse, desaparecido esta primavera, es su primera víctima

Aficionados del Lierse despliegan una bandera en su estadio
photo_camera Aficionados del Lierse despliegan una bandera en su estadio

Bélgica es un país especial. Es un estado dividido en trozos bajo una misma bandera que solo la mitad reconoce. Existe para una parte mientras en el otro cincuenta por ciento de la población reina el león rampante sobre fondo amarillo. En Bélgica hay una frontera sin alambre de espino ni aduanas, pero tan poderosa que está construida a base de cientos de años de conflictos, rencillas y batallas culturales, idiomáticas, sociales y territoriales. Bélgica es una fractura perenne, donde lo irreal puede dar siempre una vuelta de tuerca más para convertir una situación inverosímil en algo tangible. En el país de los valones y los flamencos, de los tres parlamentos, de la capital de una Europa tan dividida como la propia Bruselas, el fútbol se ha convertido en el pesebre de los especuladores, de los inversores sin escrúpulos y de los que consideran al casi el único factor de unión de los belgas como una forma de hacer dinero por encima de todo.

Porque solo el fútbol es capaz de crear puentes en ese país. Solo el fútbol hace que su bandera tricolor ondee en balcones de todos lados cuando hay un Mundial o una Eurocopa, ya sea Charleroi o Brugge, ya sea Mons o Antwerp o Bastogne o Gent.

Pero poco a poco el capitalismo salvaje se va instalando para transformar en un negocio puro y duro un juego que genera identidades que van más allá del origen o la clase. En Bélgica, el virus se inoculó con virulencia y se extiende con rapidez. La cepa de los inversores de dudosas intenciones y de los grupos empresariales se ha fortalecido para consolidar un modelo de negocio en torno al fútbol que ya se va cobrando sus primeras víctimas, como el histórico Lierse.

Ese modelo importado, que había proliferado de forma más o menos aislada en lugares como Udine y Granada, como Porto y Lisboa o como en Buenos Aires, Montevideo o Sao Paulo, fue tomando el pequeño país bajo sin pausa para cristalizar en sus dos divisiones, modestas en tamaño -la máxima categoría, la Jupiler League, está formada por 16 equipos; y la Proximus League cuenta con tan solo 8 clubes- y mostrar su paradigma en el palco del Stade Le Cannonier, en Mouscron.

Entre cuero y metal, entre canapés y olor a hierba recién cortada, entre corbatas y móviles de última generación se sentaron Pini Zahavi y Maged Samy. Los dos asistieron al último partido de la historia de un cuádruple campeón belga: el SK Lierse. Zahavi, dueño del Royal Excel Mouscron y uno de los agentes e intermediarios más poderosos del mundo, ejerció de anfitrión en el funeral del conjunto de Lier, que Samy había llevado a la ruina tras años de saqueos desde 2007. 

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Poco le importó a este empresario egipcio los 112 años de vida del SK, o los títulos ganados en 1932, 1942, 1960 y 1997 o las Copas de 1969 y 1999. Las promesas incumplidas, la especulación con jugadores, el gasto desmesurado que conllevó su nefasta gestión hizo que, tras campañas de ser un equipo ascensor, acabase el pasado 9 de mayo en la bancarrota que había logrado evitar precisamente con la llegada de Samy en 2007.

Con años de ruina provocados por la sentencia Boosman -hizo perder valor a sus futbolistas de forma alarmante- y con el desprestigio de una acusación de amaño de partidos, el egipcio había comprado el Lierse con el compromiso de “llevarlo a la Champions League”. Nunca se acercó a tal logro y, a cambio, dejó 11 años de peleas con los aficionados por las redes sociales, cruce de “impresiones” en el estadio, manifestaciones en su contra, ventas fallidas a otros especuladores y unas deudas acumuladas que enviaron al equipo a la tumba. Ahora podrá dedicarse a sus otros dos clubes: el Ergotelis de Creta y el Wadi Degla de Egipto (al que cambió el escudo para que se pareciese al del Lierse).

El partido del 8 de mayo en Mouscron fue el último del Lierse. Y lo hizo en terreno de otro de los conjuntos cuyo mandatario tiene un dudoso origen. Como sucede con otros 7 equipos del fútbol profesional belga, compuesto por 24 clubes.

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En el Mouscron gobierna con mano de hierro Pini Zahavi. Este israelí es un personaje ubicuo cuando hay un gran negocio. Si hay buenas comisiones en ventas de gran calado, su rastro siempre aparece. Periodista de profesión, acabó convirtiéndose en agente para acumular, como pionero en la creación de fondos de inversión en el fútbol, dinero en Inglaterra con los traspasos de Mascherano y Tévez, de Rio Ferdinand, además de patronear la llegada de Roman Abramovich al Chelsea o de Neymar al PSG.

Llegó en 2015 al Mouscron, en bancarrota, y se hizo con el 90% de las acciones por 8,5 millones de euros. En la actualidad, el club milita en la Primera División y es utilizado por el inversor hebreo como pista de despegue de jugadores que mueve por todo el continente. 

Zahavi ha empleado el cuadro belga para aumentar el valor de jugadores de distintas nacionalidades y generar plusvalías para su cuenta corriente. Solo en futbolistas balcánicos, el Mousrcon ha sido puerto de paso -en numerosos casos con el Mallorca como barco nodriza- de Marko Pavlovski, Nikola Gulan, Nikola Aksentijevic, Filip Markovic o Marko Scepovic. Pero también con africanos como el ex del málaga Fabrice Olinga como caso paradigmático.

En la máxima categoría belga se ha colado también la Academia Aspire de Catar. Dueño de la Cultural Leonesa, del Independiente del Valle ecuatoriano o del Delhi Dynamos indio, cuenta en Bélgica con el KAS Eupen, al que ha movido y retirado jugadores para sus negocios sin sacarlo de la zona baja de la tabla.

El malaisio Vincent Tan cuenta con su club de fútbol en la élite del país bajo. El modesto Kortrijk, un equipo a las afueras de Gent adquirido por 5 millones de euros, es parte de un conglomerado del que forman parte el Cardiff City galés y el FK Sarajevo bosnio. El empleo de agentes y empresas de representación afines y el impulso a jóvenes valores son puntos en común de Tan en el equipo flamenco. De nuevo aparece a especulación como eje de interés por encima de un amor infantil por el escudo y los colores bastante improbable.

El siguiente de la Primera División puede ser el Oostende. El gran multipropietario del mundo del fútbol, el Grupo City, que posee al Manchester City, el Girona, el New York y el Melbourne City, el Yokohama Marinos o el Atlético Torque uruguayo está en conversaciones con el dueño, Marc Coucke, para su desembarco en Bélgica. Sería su séptimo equipo en su séptimo país y en cuatro continentes diferentes. Todos para foguear jóvenes talentos que acaben brillando en el conjunto inglés, que es la proa de sus negocios en el balompié.

Seis de los ocho equipos de Segunda División están controlados por dueños extranjeros a través de conglomerados empresariales

Pero donde se hace más real el desembarco de fondos de inversión y empresarios extranjeros en clubes es en la Segunda División belga. Con tan solo 8 equipos, la Proximus League ha sido un caladero de hasta seis equipos contando al desaparecido Lierse. 

En una categoría tan pequeña hay máximos accionistas alemanes, chinos, rusos, tailandeses o surcoreanos. Lo suelen hacer bajo el amparo de empresas de sus conglomerados y controlan pases de futbolistas, el negocio televisivo generado a su alrededor o el impulso del merchandising en sus países entre otras estrategias.

Quizás el más popular sea el tailandés Vichai Srivaddhanaprabha, quien, a través de su firma King Power posee el Leicester inglés. En la Segunda belga tiene el Leuven con el que realizar sus inversiones. Otro viejo conocido es el ruso Dmitri Rybolovlev, poseedor del Círculo Brujas -que jugará en la Primera belga el año que viene- y del Mónaco. En este último ha hecho negocios junto a agentes como Jorge Mendes, con el que tenía un pacto para  comprar y vender jugadores a clubes donde el portugués tenía intereses: casos del Valencia, el Porto, el Benfica o el Atlético.

El alemán  Jürgen Baatzsch posee el Union St. Gillose, mientras la china  Xiu Li Hawken es la mandamás del Roeselare, como lo es también en el Renghe asiático y cuenta con intereses en el Reading inglés. 

Pero quizás el caso más paradigmático sea el del Tubize. Localidad natal de los hermanos Hazard y sede del laboratorio de las categorías inferiores de la selección belga, el modesto club fue adquirido en 2014 por el surcoreano Shim Chan-koo a través de su empresa Sportizen -que ha mostrado interés por adquirir el Woking, de la National League inglesa, una división amateur-. Esta firma dedicada al márketing y la representación deportiva compró el Tubize para foguear futbolistas de ese país de Asia y especular con los derechos televisivos en Corea del Sur. 

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El propio Chan-koo reconoció, tras adquirir el club, que el principal interés era “convertirse en una plataforma para los jóvenes jugadores de Corea del Sur y que pudieran desarrollar sus capacidades en Europa”. 

Pero también surgió con Shim Chan-koo un concepto ligado al show-business futbolístico. El surcoreano ideó un reality ligado al balompié en su país. Los ganadores tuvieron un sitio en el Tubize. “En 2015 hicimos un show similar al America's got talent. Escogimos muchos futbolistas que habían jugado al fútbol pero habían tenido problemas para convertirse en profesionales y los trajimos aquí”, llegó a admitir Chan-koo. Para entrenarlos puso a Hwang Jin-sung, un exinternacional surcoreano. El resultado fue un reality de 16 episodios emitido por la KNB, la televisión nacional coreana, millones de personas delante del televisor en este estado asiático, miles de fans de sus páginas en las redes sociales y un descenso de categoría esta misma campaña, en la que acabó último en la Liga y en el play off de permanencia.

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Pero, por qué Bélgica y por qué la Segunda División. No tiene grandes ingresos de televisión ni el foco internacional puesto en ella. La respuesta está en la oportunidad y en las condiciones legales.

Casi todos los casos se repiten: equipos en quiebra que se pueden adquirir por poco dinero y sin oposición de una masa social amplia ni belicosa. 

Existen pocas restricciones para los jugadores extranjeros. Solo ocho de los 25 miembros que se pueden inscribir en el primer equipo deben ser locales, lo que significa que los equipos pueden tener 17 extranjeros de todas las nacionalidades. 

Si esto no fuera suficiente, Bélgica ofrece una vía rápida a la ciudadanía europea, por lo que es un puerto de escala ideal para los jugadores foráneos y los africanos en particular, continente con el que Bélgica tiene un pasado colonial.

Las pocas restricciones en materia de futbolistas extranjeros, las bonificaciones fiscales y los bajos sueldos ofrecen condiciones perfectas para los inversores

También están los bajos costes. Mientras en Holanda cada futbolista debe cobrar de sueldo mínimo 300,000 euros al año, en Bélgica solo 90,000, incluidas las bonificaciones. También están las desgravaciones fiscales, ya que cuando se vende un club, el beneficio no está sujeto a impuestos según la legislación belga.

Estos ingredientes son un polo de atracción para todo tipo de especuladores, agentes de dudosa moral y un negocio que no entiende de fidelidad ni de colores, solo del verde del dinero.

El modelo belga comienza a exportarse a otros países. España puede ser la siguiente parada, donde este tipo de prácticas cuenta con el apoyo y la promoción de la Liga de Fútbol Profesional con su presidente, Javier Tebas, como gran paladín. También con el Gobierno y el CSD del inefable Lete Lasa.

Ha habido pioneros aquí que parecen tener que acostumbrarse a vivir a la sombra de los barrotes, como Quique Pina y sus pactos con la familia Pozzo, o el desembarco chino en Murcia, Granada, el Espanyol o el Atlético.

El caso del Lierse es un aviso a navegantes en otros espacios, aunque el modern football sea un cáncer que se metastatiza a gran velocidad por todo el mundo con el riesgo de llevarse por delante a las aficiones, sus verdaderos pacientes. Lo saben bien en Lier, no quieran saberlo en otros lugares. 

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