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Sin mano de obra

El desajuste entre oferta y demanda crece: no hay trabajadores para diversos sectores en un país con miles de parados. ¿Qué ocurre?
La construcción demanda mano de obra. AEP
photo_camera La construcción demanda mano de obra. AEP

Empresas desesperadas por encontrar mano de obra en un país con unos 3 millones de desempleados. Es la paradoja que evidencia que algo falla en un mercado laboral que acumula cerca de 134.000 puestos de trabajo vacantes, un 243% más que a inicios de 2014, con una tasa de paro del 13,65%.

El problema no es nuevo, pero se intensifica, abriendo el melón de por qué existe tal desequilibrio entre la oferta y la demanda. Salarios bajos; jornadas con más horas que un reloj; escasez de personal cualificado para desempeñar determinadas profesiones; o trabajos con mala reputación. Muchas son las causas a las que se apunta en un debate en el que han entrado Gobierno, sindicatos y patronal, y que ha dado pie a numerosos análisis sobre la materia por parte de firmas de recursos humanos. Quizás esos factores y otros creen el caldo de cultivo para que haya empresas que no encuentran trabajadores y trabajadores que no encuentran empresas.

Con la llegada del verano, saltó al primer plano el déficit de mano de obra para la hostelería. La falta de camareros se agravó tras la irrupción de la pandemia, pues muchos decidieron emprender un éxodo hacia otras ramas de actividad. Ya antes era complejo cubrir la demanda, pues los sueldos poco adecuados para jornadas muchas veces maratonianas que no se ajustan a lo que pone el contrato y la temporalidad echan para atrás.

Aun teniendo asegurada una remuneración decente y un empleo estable, hay sectores como la construcción que por su dureza o imagen espantan a muchos jóvenes. La llegada de los fondos europeos la reforzarán como yacimiento de empleo. Y no todo es poner ladrillo, también se necesitan ingenieros para obras, o electricistas, fontaneros y carpinteros. He aquí otra realidad: la carencia de profesionales cualificados para trabajar en oficios tradicionales que sobrevivirán a la digitalización o al cambio de hábitos y que garantizan trabajo. A la lista podemos sumar a soldadores o mecánicos. La cuestión es que no se ha logrado hacer estos nichos de empleo atractivos para los jóvenes ni actualizar a trabajadores en activo. Equivocadamente, para muchos tiene más prestigio una carrera universitaria que un ciclo de FP, aunque las salidas laborales sean mucho más limitadas.

La formación es, sin duda, una de las claves para atajar la escasez de talento. En el ámbito académico hay mucho que hacer para adecuar la oferta a las necesidades reales del mercado de trabajo, pero también el tejido empresarial tiene que implicarse más en la formación y capacitación de la plantilla. Nadie nace aprendido y la experiencia se gana con el tiempo.

Hay otro aspecto innegable. La escala de valores en las nuevas generaciones ha cambiado. Las personas no quieren vivir para trabajar, sino trabajar para vivir. Poder conciliar, tener tiempo libre, no ser un trabajador pobre... Y eso las empresas deben interiorizarlo. Conozco a gente que en poco más de un mes ha cambiado tres veces de trabajo porque no le respetaban el horario y las tareas que habían acordado. Ya no hay el aguante de nuestros padres.

También hay que vigilar que las prestaciones públicas no hagan que estar en paro compense. Otra cuestión a tener en cuenta es que eso de mantener a los buenos profesionales toda la vida en la empresa es cada vez más difícil, salvo que se sepa cómo cubrir sus aspiraciones y mantener su motivación. En un ámbito como el tecnológico, donde la escasez de talento es enorme porque no hay suficientes personas con las habilidades digitales que requiere un sector clave para la transformación, las compañías se tienen que rifar a los profesionales. La competencia es fuerte y ganará el que sepa como atraer a los buenos.

Otra asignatura pendiente es apostar más por el talento sénior.

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