Opinión

Tontos, pero muy tontos

UN RADAR DE tramo con el límite de velocidad a noventa. Esta es hasta el momento la única respuesta que hemos recibido de nuestros gobernantes a una de las mayores pifias de la historia reciente de las infraestructuras, lo que no es poco decir en un país con aeropuertos sin aviones, ciudades de la cultura en ruinas, autopistas radiales rescatadas y edificios simbólicos que se caen a pedazos, como símbolos que son.

Nadie ha dado hasta el momento una explicación que pueda servir siquiera como disculpa sobre el imponente cúmulo de decisiones erróneas que dieron como resultado el tramo de Mondoñedo por el que discurre la A-8, una salida por la que Lugo estuvo llorando décadas y que al final lamenta como una encerrona. Creo que eso, una explicación, es lo mínimo que nos deben, un relato ordenado de las decisiones políticas y técnicas que se tomaron, los motivos, los momentos y los nombres. No ya para poder exigir responsabilidades, por aquí esas modas no se estilan, sino al menos para poder señalar a alguien con el dedo, con toda la mala educación, y decirle a la cara lo que todos pensamos: «¡Tonto, que eres tonto, pero muy tonto!».

Pero ni eso. Al contrario, a falta de explicaciones y de soluciones para una autovía que permanece más tiempo cerrada por la niebla que abierta al tráfico, lo que nos encasquetan para ir tirando es un radar de tramo a noventa. Esto sí que es llamarnos tontos a la cara, se han quedado a gusto.

Aunque también puede ser que no hayamos sabido apreciar todo el sentido que encierra esa decisión, y que sea exactamente la respuesta que estábamos buscando, la explicación que nos debían: somos tontos, pero muy tontos. Solo así se entendería también nuestra mansedumbre ante el auténtico expolio, el atraco institucionalizado que supone la actual gestión de las multas de Tráfico, que con su última reforma no solo han duplicado sus cuantías, sino multiplicado su discrecionalidad.

Es su respuesta a un esfuerzo colectivo que, empujado también por la vía coercitiva aplicada con criterio y el carné por puntos, consiguió en un par de lustros poner freno a una sangría de muertes en carretera insostenible, y dejarlas prácticamente en la mitad, que son muchos miles de vidas. Sin embargo, pese al maquillaje de los datos oficiales y su desaforado afán por disparar sus radares contra todo lo que se mueva, los muertos en carretera vuelven a repuntar.

Mi destreza al volante es tan limitada como mi destreza a la vida

No han buscado posibles explicaciones en la peor conservación de las vías debido al recorte en inversiones, o en el peor estado del parque móvil nacional porque la crisis ha dejado a muchos conductores sin recursos económicos para destinar al mantenimiento de los vehículos, o en la mayor presión de tiempo y precios a la que están sometidos los profesionales del volante por esa misma crisis. No, la solución es incrementar el ritmo y la cuantía de las sanciones, específicamente las de exceso de velocidad. Con radares hasta ahora situados en su mayor parte en las vías de alta capacidad, no en las de doble dirección y en los puntos negros.

El Gobierno niega su afán recaudatorio: de los 584 millones que ingresó por multas en 2011, alega, se pasaron a los 392 del año pasado. Lo que no cuenta es que ese descenso no se debió a una menor cantidad de sanciones, sino a que los conductores asaeteados han decidido optar por el pronto pago para ahorrarse la mitad de la multa, dado que además, hasta su eliminación hace unos meses, la existencia de tasas judiciales hacía prácticamente inútil recurrirlas. Tampoco dice que las multas por exceso de velocidad suponen ahora cerca de la mitad de todo lo recaudado, cuando en 2011 eran el 30%.

Desgraciadamente, las multas siguen siendo necesarias. Los seres humanos no entendemos a veces otro lenguaje, o entendemos este mucho mejor que el que nos habla de la prudencia propia y la responsabilidad común. Pero tampoco parece muy responsable transformar una estrategia de prevención de muertes en un instrumento de expropiación masiva de efectivo.

No es ninguna pataleta. En 25 años de carné me han puesto tres multas y me quedan 14 puntos. Ni siquiera me gusta correr, mi destreza al volante es tan limitada como mi destreza en la vida, la justa para mantenerme en la calzada. Pero es que hoy me voy de vacaciones, y solo de pensar en la A-8 cerrada por la niebla y en ese radar de tramo se me queda cara de tonto.

Artículo publicado en la edición impresa de El Progreso del domingo 28 de junio de 2015

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