Opinión

Qué felicidad

Hoy quien no es feliz es porque no quiere, porque se empeña en intoxicar y ponerlo todo perdido de mala baba

HOY SE ACABAN MIS vacaciones, no puedo ser más feliz. O igual sí pero aún no soy capaz de procesarlo en toda su plenitud, porque soy apenas un recién llegado al maravilloso mundo de la felicidad por cojones, o cómo ser feliz quieras o no. Que yo quiero, eh, por mí que no quede. 

Hasta ahora había mantenido una prudente distancia con la industria de la felicidad, ese floreciente sector de la psicología que nos llena los auditorios de coaches y oradores motivacionales, las librerías de libros de autoayuda, el muro del Faceebok de frases de Paulo Coelho y la política de ruedas de prensa de Albert Rivera y Pedro Sánchez, dos tipos cuyos discursos parecen una sucesión psicótica de frases extraídas de las galletitas de la suerte.

Cualquier mañana abres tu cuenta en una red social o pones un magacine en cualquier canal de televisión y aparece alguien diciendo cosas como que la supervivencia al cáncer se incrementa exponencialmente si se sabe que "el triunfo no está en vencer siempre, sino en nunca rendirse", o que la clave para encontrar el empleo de tu vida después de cuatro años en el paro y dos desahucios es "sonreír y seguir adelante, porque si luchas por lo que quieres tarde o temprano llegará". Que te coge en ayunas y te amarga todo el día pensando en lo tonto que has sido hasta ese momento de tu vida, siendo tan despreocupadamente infeliz cuando la dicha plena estaba siempre ahí mismo, dentro de ti, al alcance de tu voluntad.

Rivera y Sánchez son dos tipos cuyos discursos parecen una sucesión psicótica de frases extraídas de las galletitas de la suerte

Pues andaba yo ciscándome en todo lo que se mueve a cuenta de mi traumático regreso al paraíso del trabajo cuando se me han venido encima las informaciones sobre Dan Gilbert, otro psicólogo experimental con la fórmula de la felicidad pero, dicen, totalmente diferente a los otros psicólogos experimentales con fórmulas de la felicidad. A este, leo, le diferencia que está etiquetado en la Universidad de Harvard y que utiliza para sus estudios métodos científicos, lo que he de suponer que implica el reconocimiento de que todos los demás no lo hacen y se sacan sus resultados, sus estudios y sus consejos de ahí mismo. Por lo demás, Gilbert también tiene sus libros superventas y sus charlas supermotivadoras con lista de espera. Anduvo esta semana de conferencias por España, lo digo por si habían notado ciertas perturbaciones en sus respectivos campos de fuerza y no sabían a qué podían deberse.

A mí me motiva Gilbert, porque ya avisa de entrada que "en la industria de la felicidad hay mucha gente que está equivocada", no como él, y reconoce que no hay recetas mágicas para ser feliz, por la sencilla razón de que desconocemos qué es lo que nos hace felices o infelices hasta que sucede, y que eso que ha de suceder o no ni siquiera depende en gran medida de lo que hagamos dejemos de hacer. Tiene ejemplos contundentes, claro, que para eso es de Havard. En uno de ellos habla de un hombre que fue condenado injustamente, aunque siendo un negro de Luisiana tenía ya de entrada muchas posibilidades, y pasó 37 años en prisión, la mitad de ellos encerrado en total aislamiento en el corredor de la muerte, antes de se reconociera el error y fuera puesto en libertad. Dice el psicólogo que cuando salió de prisión aseguró: "No lamento ni un minuto. Fue una experiencia gloriosa". 

Otro de sus ejemplos supercontundentes es el de Ronald Wayne, cofundador de Apple junto con Jobs y Wozniak pero que por miedo al fracaso se bajó del carro antes de tiempo: vendió por 800 dólares unas acciones que ahora valdrían 62.000 millones. Cuenta que Wayne es ahora un feliz ingeniero jubilado que nunca se ha arrepentido de su decisión. 

Me voy a relacionar con los otros poniendo todo de mi parte, sexo, ejercicio, música y conversación según vaya viniendo

La clave, ya habrán podido imaginar es la resilencia, esa asombrosa capacidad que presuntamente tenemos para sobreponernos a todos las situaciones terribles que nos tiene reservada la vida, que es muy traidora. "Los seres humanos", razona el psicólogo, "constantemente sobredimensionan lo infelices que serían ante la adversidad". Con esto y lo impredecible de los acontecimientos, Gilbert concluye que lo mejor es tomarlas según nos van viniendo, porque nunca sabemos dónde puede estar emboscada la felicidad, y que mientras nos asalta poco más podemos ir haciendo que "prácticar sexo, hacer deporte, escuchar música y conversar con los demás". 

No tengo claro en este momento, porque no he pagado la entrada para la conferencia completa, si practicar mucho sexo convalida el ejercicio y parte de la conversación, si bailar zumba cuenta como deporte y música o si la masturbación compulsiva suma como un rato de sexo y diez minutos diarios de ejercicio con mancuernas. El caso es que la combinación regular de estas cuatro sencillas actividades asegura un nivel de felicidad cercano a la inconsciencia, ya que "lo que nos hace felices en la vida son otras personas", en palabras del gurú de Harvard. 

Yo, por si acaso, me voy relacionar con las otras personas poniendo todo de mi parte, sexo, ejercicio, música y conversación según vaya viendo. Si un tipo de Lousiana fue capaz de ser feliz después de 37 años de condena injusta, malo será que yo no consiga afrontar con cierta dignidad mi condena laboral perpetua. Mi segundo apellido desde hoy será resilencia y voy a transformar esta mala baba que ahora me chorrea por la comisura de la siesta veraniega, este odio antiguo y pastoso por la humanidad, en un chute de felicidad contagiosa. Voy a ser tan feliz que hasta es posible que reviente y salpique a alguien, que ponga todo perdidito de trozos de felicidad. Avisados quedan.

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