Opinión

Los milagrillos de Marcelo

Una fuerza misteriosa empuja a nuestros ministros a convertir una tragedia en un insulto a las víctimas y a la inteligencia

"LA POLÍTICA ES un magnífico campo para el apostolado y la santificación". Aunque pudiera parecer lo contrario, no lo han dicho los terroristas yihadistas en su reivindicación del atentado contra la delegación española en Kabul, sino el ministro del Interior de España, Jorge Fernández Díaz, designado como miembro del Gobierno por el tercio de la Edad Media.

Es verdad que al resto de los ciudadanos muchas veces se nos escapan sus razones, pero es porque su mandato no es de este mundo. Los designios de Fernández Díaz son inescrutables, por eso puede dedicar sin más explicaciones el tiempo y los recursos públicos a condecorar a la Virgen del Amor con la máxima distinción de la Policía Nacional, por su "estrecha colaboración" con el cuerpo, u otorgar la Gran Cruz del Mérito de la Guardia Civil a la Virgen del Pilar, por motivos evidentes.

Toda su agenda diaria, ha reconocido, se diseña para que no interfiera su costumbre de "ir a misa todos los días, rezar el rosario, hacer un rato de oración, otro de lectura espiritual...", tal y como marcan los preceptos del Opus Dei, un organización que, como es público, se sitúa mucho más cerca del funcionamiento de cualquier ONG de buena voluntad que de la opaca secta ultra y destructiva que han descrito centenares de su exmiembros, sin duda resentidos tentados por el Diablo. No puede ser de otro de modo, ya que si no estaríamos hablando de un fanático religioso que rinde cuentas a sus directores espirituales antes que al pueblo soberano, lo que sería un pecado democrático capital.

Es el ministro de Interior de España, Jorge Fernández Díaz, designado como miembro del Gobierno por el tercio de la Edad Media

Pero hay pruebas más que sobradas de que el ministro no es un talibán incapacitado para la vida en una sociedad civilizada del siglo XXI, como el hecho de que las medallas y condecoraciones que concede a sus estatuas de madera favoritas no sean con distintivo rojo, las pensionadas, las más codiciadas. ¡Hasta ahí podíamos llegar! No, estas, las medallas que llevan aparejadas cuantías económicas, las reserva para sus altos cargos, personas de carne y hueso, según testimonio de quienes las vieron por última vez, que tampoco es fácil porque no salen mucho de sus despachos.

Las distinciones con distintivo rojo se reservan por ley en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para los agentes que han arriesgado sus vidas en su trabajo más allá incluso de lo que es su obligación, salvando las vidas de otros, desmantelando las más peligrosas bandas de delincuentes o acabando ellos mismos heridos o incluso muertos. Durante el mandato de Fernández Díaz más del 90 por ciento de estas condecoraciones han sido para altos mandos sin ninguna actividad en la calle ni en los escenarios internacionales de riesgo, mientras que los policías y guardias civiles que se la juegan cada día se tienen que conformar con los distintivos blancos, que sirven para rellenar las pecheras de los uniformes de gala pero tienen el mismo efecto real que las medallitas de los santos.

Serán, supongo los milagrillos de Marcelo, el ángel de la guarda que según el ministro le ayuda en sus cosillas. Lo mismo le busca "un sitio para aparcar" que consigue que después de cuatro años de reducción de efectivos en Policía y Guardia Civil, de recortes en los medios hasta el punto de tener a los agentes sin chalecos antibalas o circulando en patrullas que se caen a trozos, el índice de delitos en España siga bajando año tras año. Si Jesús caminó sobre las aguas, él anda sobre la estadística, un terreno igual de inestable pero que como proeza cuenta lo mismo. No es extraño, por tanto, que sus hombres le anden saliendo cada poco en procesión rogatoria, como penitentes con tricornio.

El sábado mismo se presentó ante el país para pedir a los ciudadanos otro acto de fe, sin que parecieran importarle demasiado los cadáveres de los dos policías nacionales que han muerto en el atentado terrorista de Kabul a manos de otros fanáticos religiosos que, como él, también están seguros de que "todo responde al plan del todopoderoso". Pese a que todos los datos y las informaciones constatan que el ataque fue exactamente lo que parece, mantuvo la rocambolesca versión del Gobierno de que el objetivo no eran los intereses españoles en la capital afgana, aunque sí ha sido un "ataque contra España", misterio que debe figurar justo detrás del de la Santísima Trinidad.

No es extraño que sus hombres le anden saliendo cada poco en procesión rogatoria como penitentes con tricornio 

Según Fernández Díaz, el atentado no era contra la embajada, sino contra la casa pegada a esta en la que se alojaban los funcionarios españoles, pero que «eso no lo podían saber los terroristas porque no hay ningún elemento externo que lo delate». Es decir, que los talibanes afganos que planificaron minuciosamente el ataque desconocían por completo quiénes ocupaban desde hace años esos edificios situados en una de las calles más transitadas de Kabul.

Desgraciadamente para el ministro, no ha sido necesario un concilio de teólogos para desmontar su patraña. Ha bastado el testimonio estremecedor de uno de los policías nacionales allí destacados, que vio morir a sus dos compañeros y permaneció más de doce horas bajos los disparos y las explosiones de los terroristas, hasta que los rescataron fuerzas estadounidenses y del Ejército afgano. Habla de muerte, de fallos de seguridad, de heroicidad y de la única embajada en Kabul que no está en la zona de alta seguridad de la ciudad, seguramente por una mera cuestión económica.

No sé si serán las cosas de Marcelo, el plan divino o las oraciones de nuestro santo varón, pero no logro desentrañar ese misterio que impulsa a determinados ministros en campaña a convertir cualquier tragedia nacional en un insulto a las víctimas, a los ciudadanos y a la inteligencia. Dios nos coja confesados.

Artículo publicado en la edición impresa de El Progreso del 13 de diciembre de 2015.

Comentarios