Opinión

La única autoridad

Verónica Pérez nos adelantó el final: la resistencia inútil de un héroe plano y la entrada al pillaje de las tropas asaltantes

ES DE JUSTICIA, precisamente en estos momentos, darle al PSOE las gracias. Por los servicios prestados, que los hubo, aunque ahora no consigamos recordarlos con mucha precisión, difuminados en el espesor de su historia reciente, porque parece que todo en este partido es ya historia. Pero agradecimiento, sobre todo, por el espectáculo que nos han brindado a todos los españoles, sin distinciones ideológicas o territoriales, en esta última semana. 

Pocas veces una organización, una institución de semejante trayectoria, ha sabido morirse con tanta generosidad, con tan poco egoísmo, superando la tentación de pudicia en un momento tan íntimo para convertirlo en una ofrenda a las tradiciones patrias del sainete y la carnicería entre hermanos. Gracias, ha sido admirable, glorioso. 

En mi memoria, solo Tejero supo dotar de un significado tan completo la intervención estelar con la que se dio a conocer, aquel 23-F

Porque solo desde la más férrea voluntad de convertirse en una metáfora de la historia del propio país puede entenderse este empeño exhibicionista en prolongar una agonía, seguro que en la convicción de que, asumida la inminencia del estertor, este ha de servir al menos para algo, debe quedar como ejemplo. De lo que sea, pero como ejemplo. 

También es verdad que pudieron ahorrase el espectáculo de la reunión del Comité Federal de ayer [este sábado], que para mi gusto se les fue a los guionistas de las manos, lo que le restó un punto de credibilidad. Podían haber dejado la cosa muy arriba, en plena tensión narrativa, en el mismo momento en que una tal Verónica Pérez se plantó en la puerta de la sede de Ferraz y, rodeada por decenas de periodistas y cámaras, gritó: "En este momento, la única autoridad que existe soy yo". Qué frase, qué momento. 

Hay que tener las cosas muy claras para salir de la nada, plantarte ante un país expectante y soltar algo así. No basta con tener claro solo ese instante, no llega con una seguridad momentánea; hay que tener claro todo, quién eres, de dónde vienes, tu lugar en el mundo, el sentido de la vida: "En este momento, la única autoridad que existe soy yo". En mi memoria, solo Tejero supo dotar de un significado tan completo la intervención estelar con la que se dio a conocer, aquel 23-F. Pero hasta él, que tenía bigote y tricornio –también una pistola en la mano, guardias ametrallando el techo y unos cuantos tanques en la calle, pero todo eso era accesorio y casi innecesario ante el alarde de un bigote y un tricornio–, mostró menos empaque, menos presencia, más dudas que esta mujer. Tuvo que reconocer ante los diputados que acababa de secuestrar que sí, que él mandaba mucho, pero que aún así tenía que esperar la llegada de la autoridad, militar por supuesto, que se haría cargo del mando. 

Verónica Pérez no. De repente, los atónitos españoles descubrimos, en un grandioso giro de guión, que la autoridad que tanto tiempo llevábamos esperando era esa desconocida. Luego, con la misma seguridad, se dio media vuelta, se metió en un taxi y se fue por donde había venido, dejándonos el impacto de aquellos diez minutos gloriosos de Marlon Brando en Apocalypse Now, que le bastaron para hacerse dueño de la película. 

Yo, supongo que como todos, corrí a Google para teclear su nombre, ansioso de conocer todo sobre aquella mujer, sobre aquella vida, sobre aquella emperatriz. Y sí, allí estaba todo: militante del PSOE andaluz desde los 14 años, Verónica se acostumbró a recibir cargos orgánicos, concejalías y regalías desde muy pronto, hasta verse obligada, la pobre, a dejar sus estudios de Económicas recién empezados para cumplir con su deber con la política profesional; más que suficiente para que Susana Díaz la nombrase su abanderada de confianza en la agrupación socialista sevillana y en la presidencia del Comité Federal del PSOE; tiene 38 años y lleva desde los 21 cobrando de cargos públicos 

Puede parecer poco, pero no se puede pedir más. Es imposible perfilar con menos trazos un personaje que contenga todas las claves, todas la explicaciones. Desde el momento en que ella anunció al mundo "la única autoridad soy yo", todo estaba completo, contado. Incluso la escena de la gran batalla final de ayer [el sábado], que tuvo su mérito como espectáculo visual, bien rodada y con momentos narrativos notables, violencia y lágrimas. Sirve para justificar el presupuesto de superproducción, para dignificar el momento de la eutanasia del único partido político del régimen de la Transición que se mantenía inmutable, ensimismado. Quizás por ese lado se salven, como epílogo de una historia común. 

Desde el momento en que Verónica Pérez anunció al mundo "la única autoridad soy yo", todo estaba completo, contado

Todos los demás personajes, las demás escenas, me parecen superfluos, innecesarios. Quieren aparentar grandeza, pero nadie se acordará de ellos dentro de un tiempo. Tal vez aparezca una referencia fugaz en un futuro capítulo de Cuéntame. Pero los Pedros Sánchez, las Susanas Díaz, no trascenderán, serán solo malos recuerdos que se irán difuminando con rapidez ante la llegada de otros actores, de otras escenas, de otros recuerdos. Pero estoy convencido de que nada podrá acabar con Verónica Pérez, ni siquiera su probable regreso a la anónima fama de su feudo sevillano. 

Fue ella, con todo el poder de una simple frase, la que nos contó todo. Tras su irrupción, ya sabíamos cómo iba a terminar esto, que lo que restaba era uno de esos finales comerciales y previsibles: la resistencia numantina e inútil de un héroe plano y anodino, la entrada al pillaje de las tropas asaltantes y la plaza tomada reducida a ruinas. 

Y, por supuesto, otra entrada de Mariano Rajoy en el Congreso para ser reconocido definitivamente como aquella autoridad competente que esperaron en vano aquel 23-F.

* Artículo publicado en la edición impresa de El Progreso el día 02/10/2016

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