Opinión

La izquierda

El problema de la izquierda es que solo se valora cuando se echa en falta, que no sabe hacerse valer

Autocomplacencia. EFE
photo_camera Autocomplacencia. EFE

MIRA QUE llevamos mal en este país lo de la izquierda, sobre todo los que somos más de derecha de toda la vida porque es lo natural, lo que nos ha tocado. Y no será por falta de roce, pero ni así hemos logrado hacer nacer el cariño.

Claro, han sido muchos años de derecha porque sí, incluso a hostias cuando fue preciso, que hubo épocas. Cuando yo era chiquillo muchos profesores, sobre todo frailes y monjas, aunque no solo, trataban de curar a la chavalada de la izquierda a collejas, para que fuera a derechas, como el resto, como dios manda. Siniestros, les decían a los pobres, que solo eran zurdos.

A lo mejor ya va siendo hora de más de ir a lo importante, a eso que sí marca la diferencia

Ahora, con las nuevas tecnologías y las redes sociales, no se cómo va la cosa, pero antes sabías si eras diestro o siniestro por las pajas: te sentabas un rato sobre las dos manos, hasta que te empezaban a hormiguear, y te tocabas con el ánimo acostumbrado; si usabas la izquierda y parecía que te la estaba haciendo otra persona, eras diestro, y viceversa. Esto no recuerdo quién nos lo enseñaba exactamente, a lo mejor incluso algún fraile, pero no podría jurarlo. El caso es que era un método inapelable, porque a un adolescente zurdo le puedes obligar a aprender a coger el cuchillo o el lapicero con la derecha, aún a costa de su caligrafía, pero cómo debe ser exactamente, en su velocidad e intensidad justas, el último golpe de muñeca solo lo conoce la mano buena.

Sea como sea, yo soy diestro. Que uso de natural la derecha, quiero decir, no que sea un maestro en el último golpe de muñeca, porque a falta de competición oficial que lo demuestre sería pura presunción. Por eso sentí cierto alivio este verano cuando, por causas impropias de mi edad y mi sentido común, fui a dar contra el suelo y me rompí un par de cosillas o tres. Cuando me inmovilizaron el brazo para varias semanas pensé lo típico: menos mal que no ha sido el derecho.

La izquierda se ha encontrado con una ocasión única de hacerse valer en un momento en el que cualquier desafío acaba en frustración

Y sí, menos mal, pero tampoco tanto. En esto a uno le pasa como al país, que no sospecha lo mucho que necesita la izquierda hasta que se la inutilizan y a la derecha se le ven las costuras. Le cojes cariño a fuerza de echarla de menos. Hasta las cosas más simples, los gestos más cotidianos, se convierten en un desafío: aborcharse unos botones, atarse los cordones de los zapatos, lonchear un embutido, sacudirte las últimas gotas al orinar sin acabar pensando en sondas o pañales para adultos, escribir este artículo... todo es una hazaña inacabada, una frustración.

Algo parecido le está pasando ahora a eso que en este país hemos dado en llamar izquierda, de momento más por la fama que por la lana. Por circunstancias ajenas a sí misma, por una caída de la derecha -aunque en este caso por razones totalmente propias de su condición y naturaleza- en la que se ha roto un par de cosillas o tres, la izquierda se ha encontrado con una ocasión única de hacerse valer en un momento en el que cualquier desafío acaba en frustración.

A lo mejor la manera correcta de empezar a rozarse, a hacerse querer, de quitarse ese complejo de inferioridad, era por las pequeñas cosas, por los gestos, por interrumpir el choteo eterno de la momia de un dictador, por feminizar la mesa del Consejo de Ministras, por salvar de la muerte a un grupo de refugiados o por recuperar la Sanidad Universal. Pero a lo mejor ya va siendo hora de más, de ir a lo importante, a eso que sí marca diferencias reales entre la izquierda y la derecha y, sobre todo, eso que sí influye en el presente y el futuro de los ciudadanos. Ese tipo de cosas que sí hacen brotar el cariño y te convierten en imprescindible, algo que no consista solo en autosatisfacerse mientras te engañas pensando que la mano que imprime el BOE no es la tuya.

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