Opinión

Desamortización

▶ El milagro de la inmatriculación es solo comparable en provecho al de la multiplicación de panes y peces

NO SE SABE muy bien qué ha pasado con los milagros, que ya no son como antes. Como si se tratara de un hecho tan extraordinario e inexplicable como el propio milagro, los milagros han desaparecido. Les ha pasado un poco como a los espectros, los ovnis y las apariciones marianas, que desde que todo el mundo va con una cámara de fotos y vídeo en la mano no se han vuelto a ver. Y también es mala suerte, porque hace no tanto en cualquier lugar te podía asaltar un muerto reciente de tu pueblo con el que a lo mejor ni te saludabas en vida, se te cruzaba la Virgen de la candelaria para darte una misteriosa lista de recados o te abducían unos tipos de Venus con maneras de taxidermista.

Pero ya no pasa, como con los milagros desde que la ciencia comenzó a sacudirse la amenaza de la hoguera, que también es casualidad. Y, sin embargo, los hay. La conferencia episcopal española se ha ocupado en su reunión recién celebrada del último de ellos, conocido como el milagro de la inmatriculación y solo comparable en provecho a aquel de la multiplicación de los panes y los peces de Jesucristo, maestro mayor milagrero y mito en el sector.

La inmatriculación es el milagro por el cual cualquier propiedad que antes no estuviera inscrita en un registro puede transustanciarse en propiedad de la Iglesia por el simple capricho de un obispo, imbuido para la ocasión con el poder de fedatario público por obra y gracia de una ley de 1944, que ya ha llovido.

De esta manera, en los últimos 15 años la Iglesia ha inscrito a su nombre alrededor de 5.000 propiedades, desde cementerios a ermitas, pasando por fincas, pisos, la mezquita de córdoba, una muralla, la basílica del Pilar, casas parroquiales o un frontón. En muchas comunidades ha pasado a ser el principal agente inmobiliario, muy a su pesar porque como ya es sabido su reino no es de este mundo.

Para profundizar en su carácter milagroso, lo ha hecho además sin tener que presentar más testigos ni documentación que el simple certificado del obispo correspondiente, y además sin obligación de hacerlo público, por lo que cuando la mayor parte de los afectados se dan cuenta ya se ha superado el plazo para reclamaciones. La conferencia episcopal anda preocupada porque el Gobierno, por orden del congreso, ha anunciado que en el plazo de seis meses elaborará y hará pública la lista de bienes inmatriculados por la Iglesia, lo que abriría la puerta a que muchos ayuntamientos, parroquias e incluso particulares puedan reclamar aquellos que se justifiquen como de uso o propiedad eclesiástica. En vista de las dudas, los obispos no han corrido a facilitar ellos mismos la lista, para que todos podamos comprobar la naturaleza del milagro y asombrarnos y admirarnos y postrarnos ante el poder divino, sino que se han puesto a tronar contra "un clima de desamortización encubierta" y "una manipulación de un bien de dominio público". Al portavoz de los obispos, José María Gil Tamayo, solo le ha faltado una amenaza explícita en forma de lluvia de azufre y fuego purificador, pero quien tenga oídos que oiga.

Dice Gil Tamayo que la Iglesia "ha hecho el registro de propiedades con absoluto respaldo a la legalidad vigente". Y no miente, porque se sigue aplicando aquella ley hipotecaria de 1944, pese a que muchos la consideran inconstitucional, y la reforma de ley hipotecaria introducida por Aznar en en 1998. Lo que no dice es que ni siquiera con la ventaja de su parte ha sido la Iglesia capaz de contener su codicia y que muchos tribunales de Justicia por todo el país ya han dado la razón a los ayuntamientos o vecinos que han reclamado y les han devuelto las propiedades, también con absoluto respaldo a la legalidad vigente y en un acontecimiento igual de milagroso, porque ya es milagro que en este país se le quite la razón al poderoso para dársela a quien la tiene.

De ahí el miedo de la conferencia episcopal a que se haga público ese listado de bienes inmatriculados con nocturnidad y alevosía, miedo a que cuando muchos feligreses se enteren de lo que han hecho con el campo de la feria de su pueblo les monten un auto de fe con acto de contrición en sesión vermú y hoguera fin de fiesta con la orquesta apocalipsis.

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