Opinión

Una vela a Dios y otra al Diablo

Una monja recibe la vacuna. EFE
photo_camera Una monja recibe la vacuna. EFE

LA ANSIEDAD ME VA a matar, si no lo hace la vida antes. Bien es cierto que a mí me hacen falta pocas excusas para empastillarme, le tengo mucha fe a la química. Seguro que mi paraíso perdido está en una farmacia, entre los malos hábitos y la mala salud en mi cuerpecillo debe de haber ya más química artificial que natural.

Cualquier disculpa me vale, si antes la ansiedad era por la pandemia ahora es por la vacuna. Todo va demasiado lento, la quiero ya o me voy a convertir de un momento a otro en un grupo de riesgo para los que me rodean. De los nervios los tengo.

Incluido mi médico de cabecera, un santo. El otro día aproveché una de esas consultas telefónicas que parecen más una llamada al Teléfono de la Esperanza para intentar sonsacarle y presionarle para que me metiera en algún grupo de riesgo. Mi pasado, mi presente y, sobre todo, mi futuro pulmonar deberían ser razones más que suficientes, creo yo. "Eso lo deciden en la Consellería", me regateó con habilidad, "ya te llamarán. Tienes listas las recetas, ¿algo más?". Lo que digo, un profesional.

Así que en estas ando rezando a Feijóo, el único ser todopoderoso na miña terra galega desde que Dios se echó a descansar, para que me incluyan entre la población a vacunar de inmediato. Tengo devoción y más patologías previas que un mártir, malo será. Por si Feijóo me falla, como plan B estoy pensando en recurrir a la Iglesia. Ya se sabe, una vela a Dios y otra al Diablo, como están haciendo los propios obispos por toda España adelante. Tengo que buscar la mejor manera para realizar un acercamiento convincente, porque ya no tengo edad para monaguillo, con lo que eso hubiese facilitado las cosas, pero algo se me ocurrirá.

En la Iglesia, por lo que parece, tampoco le tienen mucha fe a Dios para esto del covid, últimamente hay más prelados saltándose el turno para vacunarse que almas en el purgatorio, que debe de ser lo más parecido que hay en cielo a una residencia de la tercera edad en Madrid.

No me extraña, ellos mejor que nadie saben que Dios castiga sin palo ni piedra. En este momento está confinado por dar positivo por covid el ecónomo de la diócesis de Orihuela-Alicante, al que las crónicas describen como "cura negacionista". Supongo que, como cualquier otro cura negará un sinfín de cosas, aunque en este caso lo que negaba era la existencia del virus: no usaba mascarilla ni para dar misa, lo que provocó que se contagiasen quince curas, cuatro enfermeros y dos trabajadores de la casa sacerdotal en la que vive. Entre sus milagros también se cuenta haber contagiado a nueve monjas de clausura de un convento al que iba a dar misa, lo que ya es rizar el rizo: por si no fuera suficiente la clausura, confinadas. Si eso no es ganarse el cielo, baje Dios y lo vea.

Por fortuna, todavía quedan trabajadores fieles en la viña del Señor. El obispo de Zamora acaba de anunciar que el próximo miércoles, al que le dicen de ceniza, sacará a las puertas de la catedral la reliquia de la Cruz de Carne, un trozo de carne acecinada que según parece es mano de santo contra las cosas típicas de las pandemias, como morirse a miles por cualquier sitio.

Los zamoranos le tienen aprecio a la reliquia porque se ve que es la que los protegió de la peste negra en la Edad Media. Sin que sea yo quién para afirmar o para negar las indicaciones de su prospecto, Dios me libre, tengo mis dudas de que este trozo de carne pueda ser de gran ayuda en este caso, más que nada porque la peste está causada por una bacteria y el covid-19, por un virus. Si ni siquiera los medicamentos que se han creado para el coronavirus sirven ya para las nuevas cepas, mucho me sorprendería que vaya a servir una reliquia específica para bacterias.

Pero doctores tiene la Iglesia. Yo, por si acaso, seguiré el ejemplo de los obispos y me vacunaré, Feijóo mediante.

Comentarios