Opinión

Un hombre enfermo

No hay bandera en la que me pueda envolver que me haga sentir más calor de patria que uno de esos desleídos pijamas del Sergas

Pasillo del servicio de urgencias del Hula. EP
photo_camera Pasillo del servicio de urgencias del Hula. EP

SOY UN HOMBRE enfermo. Enfermo no a la manera resacosa que cantaban Los DelTonos en los 90, aunque también, sino enfermo de un modo mucho menos festivo, más maduro y sistemático, casi profesional. Enfermo de los que cuestan dinero, de los que pueden poner a la Seguridad Social contra las cuerdas, de los que pueden hacer que alguien se cuestione los límites asistenciales del Estado teniendo en cuenta el escaso rédito que rento.

El caso es que, en parte por la mala genética, en parte por la mala cabeza y en parte por un instinto de supervivencia mermado por años de hábitos tan malsanos como placenteros, estaba en el hospital leyendo el periódico cuando un titular se me vino a enredar entre los goteros: "Los ricos viven hasta once años más que los pobres en España". Era la presentación del informe sobre desigualdad publicado por Oxfam Internacional, que, entre otro conjunto de datos aún más descorazonadores, incluía ese: la esperanza de vida de los vecinos de los barrios altos de Barcelona es hasta once años superior a la de los habitantes de los barrios más pobres; en el caso de Madrid, por poner otro ejemplo, la diferencia es de siete años.

Ya ven, tanto tiempo vendiéndonos la burra de que lo importante no es el dinero, sino la salud, y va a resultar que hasta en el consuelo nos tenían engañados, que solo era otra mentira piadosa para que fuéramos tirando sin dar mucho ruido hasta que nos fuéramos muriendo, unos antes que otros. Igual que aquello de que "el dinero no da la felicidad, la compra hecha", habrá que asumir que quizás tampoco da la salud, pero compra vida. A puñados, por años.

Yo no vivo en un barrio rico. Tampoco en uno pobre. Pero miro todo ese despliegue de especialistas, ateeses, auxiliares, radiografías, sueros, camillas, anestésicos y análisis y hago cuentas: me sale que los 26 años de cotización que figuran en el último historial que me mandó la Tesorería General de la Seguridad Social en mi caso no hubieran alcanzado para mantenerme vivo esos 26 años. Para las cosas de chapa y pintura tal vez, pero no para mantenerme vivo.

Al menos, no en otro país que no fuera este. Porque miro hacia la cama de al lado y veo a mi compañero de habitación leyendo el periódico mientras a su alrededor hay el mismo despliegue de medios que para mí. Y a él tampoco le pregunta nadie si vive en un barrio o en otro, solo si tiene dolor o si puede, por favor, levantar los pies para poder limpiar por debajo de la butaca.

Seguro que en su periódico también viene lo de que en España los ricos viven hasta once años más que los pobres. Y lo de las movilizaciones en favor del sistema sanitario público en Galicia. Y seguro que, como en el periódico que yo leo, también se informa de que la primera medida que ha tomado el nuevo gobierno de derechas-derechas-derechas de Andalucía ha sido eliminar el impuesto de sucesiones para aquellas fortunas por encima del millón de euros, supongo que para que los que más viven puedan comprar más años de vida a costa de los que menos tienen.

Oiremos muchas veces este tipo de propuestas en las campañas electorales que vienen. Promesas de rebajas masivas de impuestos con argumentos de tan poco recorrido como el clásico "donde mejor está el dinero es en el bolsillo de los españoles". Mentira. o verdad solo dependiendo de cuánto dinero y de quién sea el bolsillo. En el caso del 90% de ciudadanos españoles, una masa de empleados y autónomos de subsistencia, esos pocos euros que les podría ahorrar esa bajada de impuestos nunca les cundiría tanto en su bolsillo como invertidos, por ejemplo, en nuestro sistema público de salud. Y si además estuvieran mejor gestionados y a salvo de la avaricia extractiva de esas mismas elites que promueven las bajadas de impuestos, su eficacia sería deslumbrante.

Seré raro, no digo que no, un hombre enfermo, pero no hay bandera en la que me pueda envolver que me haga sentir más calor de patria que uno de esos desleídos pijamas del Sergas, ni himno más emocionante que el pitido monótono de una máquina conectada a mi tórax, ni paisaje más reconfortante que una bata blanca junto a mi camilla. No hay modo más barato de comprar vida.

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