Opinión

Somos escombro

Los cuerpos envejecen mal. Casi todos y casi siempre, pero sobre todo en verano. Y todavía peor si están tatuados
Moda. CIRO FUSCO
photo_camera Moda. CIRO FUSCO

MI CUERPO ES escombro. Me gustaría pensar que ha sido el verano, que vino sibilino y se marchó a traición, pero ya no estoy para mentiras piadosas. Ha sido el verano, sí, pero también la primavera de antes, y el invierno y el otoño, sobre todo los otoños. Ha sido la vida, que amenaza ruina y avisa con lo más evidente, para no crear falsas esperanzas.

No soy solo yo, espero pese a todo, es que los cuerpos envejecen mal. Casi todos y casi siempre, pero sobre todo en verano. Después de la muerte, pocas cosas hay que igualen más a las personas que un bañador o un bikini. Cuando la edad y la ley de la gravedad van haciendo su labor, constantes e indiferentes, lo que no es grasa es pellejo. O te expandes o te amojamas, a veces las dos cosas a la vez. La ley de la deformación.

En pocos lugares es tan visible y llamativa la evidencia como en un parque acuático. Yo acabo de llegar de uno enorme y especialmente concurrido, el de Port Aventura, donde la vida enseña su inabarcable muestrario de experimentos fallidos con especial desdén. Un parque temático de fenotipos, algún día prometedores y hoy malogrados o en camino de serlo, paseando de tobogán en tobogán y de piscina en piscina en bañador y chanclas, sin la cobertura y la distracción que dan la playa y el mar, que todo lo suaviza.

Tampoco vamos a ponernos trágicos, no pasa nada. Es ley de vida, somos carne de escombrera. Eso sí, no estaría de más que al menos no ayudásemos en nuestro propio deterioro estético, que nos respetásemos y quisiésemos un poquito más a nosotros mismos. Y ni siquiera hablo de la epidemia de obesidad que afecta ya a todas las edades, pocos consejos puedo dar desde este cuerpo enclenque y escurrido que pide ser apuntalado para no desplomarse. Me refiero a otra epidemia que debería ser más sencilla de controlar: los tatuajes.

Nuestras playas y piscinas empiezan a parecer el escenario apocalíptico creado por una banda de grafiteros alucinados puestos de MDMA. Supongo que el efecto es más visible en un lugar como este también por la nutrida presencia de personas procedentes de países en los que la moda de decorarse la piel de manera permanente llegó antes que al nuestro, con lo que sus efectos sobre los cuerpos maduros y maltratados son más sobrecogedores.

Un diseño étnico, un dragón colorido, una agresiva calavera, un delicado unicornio o una frase pretendidamente definitoria (o todos a la vez) pueden lucir muy bien en un brazo fornido, un vientre plano, una espalda definida o un muslo terso. Pero es que todo eso, quieras o no, se acaba despeñando tarde o temprano por el abismo de la flacidez y la grasa mal repartida, y las letras y los dibujos acaban semiengullidos por los pechos caídos y los pliegues de la piel.

Y deslucidos, sobre todo deslucidos. Aquel sol tan sexy que rodeaba el piercing de tu ombligo cuando todavía eras capaz de formar ante él colas para lamértelo, se ha convertido con la hichazón cervecera en una especie de enana marrón que amenaza con implosionar. Y da miedo. No solo un poco de repelús, que también, sino miedo. Y aquellas enormes alas que se desplegaban sobre tu espalda triangulada hasta alcanzar tus hombros son ahora dos borrosas manchas en espera de una brigada de limpieza de Urbaser con un chorro de agua a presión.

Y los cráneos, coño, cuidado con los cráneos, que con veinte años y la cabeza rapada eres la puñetera referencia de tu pandilla de hoolingans, pero con cincuenta y el torso unido a la cabeza por un anillo de sebo solo eres un calvo con un melanoma de muy mal pronóstico.

Tampoco sobra coherencia. Me pregunto qué criterio sigue alguien que luce en el mismo espacio de piel un revolver, dos rosas entrelazadas, una cruz con espinas, la cabeza de un tigre, un corazón rojo atravesado por un puñal y tres letras chinas. Alguno parece que ha salido una semana seguida de marcha y ha terminado cada borrachera en un local de tatuajes diferente eligiendo al azar diseños de un catálogo. Solo le falta la frase "Recuerdo de Magaluf" escrita entre los omóplatos.

A mí, con todo, me gustan los cuerpos, aunque se acaben convirtiendo en escombro. Y los tatuajes. Alguno. Tal vez hasta me haga uno, para lucir en las piscinas de los hoteles de Benidorm cuando me llegue la hora de los viajes del Imserso, si con suerte tanto el Imserso como yo aguantamos hasta entones, que está por ver. Uno en una zona próxima al hueso para que no se achique, y que me recuerde lo mucho que prometía antes de que me abandonaran los veranos a traición y me atrapara la vida. Uno que ponga "Septiembre".