Opinión

Querido Sergas:

Una enfermera extrae una dosis de un vial de la vacuna contra el covid de Pfizer. MARCIAL GUILLÉN (EFE)
photo_camera Una enfermera extrae una dosis de un vial de la vacuna contra el covid de Pfizer. MARCIAL GUILLÉN (EFE)

MI TÍA FELISA era monja. Murió hace unos años, con 95. Hasta entonces, sus cartas eran las únicas que recibía por correo ordinario, junto con las del banco, las de Hacienda y la propaganda electoral. Echo de menos las cartas de mi tía Felisa. Desde hace un tiempo, lo más parecido que recibo son las del Sergas, con quien mantengo una relación epistolar fluida. Más por su parte que por la mía, es normal, siempre fui poco detallista, pero para el cariño es lo mismo.

A estas alturas de la vida, el Sergas es lo que más quiero en este mundo después de mi familia. Otros lo llaman por su nombre genérico, sistema público universal de salud, pero por aquí los íntimos lo llamamos cariñosamente Sergas. Hay relación de largo y mucha confianza, claro; soy apenas poco más que un adolescente y ya me ha avisado para la tercera dosis de Pfizer, con eso digo todo. Es una madre, solo le faltó preguntarme si quería que me hicieran dos huevos fritos para después de la vacuna.

Hay envidiosos que me dicen que no es por eso, que es porque al Sergas le figuro como enfermo crónico o inmunodeprimido o cosas aún más malsonantes, pero yo sé que no, que en realidad consto así en los papeles para que no se celen otros, por una cuestión burocrática de epígrafes, porque quedaría feo ficharme como enfermo VIP. Así que no se lo tengo en cuenta, al menos mientras el Sergas no haga cuentas conmigo: mi listado de medicación es tan antiguo y extenso que cada vez que un especialista quiere cambiarme un tratamiento tiene que pedir informes a la Dirección Xeral de Patrimonio.

Aún así, me extrañé cuando el otro día me llegaron tres cartas de golpe del Sergas. "Esto va a ser que quiere romper conmigo", me dije, temiendo abrir una y encontrarme con el típico "Cariño, no eres tú, soy yo". Es que he abusado mucho de nuestra relación, las cosas como son. Pero no, esta vez tampoco. Las dos primeras cartas estaban relacionadas con una prueba que tengo pendiente de realizar: me informaba amablemente, aunque un poco distante para la confianza que hay, de que estoy en su lista de espera y que si eso ya me avisaba unos días antes.

Fue la tercera la que me aceleró el corazón, y estoy yo como para andar con tontadas, que me planto en Urgencias en un bypass. En una esquina sobre el recuadro transparente en el que figuraba mi nombre, resaltaba una gran y gruesa "C" en azul, a la que seguían, también en mayúsculas azules pero más pequeñas y finas, las letras "ANCRO". Debajo, en un discreto gris, se leía "Colorrectal".

No me dio tiempo a leer más cuando en mi cabeza ya estaba la imagen nítida de mí mismo tumbado en una camilla con uno de esos camisones que dejan el culo al aire y una manifestación de sanitarios hurgando en mi ano con una desconcertante variedad de artilugios mecánicos. Se me encogió todo; sobre todo, eso. La abrió mi mujer, que para mis cosas es muy sufrida; menos que el Sergas, pero sufrida. Más que para las suyas, también hay que decirlo. Se sonrió al enseñarme el primer folio que sacó del sobre. Bajo el membrete de la Consellería de Sanidade, en grandes mayúsculas negras, se leía: "Invitación". Quieras que no, algo así distiende la situación, buena va de una "Invitación" al "Urgente, riesgo de muerte inminente" que yo me esperaba.

Resultó ser una comunicación del Programa Galego de Detección Precoz do Cancro Colorrectal que ha puesto en marcha el Sergas, "dirixido a homes e mulleres de 50 a 69 anos sen diagnóstico previo desta enfermidade". Aflojé todo; sobre todo, eso. Luego ya pude leer el resto: va de apune tarte a una prueba de "detección de sangue oculto nas feces". Me apunté, por supuesto, cómo le voy a negar semejante nimiedad a alguien que para una vez que me pide algo, son las heces. Espero que si alguno o alguna de ustedes recibe la invitación también lo haga, si es que todavía tiene corazón.

El caso es que pensé que ahora que parece que todos nos estamos volviendo a olvidar de lo que significa la sanidad pública, esta sería una buena oportunidad para devolver carta con acuse de recibo: que te quiero, Sergas, aunque a veces tengamos nuestras movidillas; y que cuentes conmigo para lo que necesites, hasta con mi ano si es preciso, amor.

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