Opinión

Once segundos

Lo que peor estamos llevando todos del coronavirus no es solo que mate, es que lo hace con una total indiferencia
coronavirus

PUES AQUÍ estamos de nuevo, en la casilla de salida. Quién iba a pensar que después de tanto andar habíamos avanzado tan poco, menuda decepción de especie dominante. Claro que a lo mejor el problema es que tampoco habíamos andado tanto como pensábamos, que nos creíamos muy guays y no pasábamos de chachis.

Ahora que todos vamos a tener mucho tiempo disponible en casa, me estoy acordando de una serie que se llama ‘Cosmos’. Recuerdo cuánto me impactó cuando se emitió en los ochenta. La presentaba Carl Sagan, y proponía un fascinante viaje por la historia de la vida desde la formación del universo, uno de los mejores documentales de divulgación científica que se rodaron. Gracias a esa serie cientos de miles de niños y niñas de todo el mundo descubrieron su vocación científica. Seguramente algunos de ellos están en estos momentos en un laboratorio buscando la vacuna para el coronavirus.

Uno de aquellos niños fue Neil deGrasse Tyson, que llegó a conocer personalemente a Sagan. Su influencia llevó a Neil a dedicarse a la astrofísica, y en 2014 presentó la continuación de ‘Cosmos’, una revisión y actualización de la obra de Sagan que, partiendo de los valores y el espíritu divulgativo originales, revisaba y ampliaba el ‘Cosmos’ original a la luz de los nuevos conocimientos. También fue estupenda.

Hace un par de semanas, el canal National Geographic ha estrenado ‘Cosmos: possible worlds’, una nueva temporada. Tanto en esta como en el ‘Cosmos’ original y en el posterior, los primeros capítulos incluyeron el calendario cósmico que el propio Sagan había popularizado como medio para que todos pudiéramos entender con facilidad la evolución del Universo. Sitúa en el primer segundo del 1 de enero el Big Bang, el momento de la creación, y a partir de ahí extrapola su evolución a un calendario anual: la Tierra, por ejemplo, no aparece hasta el 14 de septiembre; el primer signo de vida sobre el planeta, el 2 de octubre; para que encontrar un vertebrado habría que esperar al 19 de diciembre, y los dinosaurios no dan noticias hasta el 24; el 29 de diciembre hacen acto de presencia los primates. En esta escala, la especie humana, tan llena de soberbia, tan pagada de sí misma, solo lleva sobre la Tierra desde las 22.30 horas del 31 de diciembre; todo lo que llamamos Historia ocupa apenas los últimos 11 segundos del año.

Es jodido que haya tenido que venir un virus, un organismo tan elemental y primitivo, a ponernos en nuestro sitio, a recordarnos lo frágiles que somos, lo verdes que aún estamos, el poco recorrido que hemos completado y la cantidad de especies tan exitosas y más que la nuestra que la evolución ha ido dejando atrás y olvidando sin mayores miramientos.

Todavía nos resistimos a asumirlo, preferimos desarrollar teorías de la conspiración y pensar que han sido poderes ocultos o potencias con un apetito geoestratégico descontrolado las que han creado esta crisis y provocado esta pandemia con un organismo de laboratorio desarrollado por el propio ser humano. Nos sentimos más cómodos si pensamos en un enemigo al que podamos poner cara y ojos y cerebro, aunque sea secreto, grande e incluso invencible. Cualquier cosa antes que llorar nuestra fragilidad de microbios en el Universo.

Buscamos enemigos y culpables, se nos da bien. Nos vale cualquiera: los judíos, los templarios, los jesuítas, los chinos, los iluminati, los masones, los madrileños, el Gobierno... El miedo de la incertidumbre es más llevadero cuando hay alguien a quien señalar, alguien a quien insultar, alguien a quien responsabilizar. Y un coronavirus no es nadie: lo malo no es solo que mate, es que lo hace con indiferencia.

Reconocidos otra vez, tras esta cura de humildad que nos estamos dando, en este estado incipiente y primitivo que todavía atravesamos, deberíamos al menos esforzarnos para evitar que salga lo peor de nosotros, para aprovechar este desafío para dar otro pequeñísimo paso evolutivo todos juntos. Si todo lo que creemos que somos apenas ocupa once segundos, tampoco hagamos un drama por un par de semanas.

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