Opinión

Los mismos de siempre

ME SIENTO fatal, casi despreciable, un poco ruin. Sucio, incluso. Yo sé, porque me lo tienen dicho muchas veces mis padres y Rajoy, que no lo es pero sé que me quiere como si lo fuera, que debería alegrarme por algunas cosas como si de las mías propias se tratase. Y lo intento, pero no me sale, de lo malnacido que debo de ser y la vergüenza ajena que doy.

Yo me obligo y leo y releo las noticias, a ver si así, aunque solo sea por añadidura, me viene el sentidiño y se me ennoblece el alma. Por ejemplo: «Las empresas que componen el principal indicador de la bolsa española, el Ibex 35, obtuvieron el año pasado un beneficio neto conjunto que rozó los 30.000 millones de euros, un 45,6% más que un año antes, en lo que ha sido su mejor ejercicio de la última década en cuanto a la mejora de los beneficios».

Así, de principio, pocas noticias podrían alegrar más a un español de bien. Quizás que te ha tocado la Primitiva, que el tabaco no provoca cáncer o que vas a tener un nieto, pero poco más.

Los dos partidos del Ibex 35 confían en que, más allá de encuestas y cabreos, los beneficios de los votos caigan en sus cuentas

Pues nada, es leerla y se me pone un mal cuerpo que no me aguanto. A lo mejor es porque no se me van de la cabeza los datos de Gestha, el principal sindicato de técnicos de Hacienda, que señalan precisamente a las empresas del Ibex 35 como el foco de alrededor del 70 por ciento del fraude fiscal en el país, que vienen siendo más de 60.000 millones de euros. Pero, no, va a ser que no es por eso, esto apesta a envidia de la mala.

Ya me había pasado antes, cuando lo de Rodrigo Rato. Ya había hundido sus propias empresas familiares, nacionalizado a precio de amiguitos las joyas de la economía española, destrozado para varias generaciones el crecimiento de cinco o seis países gracias a sus recetas en el FMI y falseado las cuentas de Bankia para ocultar un agujero negro, black para ser maás exactos. Sin embargo, llegó el Banco Santander y lo fichó por un pastón como asesor internacional.

La envidia, que entonces confundí con indignación, me comía tan por dentro que decidí cerrar mis cuentas en ese banco. No para hundirlo, claro, solo por chinchar, pero me dio lo mismo: resultó que no tenía con ellos ni una triste libreta de ahorros. Me dio tanta rabia, tanta impotencia sentí, que me fui de inmediato a un banco en el que sí tenía algo e invertí la mitad de mi dinero en acciones del Santander. Estos canallas, pensé, saben algo que yo no sé, porque si no el Botín no se arriesga a comprarse un tipo como ese; así que si no puedo quitarles mi dinero, al menos compartir el suyo.

Unos meses después se murió Botín y bajaron las acciones, como si los inversores pensaran que se había llevado toda la pasta de la caja con él al más allá, y luego al Santander le dio por hacer no sé qué ampliación de acciones y las mías pasaron a valer menos. Pero de esto no culpo a Rato, la culpa es mía, que a ratos soy gafe y a ratos, gilipollas.

No culpo a Rato, la culpa es mía, que a ratos soy gafe y a ratos, gilipollas

A punto he estado de que me pasara algo parecido con Bankia y Abanca, otras dos noticias que deberían elevar mi orgullo patrio al nivel de un senador madrileño pero que solo me conmueven las entrañas por la zona de la bilis. El banco de Blesa y Rato, que rescatamos con 22.000 millones, presenta 747 de beneficios ante sus accionistas. El gallego, al que inyectamos 9.000 millones y que vendimos por 1.000, ha ganado en su primer año más que el precio de compra. Felicidades a todos, por lo que nos toca.

Supongo que es así como deben funcionar las cosas, el sistema. No me extraña ver a los dos partidos del Ibex 35 tan convencidos de que, más allá de encuestas y cabreos, al final los beneficios de los votos caerán en sus cuentas. «Somos la estabilidad», se tranquilizan PP y PSOE, «los garantes del sistema, los españoles no invertirán en aventureros».

Empiezo a pensar que tienen razón. John Benjamin Toshack, un español de Gales, nos caló enseguida. El Real Madrid acababa de perder 5-1 en Balaídos y el entrenador compareció en rueda de prensa rojo de ira: «Hoy me cargaría a todos los jugadores», reconocía con ese acento tan cómico con el que se hacía entender, «el martes, solo a ocho; el jueves creo que los culpables son solo dos o tres; al final acaban jugando los mismos once cabrones de siempre».

Pero también recuerdo que esa temporada su equipo no ganó nada. Meses después fue destituido, dejaron de jugar los once de siempre y el Madrid se llevó la Champions. Yo me había hecho hincha de la Real Sociedad, claro.

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