Opinión

Unas John Smith blancas

HASTA LOS veintitantos, no calcé otra cosa que las botas John Smith blancas, con la línea roja que recorría alrededor todo el inicio de la suela en su unión con la tela y la raya negra de abajo que acababa justo en el refuerzo de la puntera. Ni siquiera eran blancas, de nuevas tenían un tono amarillento y mi madre me las lavaba un par de veces con lejía para que blanquearan, porque si no, no las ponía.

Zapatillas
Zapatillas

Son exactamente igual que las Converse All Stars, solo que valían la mitad. Todavía lo valen, lo acabo de mirar en internet. Pero en la etiqueta circular impresa en el lateral destacaban las letras de John Smith en mayúsculas y en rojo y las palabras Heavy cushion en la parte superior. No podían molar más.

Se podía saber cuánto tiempo llevaba uno de fiesta por el aspecto de sus John Smith, por las manchas de calimotxo y de pisadas y barro acumuladas por aquellos pubs heavys de Nájera, por los chiringuitos en almacenes agrícolas de los pueblos en fiestas, por los caminos regados que llevaban a la oscuridad cómplice de los chopos junto al río.

Había domingos que mi madre no me dejaba entrar en casa con ellas, me hacía descalzarme en el corral. Luego las veía el lunes por la mañana en un balde con agua y lejía en la pila del corral, antes de volver a la lavadora y recuperar de nuevo su color blanco vívido, que era cuando más chulas estaban, cuando ni una madre era capaz de acabar con todas las huellas de aquel fin de semana anterior, tan inolvidable como prometía ser el siguiente. Había un periodo en el que me gustaban especialmente: era ese par de semanas antes de tener que tirarlas, cuando la goma ya se iba separando de la tela a fuerza de trote y lavados pero todavía no se había despegado del todo. A veces se podían arrancar pequeños trozos de la goma, de destartaladas que estaban. Era entonces cuando parecía que las zapatillas hablaban de uno mismo, que certificaban lo vivido con una verdad sin fanfarronadas, que decían a quien las mirase: "Nosotras con este, al fin del mundo".

"Ningún rockero de mi pueblo hubiera llevado unas Converse, sería como comprar un disco de Europe"

Y luego, si aún se les veía provecho, quedaban en la casa, en el corral, entre la ropa y el calzado del campo y el trabajo, por si todavía podían dar un par de mañanas por la viña sulfatando, y volvían al hogar ahogadas en aquel líquido azul de la sulfatadora que daba vida a la uva y al vino que vendría para hacer en aquellos chiringuitos de piso de tierra más calimotxos que empaparían otras John Smith pasadas por lejía que aspirarían a vivir como ellas.

Ningún rockero de mi pueblo hubiera llevado unas Converse, sería como comprar un disco de Europe. Ni hubiera comprado las zapas que acaba de poner a la venta la firma Balenciaga, unas botas de tela efecto destrozadas, con el mismo aspecto de mis John Smith después de tres días de fiesta. Las ha llamado Paris High Top Full Destroyed y valen 1.450 euros. Balenciaga  dice que son "un clásico renovado que reinterpreta el atletismo y el casual atemporal de mediados de siglo", por lo que inmediatamente después de leerlo me he cagado en sus atemporales muelas. Recomiendan limpiarlas "con un paño suave" para conservar su aspecto. Si se le ocurre a Balenciaga entrar en mi casa con ellas y lo ve mi madre no le llega la otra mitad de siglo para correr.

Las zapatillas se han agotado, por supuesto; la cantidad de tontos con dinero es todavía más alarmante que la de tontos en general. Lo llaman glamourización de la pobreza, y a mí no me parece del todo mal si se siguen dando pasos en este sentido. Por ejemplo, que alguna marca de lujo comercializara una Life High Top Full Destroyed, una experiencia vital carísima con la que los más privilegiados pudieran conocer la experiencia real de vivir en la puta calle durmiendo en un portal y comiendo de los contenedores durante un par de semanas; o pasar medio año viviendo con el salario mínimo en una habitación realquilada en Madrid mientras trabajas 14 horas al día; o llevar una granja láctea con 300 vacas mientras cuidas de tu madre con alzhéimer; o ir a buscar cada noche por los callejones más inmundos de la ciudad a tu hijo yonki sin saber si esa vez habrá conseguido volver de su viaje.

Y que en esas experiencias lleven, eso sí, sus fantásticas zapatillas de mierda de 1.450 euros. Su efecto destrozadas se iba a integrar muy bien en el estilo casual atemporal de esa gran parte del mundo que necesita usar lejía para "renovar sus clásicos.

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