Opinión

Es la rabia, estúpido

Trump es el ganador porque nunca fue un presidente, sino un modelo
Donald Trump.
photo_camera Donald Trump.

DESPUÉS DE unos días de tanta incertidumbre e intensidad, transitados entre el agotamiento y el desconcierto, es justo felicitar al vencedor, Donald Trump. Al menos de mi parte, se lleva más respeto que cuando llegó y más que los años que gobernó ese país antes conocido como Estados Unidos.

Sigo sin comprender nada, pero si algo me han dejado claro estas elecciones es que el problema era mío. Soberbia, probablemente; quizás hasta pereza. Después del mandato presidencial más surrealista que se recuerda, Trump no solo no sale humillado sino que lo hace por la puerta grande, a su estilo, con más de 70 millones de votantes, unos diez millones más de los que le llevaron a la Casa Blanca. Trajo una sorpresa y deja un enigma.

No aspiro a comprender ahora de un plumazo lo que no fui capaz de ver en todo este tiempo, el puñetero Donald me ha puesto sobre la mesa que me faltan capacidades y me sobra displicencia. Pero algo voy avanzando, lo suficiente para ser consciente de que no se va, ha venido para quedarse. Y tiene todo el derecho.

Trump no se va porque no es la causa, es solo la consecuencia, el tipo avispado que supo ver el problema y desarrollar la mejor estrategia para aprovecharlo en su beneficio. Trump es el método, y funciona.

Sería demasiado arrogante dar por hecho que 70 millones de personas no han sido capaces de ver en Trump lo evidente. Habrá que asumir entonces que a buena parte de ellas les daba lo mismo, que con su voto expresaban algo que no tiene nada que ver con el personaje. Que votaban al método. Parafraseando a aquel asesor de Bill Clinton, no es la economía, estúpido, es la rabia.

Eso es algo que puedo entender, aunque ya sea tarde. Digo que lo puedo entender como quien recuerda que a la fuerza ahorcan. Al modo en que ahora las televisiones estadounidenses, y con ellas enganchados todos los medios de comunicación interernacionales, sacan pecho porque se atrevieron a cortar la intervención en directo en la que Trump cuestionaba sin pruebas todo el sistema electoral. Al modo en que ahora Facebook o Twitter entonan el mea culpa censurando alguno de sus mensajes más dañinos. Al modo en que ahora todos los responsables de la información queremos ocultar que somos parte fundamental del método. Primero fuimos tolerantes, luego cómplices y ahora, cobardes.

Nos ha cambiado las reglas, es el neoliberalismo informativo. Los medios hemos permitido y fomentado la desregulación y ahora nos toca pagarlo. La libertad de información no puede amparar la libertad de mentir. Perdón, sí puede. Todos somos libres de mentir, pero el trabajo de los periodistas era poner de manifiesto esas mentiras. Por el contrario, lo que hemos hecho es validar el método trumpista, que tantos otros en todos los países están imitando, poniendo al mismo nivel mentira y verdad, parapetados tras una falsa pero cómoda trinchera de objetividad. Hemos apostado por el espectáculo en lugar de por la honestidad y ahora somos parte del show. Es fake news aquello que el influencer del momento diga que lo es. Lanzar una mentira es mucho más sencillo que desmontarla y las verdades suelen ser más difíciles de digerir.

Trump ha ganado porque su método perdurará. Porque hay 70 millones de estadounidenses que o bien tienen miedo a perderlo todo o ya no tienen nada que perder. En todo caso, ignorados por las élites políticas y económicas y abandonados por el sistema. Lo mismo sucede en todos los países, incluido este.

Ese es el problema, Trump es solo el síntoma. Los responsables de gestionar nuestras democracias y nosotros mismo debemos decidir si queremos formar parte del método o de la solución. Y se nos está acabando el tiempo, porque el show siempre debe continuar.

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