Opinión

Dos horas de sueño

Uncle Novak. EFE
photo_camera Uncle Novak. EFE

ANOCHE CAÍ EN Uncle Drew. Fue en uno de esos paseos para hacer sueño, un recorrido sin rumbo por la oferta de las plataformas de televisión que lo mismo te lleva a una joya insospechada, a un clásico olvidado, a un bodrio inclasificable o, con suerte, consigue que te duermas incluso antes de elegir. Esta vez no tuve esa suerte.

No sabía ni que Uncle Drew existiera, y me extraña. Primero, porque es de baloncesto, pero sobre todo porque es una película tan mala que debería haber dado más que hablar, con persistencia en el tiempo. Es tan mala como la más desquiciada de las producciones de Ed Wood, pero con un despliegue de medios y presupuesto que la despojan de la pasión por el cine, la locura naif y la ternura de las de Wood. Me la tragué enterita, claro.

La cosa va del reencuentro pasados cincuenta años de un equipo mítico en las canchas de cemento de Nueva York y el guion parece escrito por los Teletubbies. En realidad, solo es una disculpa para reunir a unas pocas estrellas de la NBA, maquillarlas como si fueran ancianos y ponerlos a jugar un 21.

Cuatro de ellos apenas necesitaron maquillaje, porque son Shaquille O’Neal, Chris Webber, Reggie Miller y Nate Robinson, jugadores retirados hace años. Pero al frente de todos ellos, en el papel estelar de Tío Drew, figura Kyrie Irving, una de las estrellas actuales de la NBA y uno de los mejores peloteros de los últimos lustros, un tío que con el balón en las manos es capaz de hacerlo desaparecer ante los ojos de sus defensores. Los Nets de Brooklyn le pagan más de treinta millones de dólares al año.

Irving es además un tío ciertamente particular fuera de las canchas. Ahora el movimiento antivacunas de EE UU lo ha convertido en un símbolo, por su negativa a vacunarse contra el covid. Su decisión, por no decir su estupidez, le costó ser apartado del equipo. Lógico.

Hasta ahora. Esta misma semana ha vuelto a las canchas, gracias en buena parte al propio covid. Ante los constantes positivos y bajas en su plantilla, los Nets han reculado y permitido su regreso, que además arrastra unas condiciones que sitúan el caso en el surrealismo: como el estado de Nueva York exige el certificado de vacunación para acceder a recintos cerrados, como los pabellones de baloncesto, Irving solo podrá jugar los partidos de fuera de casa contra equipos cuyas propias autoridades sanitarias no pidan ese certificado. En el partido de su retorno, anotó 22 puntos y fue decisivo en la victoria de su equipo: "La incorporación de Kyrie no solo nos convertirá en un mejor equipo, sino que también nos permitirá equilibrar de manera óptima la demanda física de toda la plantilla", han zanjado los Nets después de que Irving les hiciera un póster en su cara.

Me pasé buena parte de la película dándole vueltas a esto y a lo de Novak Djokovic, otra estrella del deporte que por lo que va dejando ver de sus capacidades mentales podría haber firmado perfectamente el guion de Uncle Drew. Quizás fue eso lo que me quitó el sueño y me mantuvo toda la película ante la pantalla. No sé si Djokovic acabará por jugar o no el Open de Australia de tenis, pero sí que dará lo mismo. Juegue o no, será un triunfo para él y para los imbéciles que lo defienden, entendida la palabra imbécil como sustantivo y no como calificativo. Si Australia cede, Novak habrá vencido al sistema; si es expulsado del país, crecerá su figura de "Espartaco del nuevo mundo que no tolerará la injusticia", como lo definió su padre y portador de su herencia genética.

Y si no juega el grande de Australia, habrá otros grandes y otros torneos ATP que sí lo admitan. Y será más pronto que tarde, porque es el número 1 del tenis mundial y el espectáculo debe continuar, como continúa el de los Nets y la NBA.

Porque de esto va la cosa, no de vacunas ni de imbéciles ni de covid, sino de la pandemia de hipocresía permanente en la que se ha desarrollado nuestra sociedad. Va de ídolos impostados, de multimillonarios y de privilegios por el hecho de serlo. Va de que por supuesto que no todos somos iguales ante las leyes y las normas, sean del país que sean, y de que además una enorme cantidad de pringados a los que sí se aplican con rigor esas leyes están muy a favor de que ellos no las cumplan. Va de perder dos horas de sueño viendo Uncle Drew.

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