Opinión

Diez segundos de equilibrios

Blog de Miguel Olarte
photo_camera Tai-chi. EP

UNO, DOS, tres, cuatro... Cuento hasta doce sin mayor dificultad, pese a los bamboleos iniciales, y cambio de pierna, también con éxito. Vuelvo a sentarme a la mesa del desayuno con un alivio tan básico que lo noto veteado de idiotez, y eso que he aprovechado un momento que no había nadie en la cocina para ponerme a prueba, porque si me ven mis hijos o mi mujer tienen descojono para tres días.

El caso es voy aliviado para un rato. El periódico titulaba que un estudio revela que las personas que no son capaces de mantener el equilibrio a la pata coja durante diez segundos tienen el doble de riesgo de morir en el plazo de una década. Primero leí la noticia completa para asegurarme de que se trataba de guardar el equilibrio en un espacio cualquiera, porque estos estudios suelen llevar trampa y a lo mejor habían hecho las pruebas con gente frente a un precipicio, con lo que la mortalidad de quien no aguantara a la pata coja sería necesariamente más elevada. Pero no, valía el suelo de mi cocina y yo había aguantado más de doce, lo que me concede más probabilidad de vivir que a otras personas, sean quienes sean.

Me consuelo pensando que en ese mismo momento otros muchos lectores del periódico estaban haciendo equilibrios sobre una pierna en sus respectivas cocinas, y en la angustia de algunos que no consiguieron contar hasta diez y pasarán la próxima década pensando que van a morir en cualquier momento. ¡Pues no haber sido tan gilipollas como yo, a quién se le ocurre andar con estas tonterías a nuestras edades!  

Ando un tiempo preocupado en estas cosas de los equilibrios y los ejercicios, después de una vida que perfectamente podría definir como desequilibrada. Hasta me apunté a tai-chi, pero lo dejé precisamente por eso: exigía más equilibrio exterior e interior del que yo podía ofrecer y ofrecía menos dinamismo del que yo necesitaba. Además, no acababa de encontrarme cómodo con los nombres de los movimientos: "alas desplegadas de la grulla blanca", "hacer la raya en la crin del caballo salvaje", "acariciar las nubes"... que parecen sacados de un libro de poesía autoeditado y no asentaban nada bien en mi equilibrio mental. 

Como es evidente que el problema soy yo, decidí empezar por algo más básico y me he lanzado a caminar por los senderos de Lugo, por el Miño y por Rato, que da gusto verlos con sus huertos y sus árboles y sus pájaros, y unas ranas que en este tiempo croan tan fuerte que tapan la música que sale de tus cascos, como si te estuvieran tirando los tejos a ti en lugar de a la rana de la otra orilla.

Caminar está bien porque es al aire libre y no tienes más exigencia que andar lo suficientemente rápido como para dejar atrás tus pensamientos. Hay días que lo consigues y hay días que no, que te cogen la rueda y no hay manera de despegarlos, pero en general el balance es bueno.

Lo peor es que aquello ya no es como antes, ahora están los caminos llenos de almas en fuga, corriendo y pedaleando como si fueran a algún sitio. Los pájaros y los campos palidecen ante semejante despliegue de mallas y camisetas fosforito de colores imposibles, todas un par de tallas más pequeñas de lo necesario, y zapatillas que parecen planeadoras destellantes, que los ves venir y no sabes si son atletas de algún club profesional o pandilleros huyendo de la Poli Local.

Y, claro, un tipo con mi aspecto de hacer turno en la fila de la metadona, un pantalón corto sin pretensiones, zapatillas negras y una camiseta de Jack Daniel’s parece totalmente fuera de lugar. En la mirada de algunos puedes percibir claramente incluso la pena: "Mira, qué pobre, seguro que está andando por recomendación médica, fijo que le ha dado un ictus o algo del corazón".

A mí tanto me da, porque desencaminados no van y no soy yo nadie para dar lecciones, en esto del ejercicio menos que en nada. Pero en algún momento deberíamos abrir el melón de la moda de la ropa deportiva actual, buscar un equilibrio entre cuidar la salud y cuidar la imagen. Hablo de respeto por uno mismo. Bastaría, propongo, con mirarnos al espejo diez segundos antes de echarnos al mundo, Y si es a la pata coja, mucho mejor.

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