Opinión

Delitos y faltas

Policías en un bar

La estadística es algo mucho más sencillo de organizar y manipular que las plantillas policiales

LUGO SIGUE siendo un bosque mágico en el que suceden cosas estadísticamente improbables, casi milagrosas.

Pueden coincidir, por ejemplo y por pura casualidad, todos los policías locales de guardia en el mismo bar y que luego sea investigada y amenazada públicamente la persona que sacó la foto que deja constancia de semejante fenómeno extraordinario. O puede que un detenido engrilletado salga rodando por la Ronda da Muralla como si fuera un extra de una película de acción porque alguien ha cerrado mal la puerta del coche patrulla de la Policía Nacional que lo trasladaba al juzgado.

Quién sabe, cualquier cosa es posible. Hasta que una panda de mocosos, que no sabrían diferenciar una sátiva de una índica ni aunque les dieran los porros etiquetados con pósits, se adueñen de un trozo de ciudad hasta el punto de poner a algunos comerciantes en la tesitura de traspasar sus negocios, ante la impotencia arrastrada por tanta y tan tonta impunidad.

Son los riesgos que se corren cuando durante demasiados años los máximos responsables de velar por la seguridad ciudadana se limitan a esconderse detrás de la estadística, algo mucho más sencillo de organizar, manejar y manipular que las plantillas policiales. La estadística es algo tan flexible que permite presentar restas espectaculares de delitos mientras la sensación de inseguridad se multiplica en la calle y los recursos policiales se dividen.


No son plazas nada apetecibles para los delincuentes con un poco de respeto por su profesión


Como muy bien saben los responsables políticos y policiales que luego exhiben esos números dopados en sus discursos de aniversario, funciona de un modo bastante simple, casi infantil. Pongamos que hay ocho robos en bares de la ciudad en quince días y en la investigación de uno de ellos se logra detener a un par de tíos como probables autores. Aunque no haya pruebas de que tengan nada que ver con los otros, alguien con mando en plaza pronuncia las palabras mágicas, "modus operandi", y se hace el milagro que permite acusar a los dos detenidos de todos los robos en base a que todos son bares, han entrado forzando las puertas con algún objeto, además de las registradoras se han forzado las máquinas de tabaco y la tragaperras, y se han llevado también botellas de licores cotizados. Los dos tipos son facturados al juzgado como sospechosos de ocho robos, que pasan a figurar en la estadística policial como resueltos, independientemente de que luego, en el proceso judicial, se les condene por uno, por ocho o por ninguno.

Otra modalidad eficaz: revientan la puerta de un coche en la calle o en un garaje para llevarse lo que haya dentro, una bromita de 1.200 euros para el propietario entre lo que le roban y el arreglo del vehículo; si no se presenta en comisaría factura que demuestre que han sido más de 400 euros, se anota en la estadística como delito leve. ¿Mágico, verdad?

Afortunadamente para los lucenses, lo que dicen las estadísticas es verdad en parte. La provincia está entre las seis con menor índice de delitos de España, al lado de Soria, Segovia o Albacete, y básicamente por los mismos motivos que estas: hay muy poco que robar, por no haber no hay ni gente, por lo que son plazas nada apetecibles para los delincuentes con un poco de respeto por su profesión, que si paran es porque les pilla de paso, por aprovechar el viaje.

Tampoco nuestra delincuencia autóctona es notoria en el gremio, algunos de los más persistentes alcanzan lo justo para no defecarse encima, a veces ni eso.

La realidad que se esconde tras las estadísticas que tapan la gestión de los máximos responsables es que nuestra Policía Local hace tiempo que se ha convertido en un poder paralelo dentro del Concello, que por temor a más problemas prefiere pagar el peaje en pluses y horas extras en lugar de afrontar en profundidad su reestructuración y cubrir las plazas vacantes y necesarias.

La realidad es que la Policía Nacional ha perdido en los últimos diez años tantos efectivos que la mayor parte del tiempo solo hay dos patrullas para toda la ciudad, a veces una, y que los propios agentes se lo tienen que pensar dos veces antes de meterse en una trifulca porque saben que a poco que se complique se juegan la vida sin posibilidad de refuerzos.

La realidad es que el puesto de jefe de la Policía Judicial lleva ocho años ocupado de manera interina por distintos agentes elegidos a dedo porque nadie aspira a la plaza. Ninguno de los dos últimos que la solicitaron llegaron a incorporarse: uno la pidió porque iba a estar dos años en comisión de servicio en una embajada y sabía que a la vuelta podría elegir mejor destino; el otro porque le quedaban un par meses para jubilarse y así le concedían un mes para el traslado, que unido a las vacaciones y días libres que le quedaban le permitió retirarse sin más.

Esta es la situación que ha permitido, por ejemplo, que un asunto tan evidentemente nimio como un grupo de chiquillos pasando porros en la Praza Maior se convierta en un problema serio de seguridad. Una situación que no se refleja en las estadísticas de las que alardean los que deben poner los medios para arreglarla y que convierte en víctimas a los lucenses y a los propios agentes, que al final son los que tienen que asumir el riesgo y soportar además la mala leche de los ciudadanos. No deberían olvidar que tanto agentes como ciudadanos también figuran en las estadísticas de votantes.

Comentarios