Opinión

Los corruptos no beben cerveza

Zaplana. ARCHIVO
photo_camera Zaplana. ARCHIVO

El problema de ir acumulando años a desgana, no por no vivirlos, sino por gastarlos, es el cinismo, que se va agarrando al ánimo como las arrugas a la piel. Peor, porque echa raíz más profunda y no hay cirugía que lo arranque. Y a veces ayuda pero a veces amarga, y es para ti para siempre, con tu pan te lo comas. 

A mí el cinismo me ataca mucho últimamente, digo yo que por eso de los años, con lo de la corrupción, que de acostumbrado me empiezo a parar más en la estética que en la ética. Puesto a ser sincero, si alguna fe me queda, ninguna es en mí mismo y si hasta ahora me he mantenido virgen igual es porque nadie me ha tirado los tejos. Quién sabe. 

Creo tener bastante claro que no se me quita el sueño con cuatro duros, pero vamos a subir la apuesta: cojamos un nombre cualquiera al azar, Florentino Pérez por ejemplo, que me pone doscientos o trescientos kilos encima de la mesa por rescatar unas autopistas ruinosas o un proyecto de almacén de gas en la costa mediterránea, por poner dos casos improbables, casi inventados. Con cargo a los Presupuestos, dinero de ese que siendo de todos, no parece de nadie. Sin tener que matar a alguien con mis manos. ¿Qué? 

Pues de entrada, lo más seguro es que quién sabe. Así de cínico me va el ánimo. Puestos a buscar referentes arrugados, igual me compro unos buenos argumentos, unas excusas de andar por casa y tres conferencias en universidades privadas y acabo de mediador internacional o de líder del extremo centro como González o Zapatero o Aznar. El que se sienta a salvo de la ética, que tire la primera piedra. 

Otra cosa es la estética. Hay cosas que no, ni por todo el oro del mundo. Esta semana la Cadena Ser ha difundido los documentos del sumario en el que se investiga el saqueo que la banda ligada al PP de Eduardo Zaplana sometió a la Comunidad Valenciana mientras este era presidente. Las comisiones que se pagaban por las adjudicaciones de contratos públicos eran millonarias y, entre otras prebendas, el presunto inocente Zaplana y sus compinches disfrutaban de viajes por Niza, Croacia, Montenegro o las islas griegas en yates de lujo pagados por empresarios como Paco El Gasofa. A 100.000 pavos el alquiler del barco y dietas a base de langosta, carne rica y champagne en el yacuzzi de cubierta. Vale, Mediterráneo para nuevos ricos, hasta ahí nada que decir, allá cada cual con su cinismo. 

Pero qué es lo que aparece en las facturas, qué es lo que el señor Zaplana, naranja por fuera y podrido por dentro, exige a El Gasofa que le traigan a su yate frente a las islas griegas: cerveza Cruzcampo. Pues mira, no. Hay cosas que un país no puede ni debe soportar. Porque a las malas, ante el saqueo de unos millones nos jodemos pero entre todos tiramos para delante y lo arreglamos como llevamos haciendo desde siempre, fueran Austrias, Borbones o mamones. Pero hay algo que se llama respeto. 

Primero, por uno mismo, porque si pides que te lleven a un yate en Grecia una Cruzcampo, no es ni porque te guste la cerveza ni leches, es porque eres un gañán que solo quiere demostrar a los juláis y a las chatis del yacuzzi lo mucho que mandas. 

Y, segundo y más importante, porque no podemos perdernos el respeto como país. Debemos tramitar de inmediato en el Parlamento una modificación del Código Penal que incluya como agravante gastarse en gañanadas el dinero de la corrupción. La ética es relativa; la estética, innegociable.

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