Opinión

Un caramelo envenenado

Doña Elena y Doña Cristina no han hecho nada raro, nada que reprochar
La infanta Doña Elena. AEP
photo_camera La infanta Doña Elena. AEP

De entre todas las injusticias que este país desagradecido está cometiendo con la Casa Real, quizás la mayor sea la que sufren las infantas Doña Elena y Doña Cristina. Es, por otro lado, lo normal en naturalezas viles y plebeyas como la nuestra: cebarnos con los más débiles, atacar al menos porque no nos atrevemos con el más. Puro vasallaje.

"Se nos ofreció la posibilidad y aceptamos". Ojalá tuviéramos una explicación tan clara, tan honesta y tan reveladora por parte de todas las autoridades y representantes públicos que comenten abusos como la ofrecida por Doña Elena y Doña Cristina. Esa frase podría ser el perfecto resumen de la historia de los Borbones en España, "se nos ofreció y aceptamos". Eso se llama respeto a uno mismo, deber cumplido.

El problema es que, como en otros ámbitos, como el cine, la literatura, la pintura o la filosofía, nos empecinamos en el error del revisionismo, de juzgar todo con los ojos de ahora. Es una falacia, no se pueden juzgar conceptos y comportamientos como la monarquía o los privilegios de las infantas con la visión del siglo XXI. Si eliges modernidad, exige modernidad; si eliges Edad Media, consiente Edad Media. Es lo que hay.

Nunca debemos olvidar el contexto, es lo que ayuda a entender los hechos. Doña Elena y Doña Cristina no han hecho otra cosa que lo que les han enseñado en casa, aceptar lo que les ofrecían, como hizo su padre cuando Franco le ofreció un trono. Si no se hubieran criado en un hogar desestructurado, con un padre ausente que vivía de picadero en picadero, una familia materna de refugiados y un hermano que pasó por encima de los derechos dinásticos de las dos solo por tener pene, seguro que hubiera sido muy distinto.

Probablemente las Doñas no habrían caído en las vacunas si se hubieran criado en un hogar normal. Todas las madres españolas conocían el riesgo de los señores que esperaban a las salidas de los colegios para ofrecer caramelos con drogaína a los niños y nos advertían: "No aceptéis caramelos de desconocidos", nos decían, conscientes de que en la vida real nadie da nada a cambio de nada. Tampoco existían, claro, los señores de los dulces envenenados, y menos al precio que estaban las drogas, pero el trabajo ya estaba hecho y la lección, aprendida.

Ignoro qué lección recibieron ellas en palacio, pero intuyo que la contraria: "Acepta todo lo que te den, es tu derecho". Eso incluye vacunas, evidentemente, no comprendo por qué se le está dando tanta relevancia a este asunto de su vacunación en Emiratos.

Olvidamos el contexto, insisto. Doña Elena y Doña Cristina son dos hijas que van a visitar a su padre, que se ha refugiado allí huyendo de la Justicia, con un botín honradamente rapiñado en sus largos y duros años de servicio a la Patria, y a quien buena parte de los españoles siguen adorando como hacedor de la democracia. Irían, seguro, con el consentimiento de su hermano, ejemplar heredero de la tradición borbónica. Llegaron a un reino absolutista que es para ellas como su segunda casa, y les las vacunas. ¿Por qué iban a decir que no? ¿Por qué iban siquiera a plantearse que aquello pudiera salirse de su normalidad?

Aceptaron, e hicieron bien. Ahora debemos ser nosotros los que asumamos las consecuencias de aceptar aquel caramelo envenenado que nos ofrecieron hace cuarenta años unos señores a la salida de una dictadura.

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