Opinión

Bajo mínimos

Los apóstoles del apocalipsis económico sermonean ahora contra la subida del SMI: así no hay manera de repartir la pobreza

Herejes. EFE
photo_camera Herejes. EFE

RECONOZCO QUE a mí con la economía me pasa lo que a la mayoría de los economistas, que no tengo ni idea. Una de las pocas cosas claras que hemos aprendido en esta gran estafa llamada crisis es que la economía está mucho más próxima como disciplina a las religiones y las creencias que a las ciencias exactas, por mucho que trabajen con números. Porque todo depende de los números que cada corriente económica quiera seleccionar y resaltar para defender su teoría, que es esa o su contraria según quien seleccione esos números y los exponga, en un caso y en el otro con la misma base "científica". De ese modo puede ser posible que los grandes galardones del mundo económico puedan premiar del mismo modo a los partidarios de una corriente económica o de la otra sin mayores torsiones ideológicas. Es una cuestión de fe.

Otra cosa que hemos aprendido de este paseo por el infierno de la miseria que nos están vendiendo como el ascenso al cielo de la riqueza es que cuando el poder político, el que representa directamente la voluntad cambiante del pueblo en un Estado democrático, ha renunciado a su mínimo papel de control sobre el poder económico, este ha demostrado su naturaleza puramente depredadora y avara, una adicción a la acumulación que es incapaz de controlar incluso aunque con ello esté poniendo en riesgo su propia supervivencia.

De hecho, si alguna fe me queda en que nuestro Estado del Bienestar salga adelante con unos mínimos aceptables no es por las predicciones de los economistas, es por la confianza en que ha de sacarnos de esta situación exactamente lo mismo que nos metió en ella: el puro egoísmo del poder económico, que ya está dando señales de comprender que si quiere mantener su estatus y capacidad de acumulación de riqueza ha de aflojar un poco la presión sobre los ciudadanos, ya agotados y que de otro modo no podrán seguir generando crecimiento y beneficios para sus bolsillos. Hasta la esperanza nos la han vuelto triste.

Este debate tramposo sobre dinero, política y la mejor manera de repartir la pobreza se ha lanzado esta semana sobre la intención del Gobierno y sus socios de subir el salario mínimo interprofesional (SMI) a la supuestamente descabellada cifra de 900 euros al mes. Aún falta por ver siquiera si los Presupuestos llegan a aprobarse, pero los apóstoles del neoliberalismo ya han salido a sermonear el apocalípsis.

Hace años algo así me hubiera paralizado por el terror, ahora es lo que yo llamo un buen principio

Dejando aparte los argumentos más pintorescos -el ciudadano Albert Rivera se mostró muy preocupado porque la subida de impuestos a los que ganan más de 130.000 euros y a las fortunas de más de 10 millones iba a terminar con "la clase media trabajadora", demostrando una vez más su tendencia a pasarse de la raya-, me quedo con un titular leído en un periódico que lo resume todo: "El FMI, empresarios y las eléctricas cuestionan los Presupuestos pactados por el Gobierno y Podemos". Hace seis u ocho años algo así me hubiera paralizado por el terror, ahora es lo que yo llamo un buen principio. Si lo único que nos han dejado es el miedo, mejor si lo repartimos también con ellos, para que vean que nosotros no somos tan avariciosos.

Porque de eso se trata exactamente, de manternernos con miedo, aunque ya no tengamos nada que temer porque nos lo están robando todo. El titular de los medios de comunicación, por ejemplo, hubiera podido ser: "El FMI reconoce que hay justificación para la subida del salario mínimo por cuestiones sociales". Lo dijo así, tal cual, Poul Thomsen, director del departamento europeo del FMI, el mismo que instó al Gobierno español a ser "cuidadoso" con la subida del SMI. Pero todos los medios se decantaron por alimentar el miedo en lugar de la esperanza.

Se trata de mantener el relato, aunque sea en contra de la propia realidad. Un relato que habla del riesgo de destrucción de empleo mientras ignora que la mayoría de ese empleo se ha destruido con el SMI actual, mucho más bajo. Y que con esos salarios lo único que se ha conseguido es precarizar aún más el trabajo y situar en una situación cercana a la pobreza a ciudadanos que pese a trabajar ocho o diez horas al día no ganan lo suficiente para encender la calefacción o comer carne y pescado una vez a la semana. Son alarmas, estas, que no llegan de organismos precisamente revolucionarios, sino de instituciones oficiales europeas y entidades financieras, como se ha podido ver esta misma semana con Informe sobre Bienestar Económico y Material de la Fundación La Caixa, elaborado en base a datos del Eurostat, el INE y varios ministerios.

Los que ahora protestan por la posible subida del SMI a 900 euros son los mismos que bendijeron el asalto a mano aramada a las arcas públicas, el recorte de derechos sociales, los cientos de miles de millones regalados a la banca o los rescates millonarios de autopistas, todo ello posible gracias a que un gobierno sátrapa aumentó la deuda del país en casi 500.000 millones de euros entre 2012 y 2018, para dejarla en el 100% del PIB, treinta puntos más que los que se encontró.

Estos también son datos puramente económicos, aunque no sé si analizados como a los apóstoles del ultraliberalismo les gustaría. Yo, en mi ignorancia, prefiero usarlos a mi modo: no me sacarán de pobre, pero al menos me blanquerán un poco la esperanza.

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