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Dos niñas, participan en una concentración feminista. ARCHIVO
photo_camera Dos niñas, participan en una concentración feminista

MARÍA Y YO estábamos tirados en el sofá hablando sobre cualquier cosa con las cervecitas de 'por fin es viernes por la noche', que no hay dinero que las pague, cuando entró la niña. La llamo la niña porque para mí siempre lo será, qué les voy a contar, aunque de niña le va quedando lo justo; desde luego, mucho menos de lo que me gustaría. Llevaba su sudadera negra de dormir con la capucha sobre la cabeza, siempre ha tenido un sentido del dramatismo sorprendentemente desarrollado al que le saca mucho partido a poco que bajes la guardia. Lo que se suponía que iba a ser un par de abrazos y besos, un "buenas noches" y, con suerte, algún "te quiero" al descuido, se convirtió en este artículo.

"Estoy triste", dijo con verdadero tono y expresión de tristeza mientras abrazaba a su madre y me miraba, "creo que he perdido la fe en la humanidad". Esta vez, esas cosas se saben, el dramatismo no le restaba sinceridad: estaba triste, decepcionada, casi hundida. Había estado leyendo noticias sobre Olivia y Anna, las niñas asesinadas por su padre en Tenerife, y no le cabía en la cabeza: "Pero eran sus hijas, seguro que las quería...", trataba de razonar con nosotros, aunque en realidad trataba de hacerlo con ella misma, incapaz de comprender y de asumir, todavía ignorante de que ninguna persona con un mínimo de respeto por sí misma es capaz de comprenderlo y mucho menos de asumirlo.

Le mentí. Mientras estaba hablando con ella, tratando de levantarle el ánimo como se supone que debe hacer un padre, no era consciente, realmente estaba convencido de mis argumentos. Pero ahora ya no estoy tan seguro, quizás algunos de ellos solo sean parte de una mentira autoindulgente que acepto creerme para levantarme el ánimo a mí mismo, una justificación interiorizada para poder seguir teniéndome algún respeto.

Mujer, mi niña, interesada por el feminismo desde muy pronto y entusiasta luchadora contra el machismo en su aún limitado entorno, le hablé del asesinato de Olivia y Anna como una excepción que no podíamos tomar como norma. Argumenté que no podíamos juzgar a todos, a la humanidad en la que ella ya no confiaba, por lo que había hecho este monstruo, que seguramente en él se mezcló el machismo en el que fue educado con alguna circunstancia mental que lo enajenó. Me oí explicar que aunque a ella le pareciera que no, entre todos habíamos avanzado mucho también en este asunto, que ella misma era la prueba: una mujer ya consciente, pese a su edad, de la importancia de erradicar el machismo; una generación que está comenzando a integrar esta visión desde la escuela y que será mejor que las nuestras, quizás todavía no del todo sana, pero mejor; que será ella y su generación la que siga dando pasos, la que derribe nuevos muros, la que eduque a la siguiente, porque ahí está la raíz de todo, en la educación.

Y no es mentira, sé que será así, que costará más o menos pero que no queda otro camino. Como también sé que el padre de Olivia y Anna no es un monstruo, es uno de los nuestros, un hombre como otros muchos sin nada particular que cada día nos cruzamos por la calle. Como también sé que no hay enfermedad mental que lo cegara, que su razonamiento era coherente y su acción plenamente justificable en su cabeza, porque era su derecho. Como también sé que no es una excepción, que desde enero han sido asesinadas en España 18 mujeres y tres menores en crímenes machistas; que desde que en 2003 se empezaron a contabilizar estos feminicidios han sido asesinadas 1.096 mujeres, y que han muerto solo por serlo.

Tampoco le dije que consiento y participo de comportamientos machistas todos los días, porque no me parecen para tanto. Ni que me justifico con eso de que nos criaron así porque eran otros tiempos. Ni que me escondo en lo de que esto solo se arregla con educación y generaciones para no hacer nada aquí y ahora. No le dije que yo también soy un machista ni que no hago lo suficiente para remediarlo.

Supongo que por eso necesitaba escribir esto, tal vez para poder mantener un mínimo de respeto por mí mismo o tal vez porque me siento tan avergonzado como esperanzado con mi hija. Y para pedir perdón. A todas.

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