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Laura

Más que un último tuit. Era una joven iniciando una vida

Carrera reivindicativa en recuerdo de Laura Luelmo, la profesora zamorana asesinada en Huelva. EFE
photo_camera Carrera reivindicativa en recuerdo de Laura Luelmo, la profesora zamorana asesinada en Huelva. EFE

LLUEVE. Diciembre amaneció más oscuro este viernes. Dicen que estos son los días más cortos del año, pero enormes nubarrones negros se han instalado en el cielo y se siente la tormenta muy cerca.

A las puertas de la Navidad podríamos estar escribiendo una bonita postal. Describir ciudades preciosas que escintilan al ritmo de sus luces decorativas. Podría evocar ese banco para enamorados que da la bienvenida en el centro histórico de Pontevedra y en el que todos se detienen un instante al menos para besarse bajo el acebo y retratarse. Tal vez la Navidad sea eso, un photocall en plena ciudad en el que posar con la gente que quieres para guardar su recuerdo en la caja de adornos.

Sin embargo, lo que realmente me pide el cuerpo hoy es gritar. Rebelarme.

Son estos días para relatar la ternura de unos nervios infantiles previos a la primera exhibición de gimnasia. A los cuatro años el mundo es tan bello como una voltereta sobre un tapiz. Esos pequeños envuelven todo su entusiasmo en lazos rojos y lo entregan a quienes aplaudimos desde la grada como el mejor de los regalos. Te buscan con la mirada y cuando te encuentran sonríen con todo el cuerpo. Y tú les devuelves la sonrisa. Pocos instantes son tan mágicos.

Pero es que fuera llueve. Más y más. Y pienso, cómo les voy a explicar a mis hijos que en este mundo que recorremos de la mano campan también el odio y el miedo. Cómo les voy a proteger cuando salgan a la calle sin mí. Cómo les digo que no dejen de mirar hacia atrás si quiero que corran libres. A veces me siento una farsante.

Son estos últimos días del año para llamar a los amigos. Para reencontrarnos en los sitios de siempre. Para desearnos felicidad chocando unas copas con burbujas. Para ponernos al día y emocionarnos con las nuevas noticias. Para sentir entre brazos amigos que estamos en casa.

Pero es que cuando el lunes por la noche nos sentemos a la mesa habrá 48 sillas vacías más. Y esta vez también nos faltará Laura.

Yo no la conozco más que a través de lo que se ha escrito sobre ella. Era una joven comprometida. Se intuía su ilusión a cientos de kilómetros de casa. Independiente. Con vocación. Deportista. Dulce... Como cientos de miles de chicas de su edad. Su muerte es nuestro fracaso como sociedad, todavía incapaz de proteger a sus mujeres del machismo más extremo, y el dolor que deja es también nuestro, aunque solo podamos intuirlo desde la distancia.

Resuena el eco de su nombre encada informativo, detrás de cada hija, de cada maestra, de cada corredora. Como gotas de lluvia exactamente iguales que se han puesto de acuerdo para caer a plomo. Frente al espejo también la veo. Es más que un nombre. Más que un último tuit. Es más que un titular con espinas. Era una joven iniciando una vida.

Hoy las palabras quieren ser refugio. Las teclas golpean con verdad, con miedo, con desesperación a veces el folio en blanco. Y buscan ser caricia. Tratan de envolver el dolor para amortiguarlo, aunque solo sea un momento. A sabiendas de que no hay consuelo para quien no se sentará a la cena de Nochebuena porque su corazón se ha quedado completamente a oscuras. Una familia. Un pueblo entero.

Se ha escrito mucho estos días sobre el miedo. El temor a caminar sola a cualquier hora del día o de la noche, en falda o chándal, de fiesta o al salir del trabajo. Yo añado el miedo de los padres y las madres al mundo que estamos legando a los que vienen detrás.

Ellos, los pequeños, nos insuflan cada día el aire de las nuevas oportunidades. Y son nuestra luz, aunque ahí fuera siga lloviendo.

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