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Un descorazonador porvenir

Título: Ennemi public.
Credador: Mathieu Frances.
Reparto: Stéphanie Blanchoud, Clément Manuel, Angelo Bison.
Cadena: La Une.
Calificación: ●●●○○

ENNEMI PUBLIC’. Una serie intensa e inquietante. No estamos, por estas pantallas, acostumbrados a las series belgas así que además sumamos la expectación que resulta de lo novedoso. Posee un estilo definido, que es suyo, lo cual agradecemos. Quizá sea un poco difícil entrar de lleno en la historia al principio porque hay algo un poco irreal, algo que no te acabas de creer. Y no es que esa sensación cambie con el transcurrir de los capítulos, lo que ocurre es que comienzas a verlo de otra manera. No sé si es un efecto buscado. Me gusta pensar que sí, porque, de este modo, se convierte en un planteamiento ciertamente interesante. Es como darle la vuelta. Me explico: el extrañamiento frente a una realidad incomprensible. Ese sería el punto de partida del que nacería la narración. Los elementos de la misma son un asesino pedófilo que sale de la cárcel para reintegrarse en la sociedad, una policía encargada de custodiarlo con un pasado tremendo -constantemente presente- y una niña que desaparece. Eso en la región de las Árdenas donde todo es bosque, humedad y miedo. (Es destacable el papel que juega el paisaje en la trama, personaje vivo y con un poder de provocación inmenso).

Lo ajeno como detonante. Una sensación compleja con raíces múltiples y entreveradas, con acceso casi imposible, de comprensión esquiva, peligrosa. El asesino es un ser absolutamente indiferente a lo que le rodea, incluso a sí mismo. La falta de empatía con el otro es total. La realidad y él caminan en sendas paralelas, se observan desde la distancia, se estudian, pero jamás se cruzan. La policía se siente extranjera en su propia piel. No ha crecido en la inocencia de la infancia y ha adoptado desde muy niña una máscara para seguir viviendo. Se las ve todos los días con la realidad, a la que no sabe si amar u odiar. Querría abrazarla, y descansar. Al fin. Pero no puede. Existe una separación inescrutable entre su yo y lo demás. Está sola. Muy profundamente. La niña se aleja de lo que conoce y desaparece. Pero no es una niña como el resto de las niñas. Es una niña que sufre el repudio de sus iguales. Es un rechazo con el que se levanta y con el que se acuesta, que no comprende, pero que acaba asumiendo. Para sobrevivir.

De este triángulo elemental se despliegan las interrelaciones con los personajes secundarios a los que corresponde, en su mayor parte, el papel de lo real. Pero todo lo real tiene sus secretos y estos seres que se mueven alrededor son individuos con secretos más o menos oscuros, más o menos humildes o soberbios o humanos. Así, la historia se compone, se arma, a la vez que realiza su contrario. La disgregación en piezas únicas lleva a una comprensión mayor, a una hondura que alcanza ese lugar donde habitan los monstruos o los fantasmas. Y eso no es la realidad. O sí. Porque no te puedes creer que haya en el mundo gente que haga daño a otra gente. No eres capaz de asimilar que existan personas que maten niños. Que esa verdad y que tu existencia se combinen de alguna forma, que cohabiten en un mismo tiempo y lugar resulta perturbador. Por eso se desarrollan mecanismos destinados al ocultamiento de lo horripilante. Y se huye. Y, por el camino, en muchas ocasiones, se destruye todo lo que podía haber sido y jamás será.

Semejante perspectiva es la que envuelve la atmósfera de esta serie. Una especie de descorazonador porvenir. Nadie está a salvo de tal duelo con lo real, que siempre lleva aparejado violencia y sinsentido, crueldad y confusión.

Esta es mi deriva. Puede que cualquier parecido con la realidad sea pura coincidencia.

¿Y si cenamos de tranquis?

POR MIL LIBRAS. Se odian, se envidian, compiten y se van a sus casas, la mayoría con las manos vacías y con una revolución emocional. Yo no sé si compensa. Además hay que cocinar, deslumbrar y darlo todo en tu intento desesperado de conseguir el premio. Es el programa concurso ‘Ven a cenar conmigo’, cómo no, en Dkiss. Te esmeras tanto que si no te ponen un diez tus compañeros de competición, el chasco puede ser terrible. A ver, no hay que tomárselo tan a la tremenda ¿no?

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