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Todo lo que se puede romper

NO SABES. A veces. Otras, mejor no saber. Otras, mejor no querer saber. Sin embargo —no te engañes— sí que quieres. Quieres siempre, aunque sea horrible, aunque algo que estaba vivo y tranquilo dentro de ti —aquel espacio de la ensoñación o del brillo— se muera de golpe brutal, muerte por mirada. Vas a mirar porque te intriga, vas para saber qué pasa.

Lo que te preguntas son cosas como —aunque pase— para qué, cuál el sentido, por qué esa búsqueda. Lo que te respondes: después. O nunca. Quizá la reflexión llegue o quizá te la pidan, inocentemente, cualquier tarde, en cualquier café. Puede que, de manera más profesional, te inviten a ofrecer respuestas más elaboradas. Entonces, si no lo hiciste antes, comienzas a pensar en el impulso.

Eso que te empuja tiene el nombre escurridizo de los seres o las cosas que se escabullen. Pulsión-anguila o ímpetu-agua, ese fluir sin posibilidad de atrapar. Y mantener. Luego, no tienes nada. La conclusión de esas asociaciones te crea problemas. Nada no es una contestación válida.

O sí. Porque incluso aunque así fuera, irías igual a echar un ojo. La pulsión que te lleva a mirar en todas direcciones no parece tener relación alguna con la satisfacción de haber visto o el orgullo de haber comprobado. Causa y efecto son muñecas dislocadas en manos de bebés experimentando la destrucción. Si vas, y miras, es porque no puedes no ir y quedarte mirando a otra parte. Porque tienes un resorte. Naciste con él.

La inevitabilidad del asunto no te hace más feliz ni menos feliz. Lo que te hace es ser, en una palabra, curiosa. La inevitabilidad del asunto no te hace ser mejor ni peor, solo te hace ser consciente de que lo tuyo, eso que te sucede, no es más que lo que sucede con el mundo y la inevitabilidad de que continúe sin ti, algún día.

Te preguntas si eso es un talento. Te respondes: no. Te preguntas por qué habría de serlo. Ir y mirar no te hace más sabia. Pero sí más consciente. ¿No?

Si dejaras de ir de acá para allá y pararas un poco. Si eres más consciente ¿sabes algo que no sabías o sencillamente el foco se ilumina cuando te acercas y ves una cosa que estaba ahí?

¿Qué pretendes con tanta pregunta? Nada. Sencillamente el foco se ilumina cuando me acerco.

El arrebato puede calificarse de deseo. El deseo puede calificarse de anhelo irreconciliable con otras cosas como estar sentada demasiado tiempo sin pensar, o quedarte en casa cuando afuera hay una revolución, o encender la tele para que haga de fondo. La necesidad de la mirada adquiere otros contextos, otras texturas, otro fondo con telón aterciopelado que se eleva para que tú eches un vistazo. En resumen. No puedes parar. En definitiva. No quieres parar, confiésalo.

Escuchas un ruido que te parece sospechoso. Pongamos un grito que no suena a alegría sino a angustia. Parece proceder de la calle, la que da a la fachada de tu edificio. Te asomas. ¿O no? Eres, con toda claridad, de las que tiene que ir a ver qué está ocurriendo allí abajo. Caminas por, digamos, una plaza, y observas cómo hay tensión en los músculos de un rostro que no conoces. Se te dispara algo dentro. Qué tensión, de dónde viene, por qué está, por qué está así.

Mueves la cabeza hacia los lados, no hay nada que pueda significar peligro o amenaza. Quizás venga de dentro, quizás sea eso que no hay, el vacío, la soledad. O, cosa probable, un olvido tonto, o no tan tonto, que supone un contratiempo tonto, o no tanto. No hay manera de averiguar, si no vas, y miras un poco, y preguntas, qué acontecimiento se está produciendo en la parte de atrás de esa expresión. Lo más probable es que no te importe. Pero no te mientas, sí te importa, porque aunque sea banal, aunque para los demás sea claramente una intrusión -no-te-metas-donde-note-llaman, para ti no es eso. Si lo piensas, en el resto de las cosas de la vida, eres tirando a amable y te fijas en todo aquello que pueda significar delicadeza. Te gusta, es verdad, la elegancia que poseen los seres y las cosas tratadas y que tratan con suavidad. En la naturaleza hay muchas cosas así. En las personas también, aunque no siempre o no tantas. No obstante, también te gustan, confiésalo, también te importan, las muñecas rotas.

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