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Soltar lo que pesa y volar

QUE NOS sea dada la levedad, en algún momento. Que nuestro paso por el mundo no sea cansado, ni arrepentido, ni acomplejado, ni triste. Que vaya al compás de algo que no admite peso porque si pesa duele si pesa agota si pesa no puede volar.

Por qué volar un poquito es importante: porque mientras te elevas vas dejando caer cosas que se habían ido adhiriendo a ti, sin tú, quizá, saber, sin tú querer. Cosas que obstaculizan el primer impulso y que te retienen en el suelo, que se agarran fuertemente a tus pies, que hacen que, a veces, sin darte cuenta, camines con el alma descolgada, arrastrando la realidad por calles frías, feas, familiares. Es un mapa conocido, la realidad. Pero no por saberse bien los vericuetos de sus paisajes el lastre es menor. Ocurre, a menudo, lo contrario. Comprender te une a la superficie del mundo con un lazo de hierro.

Instrucciones para el vuelo: soltar la carga, como quien se va a otra parte sin saber qué parte ni qué invierno, sin saber siquiera si habrá alguien a quien poder mirar o a quien poder amar. Soltar como quien libera, como quien desata. Soltar para sentirlo todo o para no sentir tanto o para abarcarlo todo o para recogerse en un espacio propio, pequeño, único. Volar para llegar o para perderse. Dejando lo que pesa esparcido en una carretera cualquiera, lejos, lejos.

Disposiciones para no perder altura: no mirar hacia abajo ni hacia atrás; no buscar asideros que te salven porque también te sujetan; no retener lo inútil, lo aburrido, lo insoportable. No convertir el vuelo en acrobacia estéril. La vanidad es una navaja que se afila seccionando las alas más vistosas. No mirar al horizonte como si el horizonte fuera un territorio que conquistar. Mirar al horizonte como si el horizonte fuera una posibilidad de belleza. Inmensa, cambiante, llena. No pensar que estás volando. No aplicar con uno mismo la lógica de un vuelo de pájaro o de un vuelo de aeronave. Todos sabemos que los seres humanos no podemos volar. Estamos hablando de —entendámoslo bien— volar. No te confundas pues, tan solo planea libre.

Normas para el aterrizaje: bajar es más fácil que subir pero hay quien dice que es más melancólico; no subestimes el descenso porque la operación requiere la delicadeza de todo aquel que se reconoce en los otros tras haberse visto a sí mismo de verdad y se requiere también la humildad de volver a pisar —después de haberse ido volando— una tierra fallida, oscura, necesaria.

Que nos sea dada, por tanto, la levedad, en algún momento. Que nuestro paso por el mundo no sea callado, ni desesperado, ni inocente, ni trágico. Que vaya al compás de algo que no admite peso porque si pesa acongoja si pesa consume si pesa no puede volar. Y si no puede volar, no puede cantar volando, ni contemplar volando, ni escribir volando, ni dejarse volar.

Simplemente dejarse volar, y ver qué pasa.

Análisis de resultados del vuelo. Responder al test:

—Lo hemos pasado extraordinariamente bien.

—Lo hemos pasado bien.

—Lo hemos pasado regular.

—Nos ha entrado un poco de agobio.

—No ha sido para tanto.

—No le encontramos el sentido. No repetiremos.

—¿Van a devolvernos el dinero?

No es sencillo. Tampoco es ilegal. Puede ser peligroso en un sentido profundo, de ahí puede venir un cambio que haga temblar algún cimiento. Lo esencial es, en algún momento, deshacerse de todo el cargamento acumulado sin temor alguno. Posar, suavemente, en el suelo en que te encuentres, las dudas que te paralizan, la pereza que te dificulta el movimiento, el orgullo que te envuelve en un círculo gélido, en ese muro circular que tapa lo humano para siempre. Dejar eso ahí, junto con el resto de cosas rotas, indignas, torcidas, falsas. Extraer de ti las servidumbres y la debilidad, el dolor y la pérdida. Sacar lo malo, lo indecente, lo injusto, lo grosero, lo enfermizo, lo descortés. Vaciarte de todo aquello que te imposibilite la propulsión primera. Creer en ti, creer en la mirada que hay en ti mientras asciendes, conservar la calma y una vez arriba, volar, simplemente dejarse volar, y ver qué pasa.

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