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Señora Nostalgia y familia

Título: A DOS METROS BAJO TIERRA
Creador: Alan Ball
Reparto: Peter Krause, Michael C. Hall, Rachel Griffiths
Cadena: HBO
Calificación: 5/5 

HAY NOSTALGIAS que duelen y nostalgias que ayudan a vivir. Nostalgias que se prolongan más allá de lo necesario, que se intensifican y crecen desmesuradamente, hasta hacerse gigantes y monstruos de siete cabezas; hay nostalgias que se construyen una casita enfrente de nuestras emociones y que salen cada mañana a la ventana a saludarnos con la mano y decirnos buenos días, con una sonrisa que nosotros sentimos triste, aunque no lo sea exactamente. Hay nostalgias a las que les gusta estar ahí, a nuestro lado, mientras seguimos haciendo y deshaciendo, mientras continuamos inventando mundos en los que quisiéramos existir porque allí, afirmamos, seríamos más felices. Pero después el mundo acaba siendo el mundo y, a pesar de seguir afianzando, cada vez más en el fondo, las promesas que nos hicimos y los sueños que tuvimos, no dejamos de constatar a cada paso que quizá no fuera demasiado acertado aquel plan primero o segundo o decimotercero que nos juramos cumplir. Es añoranza saludable o perniciosa, según se mire, según se esté, según se camine y hacia dónde. Es morriña, aunque puede que nunca sea la misma, y que por esa ventana se asomen miembros de una familia tan especial como numerosa. Puede, incluso, que, en determinados momentos, algunos parientes lejanos vengan a pasar una temporada o que, poniéndonos en el peor de los casos, decidan quedarse para siempre. Son esas épocas caóticas, en las que nuestras vidas parecen encontrarse varadas ante tal desembarco en el edificio del otro lado de la calle. Y es que las raíces del árbol genealógico de la señora Melancolía son profundas, llegan lejos y atraviesan futuros como si fuesen pasados conocidos, vividos una y otra y otra vez.

Si mañana temprano se les ocurre acercarse a la ventana o salir al balcón, con la taza de café humeante en una mano, un libro en la otra y una sensación singular que no saben a qué atribuir ni cómo explicar, miren hacia la ventana opuesta, a ver si hay alguien haciéndoles un gesto, y saluden como si tal cosa. No es necesario reconocer la silueta que alza su brazo y nos mira a los ojos. No es necesario ver esos ojos. Sabemos que son los nuestros. Que la ventana es la misma ventana desde la que estamos observando el universo. Que la casa es la casa en la que vivimos con todos esos otros habitantes deambulando alrededor. 

Son nostalgias que fortalecen o debilitan, que salvan o destruyen. Son una familia de nostalgias con sus servidumbres correspondientes, que caen en punta algunas veces y, algunas veces, esquivan convenientemente las heridas para dejar vivir. Si saludan, ustedes saluden, quizá sea hora de hacernos un favor. No vaya a ser, de todos modos, que por no corresponder, nos crean orgullosos y nos hagan la cotidianidad imposible, que el vecindario a veces es así. Y dicen las malas lenguas que la familia Añoranza tiene ese aquel de vengativo. 

Hace quince años irrumpió en pantalla una serie que supuso un giro en la trayectoria narrativa y formal de la ficción televisiva. ‘Six feet under’A dos metros bajo tierra’). Una serie que partía de la muerte como acicate para la vida, que emprendía desde el primer capítulo un combate individual y colectivo –personajes y familia–, con la pérdida y la ausencia como puntos de unión, como conexión irremediable. De esa privación y su consecuente familia de nostalgias surgió un universo excepcional creado por Alan Ball (el oscarizado guionista de ‘American Beauty’). ‘A dos metros bajo tierra’ nos está diciendo algo desde la ventana. ¿Es que acaso no vamos a contestar? Si somos nosotros, al fin y al cabo.

Esta nueva ola literaria

AY, QUE YA ha salido a la venta el libro de ‘Cámbiame’ con todos los cambios –valga la redundancia– de look que se han hecho a lo largo de los programas. No sé el precio pero da igual porque un libro es un libro. Y este, madre mía, nerviosa estaba porque no salía, no salía. Pero ya. Por fin puedo profundizar en esos estilismos, adentrarme en las motivaciones y reflexionar con cada transformación. Estoy que no puedo, de contenta. Lo que se aprende con la literatura ¿verdad?

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