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Para continuar existiendo

Título: The A Word.
Creador: Peter Bowker.
Reparto: Morven Christie, Lee Ingleby, Greg McHugh.
Cadena: BBC.
Calificación: ●●●●○

HAY VECES que alguien se va. Se va de tu vida, de tu universo, incluso de tu lenguaje. Ya no nombras a ese alguien porque ya no sabes qué contarle, ni sabes cómo contárselo. No es necesario morirse para desaparecer del mundo. Para dejar de existir basta con dejar de comunicarse. Así se rompen todos los lazos que te sujetan a los otros y que, de algún forma, te interrelacionan y te implican con los demás. La manera sutil o brusca o tensa o artificial o tierna de anudarte con el resto de seres humanos es una historia de la que hablaremos algún día. Pero hoy, el relato que nos llega, es diferente. Es contar desde el extrañamiento algo que pasa en alguna frontera. Es tratar de comprender, no a alguien que se ha ido, sino a alguien que no ha venido nunca. Y que nunca llegará, al menos no del modo en que quisiéramos. Si, además, ese alguien es un niño, el drama se precipita, porque nada hay más triste que nombrar a un niño cuyo nombre -y con él, su identidad- no habita en la casa de los nombres, sino en un lugar desconocido, profundo, tremendamente inquietante y solitario. Un espacio en el que no se oye más que el eco de una voz que puede que sea la suya. Pero no eres capaz de reconocer.

Todo empieza con una magnífica secuencia de un niño de cinco años con unos enormes auriculares azules avanzando por una carretera solitaria. Lo que recoge esa escena es la esencia de toda la serie y tiene tal capacidad de evocación que marca claramente el tono poniendo al espectador en un estado de expectación melancólica. Lo que nos espera es la mirada del mundo puesta en ese niño que, en un principio, parece feliz.

No hay nada más triste que un niño triste. Y no hay nada más angustioso que no saber qué terrible mecanismo oculto activa ese dolor. Esta es la historia de una familia que busca con exasperación fragmentos de cuerda con la que asirse al particular e inalcanzable mundo interior de ese niño. No es una cuerda intacta, está deshilachada, casi rota, casi vieja ya, de tanto tirar para agarrar, de tan desesperadamente cerrar los puños para no perder el último contacto. Cada uno se aferra a la cuerda como puede, que es lo mismo que decir que cada uno amarra en función de lo que es, cada uno sujeta como siente, a veces con suavidad, a veces con alegría, y otras con tanta rabia y tanta vergüenza que la cuerda deviene soga. Y aprieta. Hasta que asfixia.

The A Word nos habla de la soledad y del aislamiento; de la aflicción y de la añoranza; de la lucha y de la resistencia; del amor y de la verdad; del dolor y de la incomunicación. Todo eso con pocos personajes, pero intensos, muy intensos. Sabiamente escritos, perfectamente dibujados con apenas unas pinceladas que muestran lo fundamental.

Hay en esta historia algo por debajo, que sustenta la narración, y que rezuma delicadeza -es como si se filtrara lo exquisito en cada gesto, en cada diálogo, en cada mirada-, es algo complicado de definir, fácil de sentir y extraordinariamente difícil de escribir. La BBC, una vez más, ha estrenado una de las mejores series del año.

No lean la sinopsis. No intenten averiguar nada de la serie antes de verla. Olviden los spoilers. Recuperen la inocencia perdida y sitúense delante de la pantalla. No descubran, antes de tiempo, lo que The A Word esconde. Déjense llevar, de principio a fin, por un niño, una música y una familia, que teje y teje y teje, un entramado nuevo, un lenguaje nuevo, un mundo nuevo para poder vivir, para poder sentir, para poder llamar y ser, por fin, escuchados, comprendidos, felices.

No se les vaya a ocurrir perdérsela.

Para que la reina seas tú

LO QUE MÁS me gusta de ¡Sí, quiero ese vestido! es la parte de la terapia familiar. Kleinfeld Bridal, un ideal salón de vestidos de novia, no solamente vende los susodichos sino que arregla entuertos. Y eso está muy bien, porque digo yo, ya que te vas a casar, mejor es arreglarte con la familia para que no arruinen la boda. Que ya se sabe como son esas cosas, los juntas a todos y son capaces de ponerse a tirarse los platos a la cabeza quitándote todo el protagonismo. No.

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