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Ni tan cerca ni tan lejos

Título: Victoria.
Creadora: Daisy Goodwin.
Reparto: Jenna Coleman, Rufus Sewell, Tom Hugues.
Cadena: ITV.
Calificación: ●●●○○

LA VEMOS ya mayor, rechoncha y de luto. Desde que su marido, el príncipe Alberto de Sajonia, murió, dicen que no volvió a ser la misma. En la mayoría de las imágenes que aparecen en Google —sin ir ya más lejos— su mirada se pierde en alguna parte. De hecho no parece que mire nada sino que está pensando en otra cosa distinta a su instante presente. Ese ensimismamiento es peculiar. Intriga. Despierta curiosidad. Puede resultar desafiante o fatigado o las dos cosas a la vez. O ninguna de ellas. Nadie es capaz de saber, observando la fotografía, aunque sea muy detenidamente, lo que atravesaba su cabeza en el momento del clic. Ese rostro severo, quizá enfadado, responde al semblante de una reina. O a lo que creemos que debiera ser el semblante de una reina en el siglo XIX. Esa coronita sobre su majestuosa cabeza deja de ser ridícula en el momento en que sus rasgos adustos nos recuerdan que estamos ante algo serio. Todo un imperio a sus espaldas, que, aun anchas, suponen un fardo a tener en cuenta.

La serie británica Victoria enmarca la etapa política y el reinado de una mujer que se mantuvo en el trono, desde sus dieciocho años hasta recién estrenado el siglo XX. Arranca con la noticia de su sucesión y avanza como lo hacen la inmensa mayoría de las series inglesas de época: con una imponente estética y recreación de ambientes que destacan especialmente y, en este caso, en bastantes ocasiones, por encima de una historia que tiende a perderse un poco entre tanto detalle. El guion está basado en los diarios de la reina y elige partir de ese camino íntimo para después dar pinceladas de un panorama mayor.

Inevitable es comparar esta serie con la premiada The Crown, porque es verdad que discurren por sendas semejantes, tanto visualmente como narrativamente. Sin embargo, esta última cuenta con algo de la que Victoria carece, y es dinamismo. La historia fluye con mucha más vitalidad en el caso de Isabel que en el otro. En Victoria, el tempo es lento, el tono es más recogido, lo que ralentiza el ritmo general y empuja a la pérdida de interés. (Al menos para los no ingleses, que tampoco estamos tan interesados en los entresijos de la monarquía...). En The Crown, la narración se precipita hacia nuevas formas y nuevas tramas, lo que impulsa y focaliza ese interés, al tiempo que lo afianza.

La Victoria televisiva se me hace menos creíble que Isabel II, no exactamente porque su interpretación sea floja sino porque se ha elegido una distancia determinada para contar la historia y presentar al personaje que no permite empatizar demasiado. Es algo delicado lo del espacio entre historia y espectador. De ese margen depende en innumerables ocasiones el éxito o fracaso de una obra. Si te acercas, corres otros peligros, claro. Hay un poema de Wislawa Szymborska, la premio Nobel polaca, que comienza así: «Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo...» y sigue un poco más adelante: «Estoy demasiado cerca, para caer del cielo...». Pasa lo mismo con las historias. Si te aproximas demasiado pierdes cosas y perspectivas. Resultas abrumadoramente presente y necesitas que entre el aire por tus costados. Eso sí, si te alejas, puede que te pierdas detalles cruciales, esos que hacen que no solo la historia que estás viendo, o leyendo, sino tu vida, deje de ser la misma.

Una balanza. Y continuamente poner pesos de varios tamaños a ambos lados para encontrar el punto. Si esa mirada perdida de la Victoria verdadera pudiese hablar, quizá nos dijera que empezásemos por ahí, por preguntarnos cosas como esa para después contar su historia.

No se puede pedir nada más


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