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La verdad y lo que duele

Título: American Crime (tercera temporada).
Creador: John Ridley.
Reparto: Felicity Huffman, Timothy Hutton, Regina King.
Cadena: ABC.
Calificación: ●●●●●

AMERICAN CRIME es una serie imprescindible si por imprescindible entendemos también lo que duele, lo que trastorna, lo que escandaliza, lo que angustia. Si, de algún modo, entendemos que también hay que despertar de un sueño que esconde profundas y aberrantes verdades en su seno. Si queremos preguntarnos a qué responde la comodidad, satisfacción y orgullo de muchos, podríamos encontrarnos con una respuesta desagradable. Es ahí, en ese punto exacto, donde te sitúa la serie, tanto en sus dos temporadas anteriores como en esta tercera.

American Crime se adentra con una intensidad poco común, en la podredumbre de una sociedad aparentemente libre, próspera, exitosa. Sociedad, en cierto sentido, ejemplo de otras, modelo a seguir. Lo que esconde la cara más feliz de un universo complejo, pero que, supuestamente, funciona y vive, sin fijarse apenas en lo que genera, arrastra y olvida, hasta hacerlo, a la vez, inevitable e invisible. Todo aquello que nace de la corrupción social se ha vuelto necesario para el mantenimiento de la sociedad misma. El agujero -tan hondo - por el que se precipitan la justicia, la moral, la democracia, los valores, es el que alimenta la idea de una ciudadanía modélica y, sobre todo, moderadamente satisfecha con su pertenencia a esa estructura ya marcada, que nunca -o pocas veces- se va a cuestionar. Pero claro, la historia es otra, la realidad no tiene que ver exclusivamente con los sectores acostumbrados a no pensar en cosas como esas, tan de poco gusto.

Entonces, arremete una serie que hace que sea difícil tragar más imágenes de postal. Desde el primer capítulo de la tercera temporada la historia golpea certeramente en la raíz del problema y la plantea, efectivamente, como un problema vivo, que crece y se reproduce con mucha más celeridad de la que estamos dispuestos a admitir. El tráfico de menores, la explotación sexual y la esclavitud de la población inmigrante son los temas que sirven de base para narrar lo humano, evitando, con gran habilidad, que resulte tan sórdido que no podamos mantener la vista y tengamos que claudicar, de nuevo, y renunciar a la verdad. Para no dejarnos caer en esa excusa tan sencilla, la manera de contar es elegante, si es que es lícito el término en temas así, es precisa, es conmovedora. La narración es interior y explora el dolor y el vacío como elementos esenciales de una sociedad corrupta. A través de las trayectorias de los diversos protagonistas no solamente vemos sus propios dramas sino que comprendemos con especial nitidez donde está el error, en qué lugares está la herida abierta. Y, a medida que avanzamos en la trama, de lo que nos damos cuenta es que ese error no es otra cosa que la destreza de unos pocos actuando con una impunidad gratamente concedida y alegremente tolerada.

Además de horror ante el calvario ajeno, lo que se siente es miedo. A que, algún día, por esas cosas del vivir, por esa somnolencia que provoca el bienestar, por esa costumbre de alejarse de preocupaciones y buscar una tranquilidad (aunque sea falsa) existencial, por ese automático modo de coexistir, como si no hubiera remedio, como si no hubiera elección, como si todo hubiera ya sido dado. Que algún día, digo, nos olvidáramos de que hay una realidad infinitamente más amplia que nuestro entorno de la que también somos responsables.

Cada uno con lo que pueda, con lo que sepa, con lo que tenga, con lo que es. Con la escritura, con la música, con el cine, con la televisión, con el arte, con la actitud, con la voluntad, con el comportamiento. Que luche. Y que no se olvide.

Ardua decisión televisiva
No tengo claro si soy más de Divinity o de Dkiss. Es normal, creo yo, que me cueste decidir, porque los contenidos de ambas cadenas tienden a ser espectaculares. Si me presionan mucho, diría que de Divinity. ¿La razón? Los programas de casas de todos los países. Que si mi casa en ruínas, que si me la quedo o la vendo, que si la reformo y a ver qué pasa... hay un sinfín de opciones y aunque, al final, todo es lo mismo, te creas la ilusión de la novedad. Y qué bien lo pasas.

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