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La felicidad y lo humano

ADENTRÁNDOSE UN poco más en la miniserie ‘The slap’ (remake americano) -será interesante el análisis comparativo con la versión original australiana-, nos encontramos con fuerzas centrípetas que nos arrastran a un centro archiconocido, ampliamente estudiado y planteado de múltiples maneras a lo largo de la historia de la ficción y a lo largo de la historia del pensamiento. Es un tema universal, un tema indispensable, una premisa inexorable que acompaña a toda existencia: ¿cómo ser feliz? Los personajes de la serie buscan y buscan con denuedo la clave del asunto. Cada protagonista dispone de su propio capítulo para mostrarnos su personalidad. El comportamiento público se desenvuelve en el piloto y ese contraste fatídico entre apariencia y realidad, ese despliegue de conflictos internos, de juegos, por momentos crueles, entre verdad y mentira, entre luz y sombra, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo que se sueña y lo que es, se va mostrando en el resto de episodios en la piel de personajes que bien podrían ser cualquiera de nosotros. La dificultad para digerir la serie es precisamente esa, el elenco que aparece ahí, exponiendo sus vidas, exhibe las debilidades que nos son propias. El reconocimiento de defectos y errores es algo que se encuentra, en general, en fase de estudio, por eso encender la televisión y ver a un personaje que tiende a la repelencia y que, sin embargo, actúa como nosotros, reacciona del mismo modo, irracional, exagerado; camina por una línea que, desde fuera de la pantalla -desde el otro lado- claramente se percibe equivocada y, por veces, estúpida; se hace unas preguntas alejadas de la realidad, posee unas expectativas discordes con todo lo que significa vivir en este mundo; pone el foco en lugares comunes que suelen ser también lugares vacíos... reconocer que es tan parecido a nosotros es difícil de asumir.

El acierto, por tanto, de ‘The slap’, es la delicada escritura de los guionistas, ese hilar fino, detallado, escrupuloso; ese dar en el clavo, donde duele. Cómo ser feliz. Cómo caminar sin darse de bruces, cómo levantarse con dignidad, sin perder lo humano, cómo no perder lo humano mientras afrontamos el golpe, el destino, la pérdida, el desamor, el hastío, la injusticia, la barbarie. Sin abordar terrenos trágicos, porque al fin y al cabo, es una serie que se enmarca en parámetros que responden a un drama coral -podríamos decir burgués- (muy al estilo de los guiones de Woody Allen), lo cierto es que la historia está impregnada inteligentemente de preguntas omnipresentes. Una bofetada a un niño desata las pasiones naturales. Cada capítulo está narrado desde un punto de vista y es la excusa para la presentación del universo de un personaje concreto. Van pasando por la criba todos los tipos, los arquetipos, los prototipos. Las peculiaridades que los enfrentan responden a características de la población entera. Por mucho que nos queramos escapar -sobre todo, de algún rasgo especialmente odioso- estamos todos representados.

Así que ver esta serie es un poco como ir a una consulta psicológica. Le falta el toque alleniano de comedia negra porque se centra exclusivamente en lo dramático de la situación, pero sigue esa senda. Podemos imaginarnos perfectamente en el diván, analizando nuestra conducta,

Quedan entonces advertidos: aquel que no tenga especial interés en ponerse frente al espejo y detectar de inmediato esos fallitos tontos, esos desvíos de la razón, esas insensatas derivas del lenguaje… que no vea ‘The slap’. Se puede seguir buscando la felicidad transitando otros caminos.

Título: The Slap
Creadora: Lisa Cholodenko
Intérpretes: Brian Cox, Melissa George, Thandie Newton, Zachary Quinto
Cadena: NBC
Calificación: 4 / 5

¿Con la familia se juega?

‘Me cambio de familia’ es un programa emitido por Cuatro, que arrancó con una audiencia considerable y que trata, como su nombre indica, de un intercambio. Un miembro de una familia se intercambia por un miembro de otra. Las familias, cuanto más dispares, mejor, claro, para que surja lo más pronto posible la polémica. Que eso es lo que gusta. Sin conflicto, no hay programa. Después se supone que se retorna a los hogares con una lección de vida. Y eso vale mucho. ¿O no?

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