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Esa grieta imperceptible

Título: THE AMERICANS. 
Creador: Joe Weisberg.
Reparto: Keri Russell, Matthew Rhys, Holly Taylor.
Cadena: Fox.
Calificación: ●●●●○

ESTAMOS EN la Guerra Fría, época que duró unos cuantos años —fin de la II Guerra Mundial hasta desaparición de la Unión Soviética— y tuvo fases, entre ellas la denominada Equilibrio del Terror, en la que EE.UU. y la URSS se lanzaron a una carrera armamentística cuyas consecuencias (ruptura de esa precaria estabilidad, miedo a la destrucción nuclear) podrían haber sido fatales.

Son ya los últimos coletazos, los años 80 del pasado siglo, sin embargo, hay un recrudecimiento de la situación porque Reagan accede a la presidencia estadounidense y este hombre, tan conservador, tan nacionalista, tan tan, decide que hay que destruir al ‘imperio del mal’ y la cosa se pone fea otra vez. En 1979, a los rusos les da por invadir Afganistán, y bueno, esto, ciertamente, no ayudó mucho. Este contexto es el que nos presenta la serie ‘The Americans’, una interesante historia sobre un matrimonio de espías rusos infiltrados en EE.UU.. Parecen tiernos, pero en realidad son del KGB y — claro— no se andan con tonterías, si hay que torturar y asesinar, ellos están más que dispuestos, todo lo que haga falta por la madre patria. Es, por tanto, una serie a la que no le falta acción e intriga, pero que posee un elemento añadido que le da el toque diferenciador.

Esta pareja a la que le inventaron una vida ficticia —felizmente casados con dos hijos—, empleados de una aburrida y gris agencia de viajes, apariencia de americanos pura cepa, con su casita con bandera y su pequeño jardín delantero; esta pareja a la que juntaron para cumplir una misión; estos dos agentes encubiertos entrenados concienzudamente para duras tareas, ay, van y se enamoran. Claro, esto es muy peligroso y con esto no contaba nadie. Ni ellos mismos, tan fríos y calculadores para todo.

Es ese elemento, el amor, ese preocuparse por el otro, el que va a desestabilizar el conjunto. Porque lo último que se quiere, si uno es espía, es que la emoción nuble la mente. Si te metes a espía lo mí- nimo que tienes que tener es un corazón servil y solamente responder ante esa idea suprema que es el estado. Pues se enamoran. Entonces aparece la duda.

Qué interesante se vuelve a partir de ahí el análisis de la narración, qué sugestivos resultan los conflictos planteados, cómo da todo la vuelta y cambia la perspectiva. Porque ellos dudan, comienzan a plantearse cosas que nunca se habían permitido preguntarse, titubean ante las órdenes, avanzan vacilantes hacia el objetivo. Nada volverá a ser como antes. Esa va a ser la lucha mayor, un combate que deviene en moral al dejar entrar, sin querer, sin saber, una emoción que pone en cuestión el absoluto. Podemos verlo como metáfora de muchas cosas o como historia bien contada que posee cierto encanto.

No deja de ser, sin embargo, un debate realmente atractivo: en una esquina de un edificio tan sólido a priori, aparece una grieta, mínima, apenas perceptible, que se va ensanchando y alargando hasta resquebrajar pilares que parecían indestructibles. Se empieza así, por una tontería a la que no se le da importancia y tiempo después vuela todo por los aires. Los edificios, las convicciones, los dogmas, los países y las personas.

Atrae la reflexión acerca de los límites, las imposiciones y las rigideces, sobre el abuso del poder y sobre lo racional y emocional en busca de un equilibrio que no se circunscribe al ámbito individual sino que afecta a la colectividad. Si el hombre es un animal político, como decía Aristóteles, y hay que vivir en sociedad compartiéndolo todo, no está de más pararse a pensar que el rollito del espionaje no parece muy buena idea…

Ya que hablamos de amor

CASAMOS es un programa de la Televisión de Galicia que relata las tiernas historias de amor de las parejas en cuestión, los preparativos de la boda y finalmente la celebración de la boda misma. Tiene cierta intriga algunas veces porque, como en toda buena historia, surgen conflictos y como en todo cuento de hadas, no hay que preocuparse mucho porque después acaba bien. Así que es un sufrir moderado con el alivio final del ‘happy end’. A veces hay bodas extrañas, pero cada uno…

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