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Enfermo, enfermo, enfermo

Imagen de la serie 'Creedme'. EPEN 2016, T. Christian Miller y Ken Armstrong, ganaron el premio Pulitzer por un reportaje titulado La increíble historia de una violación. Netflix acaba de estrenar la serie basada en esta historia. Y no se la pueden perder. Se llama Creedme, ocho capítulos que deberían quedar en la memoria colectiva. En 2008, una chica de dieciocho años, recién independizada, es violada en su apartamento. Denuncia la violación a la Policía y los dos detectives –hombres– que llevan el caso, primero dudan de su versión y después, tras unas entrevistas intimidatorias, terribles, en la que la convierten, directamente, en objeto culpable y vacío, la fuerzan a declarar que todo ha sido una invención. A partir de ahí, se narra una investigación criminal que transcurre años más tarde y que resulta estar conectada con esta primera protagonista. Dos detectives –mujeres– consiguen dar con el verdadero culpable. No era la chica, claro. Pero eso ya se lo imaginaban ¿no? 

Piensen esto: vivimos en un sistema injusto, corrupto en su base, enfermo, enfermo, enfermo. En un sistema como este, ocurren cosas así. Por muy increible que pueda parecer la historia –por momentos, el género perfecto que se le puede atribuir es el de terror– lo que está reflejando es la realidad misma. Los pilares de la sociedad son estructuras viscosas que piden a gritos un cambio radical. Todo lo que resbala por ellas despide olor a podrido. Ténganlo en cuenta. No sirve de nada limpiar la superficie, la raíz es la que supura. 

Manos a la obra, pues. No existe ninguna justificación para el comportamiento de los policías. Salvo la suya. Amparada por el edificio patriarcal. No hay ninguna razón para desposeer de su dignidad, de su cordura, de su palabra, de su criterio, de su inteligencia, de su emoción, a un ser humano que sufre. A una mujer que sufre. Ninguna razón, salvo la del poder. No es excusable ni, mucho menos, defendible. El hueco, la cicatriz, el profundo sótano al que, esta conducta, destierra a las mujeres, es aborrecible. La mazmorra negra y desolada de un palacio sagrado. Bendecido. 

La rebelión pasa –también– por recuperar la voz de quienes la perdieron en la embestida. De aquellas a quienes nunca se les permitió tenerla. De las que tuvieron ya que nacer calladas pero no vencidas. De las que gritaron hasta el silencio definitivo. De las que se desgarraron la garganta contando víctimas. Esas voces afiladas, peligrosas, amenazantes. Esas voces torrente, seísmo, monstruo. 

¿Acaso alguien tiene miedo? De la verdad, la verdad, la verdad. En un sistema enfermo. 

Destacables interpretaciones, en especial la de Kaitlyn Dever, la actriz que interpreta a Marie Adler, personaje principalísimo, que desencadena el relato. La narración mantiene el pulso a lo largo de los capítulos, ni se derrumba por el fácil terreno del melodrama ni por el –más sencillo, si cabe– del morbo. Es fiel al reportaje original que ahora se puede leer en libro, recién editado por Libros del K.O. y que, con entusiasmo, recomiendo. 

Una historia loca, despiadada, desgarradora y verdadera. Tiene tanto de dolor como de desafío. Tanto de horror como de gloria. Y también de revuelta. Piensen esto: hay que verla y/o leerla para curarse, y curarse es tomar conciencia, y tomar conciencia es aferrarse, desde esa cripta resbaladiza, al resquicio por donde entra y sale la luz, al igual que las ideas, del mismo modo que las palabras. Y aferrarse a la luz es respirar distinto y respirar distinto es respirar justicia. Y la grieta ¿saben? tiende a agrandarse cuando el soplo es común y diferente y justo. 

Por eso, la construcción se acabará derrumbando y únicamente quedará la sustancia pegajosa e inaceptable que una vez tuvo nombre y se llamó palacio. Edificio en el que habitaron reyes y súbditos donde hubo sinrazón y atropello. Donde hubo sufrimiento y crimen. Todo eso caerá. Y llegará otra noche y otra mañana en las que el miedo –este miedo que la serie no nombra pero que conforma su esencia– será algo más parecido a un temblor lejano, a un murmullo en el aire, a un estremecimiento tenue, casi delicado, que a una catástrofe humana en un palacio ardiendo. 

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