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De lo grandioso y lo mínimo

Cinema Paradiso

SI NOS GUSTA el cine, de pronto un día nos escuchamos diciendo cosas como estas: observa la profundidad de campo, o qué secuencia, o ese travelling. De repente la calle es un decorado y alguien grita acción. Entonces, todo se pone en marcha y las actrices y los actores interpretan su papel y cuentan una historia. Vemos aquella esquina en sombra, nos gusta el trabajo del operador de cámara, asentimos sonriendo. Dirigimos la mirada hacia un grupo de personas hablando entre sí, contemplamos la puesta en escena. Funciona. Algo interrumpe la cotidianidad de la secuencia, la tranquilidad acostumbrada; por ejemplo, una niña avanzando despacio hacia el grupo. La cámara no elige un primer plano, aún. Sigue a la niña desde lejos. Podemos ver su espalda menuda cubierta por un abrigo largo y dos trenzas asomando bajo un gorro de lana con pompón. Hace frío, es Navidad. Lo sabemos por los escaparates repletos de lucecitas tintineantes. La niña avanza, sin embargo hay algo extraño en ese caminar lento. No conseguimos averiguar qué es. Pasos que cuestan, que molestan. Un arrastrarse a contracorriente sin viento que empuja al otro lado, sin -aparentemente- nada en contra. Le quitamos el color. Nos gustan los clásicos.

Vemos al fondo al grupo alegre y dicharachero que no se ha dado cuenta todavía de la presencia inquietante de la niña. Hay gentes que van y vienen, cargados de bolsas, hay un ritmo exterior, marcado por la época, que se compone de prisa y calma, de compras y relajación. Y existe otro, más tenebroso, del que no sabemos nada y que anticipa la niña y su paso ralentizado. Es el elemento discordante, la clave de la historia. ¿Qué tienen que ver la alegría desenfadada de ese grupo y la trayectoria amenazadora de la niña? En principio, nada. Pero es eso que nos choca lo que no permite que despeguemos la vista de ese punto en el que, inexorablemente, las dos partes se crucen. Como nos gusta el cine, pensamos, por ejemplo, en algo un poco turbio, expresionista. Nos acordamos de la esquina en sombra. Pasamos a un plano de los zapatos. No distinguimos nada anómalo. No obstante, el plano se mantiene. Cae una gota. Dos. Tres. Sobre un zapato que, ahora sí, apreciamos que está manchado de algo negro. Porque es un cásico, en b/n. Lo que vemos es sangre. Eso nos aterra. No perdemos de vista la alegría del grupo cuyas carcajadas se tornan en un premonitorio sonido de angustia. Alguien, en otra esquina, iluminada, esta vez, se dispone a tocar una pieza navideña al violín. La sensación de peligro aumenta con esa melodía.

Volvemos a la niña. No hemos visto su cara, no queremos ver su cara. Nos da miedo. El avance de la niña es un penoso transitar. Nadie, salvo nosotros, espectadores, parece darse cuenta. Un rayo de sol, por un instante, ilumina un rostro. El corazón se acelera porque creemos que el momento del horror ha llegado al fin. La niña se para. Está muy cerca del grupo que no se ha percatado de su proximidad. El violín sigue sonando. La gente que va y viene empieza a salir del plano. El plano se cierra, se precipita hacia la protagonista. Se va a producir el encuentro. Ellos, los integrantes del grupo, van a ser los primeros en ver ese rostro. Sin embargo, somos nosotros, los que estamos fuera, los primeros en percibir el miedo. Ese juego guionístico se utiliza mucho en suspense y en comedia. Ese truco de anticipación por el cual el público sabe más que los protagonistas. La información con la que contamos desata las reacciones emocionales esperadas. No importa que lo sepamos porque funciona igual. Funciona siempre.

La combinación de los recursos y las técnicas narrativas en el cine ha dado lugar a grandes, inolvidables y maravillosas películas. Contar historias resulta fascinante. Tener la oportunidad de disfrutarlas es un privilegio. Bienvenidos los nuevos cines Códex. Bienvenidas las historias que se proyectan en pantalla grande y que hablan de lo que somos y de lo que hacemos, de lo que queremos y de lo que detestamos, de lo que sabemos y de lo que ignoramos. De lo grandioso y de lo mínimo. Lo mínimo. De esa niña. De cuál será su historia.

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