Blog | El portalón

Tú por aquí

Nos juntan las consellerías, primero la de Educación y ahora la de Sanidade

MIRA DÓNDE nos volvemos a encontrar. Tú por aquí, la misma altura, la misma espalda, la misma cara de espeso. Aquella mañana de hace tantos años yo te conocía, igual que ahora, de vista. De un verse más frecuente que el actual, que esta vez, si no llega a ser por el Sergas, no te veo. Nos habíamos cruzado en bares y calles y, finalmente, en la Selectividad. Es que solo nos juntan las consellerías, ¿te das cuenta?. Primero, Educación; después Sanidade… espero que en tres décadas no nos veamos por obra y gracia de Política Social.

Maruxa interiorHas tenido que venir con tu recuerdo intrusivo a estropearme este momento feliz, que llevo tanto esperando, que tiene algo de culminación. Es una percepción absurda porque yo no he hecho nada para llegar a este logro salvo mantenerme con vida, que es lo mínimo que se me puede pedir, pero me estoy volviendo tan sentimental con la edad que me suena Braveheart en la cabeza ahora que nos veo a todos aquí; no a las mentes más brillantes de generación, desde luego, que estás tú por ejemplo, sino a nosotros, que ya sabes cómo somos. Nosotros que si alguien dice lápiz proyectamos en la cabeza un Staedtler del número dos, el lápiz por antonomasia. Nosotros que escuchamos a Kate Moss decir eso de que "nada sabe tan bien como la delgadez". Que hostia tenías, Kate. Que pensábamos que Kurt Cobain estaba bueno. No que fuera un genio, que también lo pensábamos, sino que estaba bueno. Primero pensamos eso y queríamos una chaqueta de lana y después vimos a media humanidad tatuarse tribalismos absurdos en la rabadilla y, terror, alitas de ángel en los hombros y (supongo, espero) ahorrar pacientemente para el láser dos décadas después. Quién entiende algo.

Ahora no, pero en la Selectividad tú eras el único moreno. Un ejército de fantasmas inclinados sobre el papel, brazo y hoja fundidos en un blanco nuclear y tú que parecía que venías del club náutico, la viva imagen de la despreocupación sino fuera porque tenías esa mirada, justo esa, la misma que tienes ahora. Me tocó a mí solo porque, por orden de lista, mi sitio estaba justo detrás del tuyo. Que qué tal se me daba el inglés, me preguntaste. Bien, dije. Asentiste como tomando una decisión y a los cinco minutos, la ejecutaste.

Susurrando me preguntaste la cinco. Como siempre he sido de reacción lenta, activista del espíritu de la escalera, te dije la respuesta, mandadiña. "¿Cómo se escribe? Dime cómo se escribe", dijiste. Me troncho recordándolo. Me troncho y un poco te admiro retrospectivamente, tu cuajo, tu jeta, tu esperanza de que transcribir correctamente un idioma extranjero que no hablabas era algo posible. Just do it, que diría Nike. Cuando acabó ese examen te dedicaste a echarme miradas despectivas reconcentradas que no cesarían en los siguientes. Yo a ignorarte, secretamente maravillada por tu autoestima. "Si suspendo será por tu culpa", me dijiste, creo que convencido. Ja.

Y ahora aquí. Este es el sitio, lo dicen todos los que han pasado por él antes que yo, al que se viene a calibrar cómo te ha tratado el tiempo. Mucho celebrar la ciencia, los avances, la impresionante gesta de producir una vacuna para una enfermedad nueva en cuestión de un año y que ahora la vaya a recibir yo misma en mi bracito, pero somos simplones, bajamos al barro enseguida. Que si estamos gordos, que si estamos viejos, que si estamos calvos. Calva, yo no. Tú tampoco, francamente. Conservas la mata de pelo y el moreno, la altura porque aún falta para el tiempo de encoger, y, por encima de todo, la mirada. Esa alerta, ese giro nervioso de cabeza, ese barrido lleno de cálculos. Me resultas transparente, obvio, evidente, tan cagado de miedo por las agujas. Percibo las tuercas de tu cabeza girando, teniendo ideas de bombero. Te veo mirando a unos y otros, ansioso, con tremendas ganas de coger un brazo, un hombro cualquiera, que pueda recibir el pinchazo por ti. No hemos cambiado nada.