Blog | El portalón

Reparto de tractores

EL JUEVES LOS niños se repartían los tractores como si una vez acordado de quién era cada uno fueran a encoger mágicamente a tamaño de bolsillo. Con avaricia.

Los vi llegar, en majestuosa fila, junto a uno que hiperventilaba. No le alcanzaban los ojos para asumir tanta belleza, semejante grandiosidad. Todo era bajarse a la calzada y abrir los brazos gritando colores mientras su madre le tiraba del jersey y lo devolvía al bordillo. Los New Holland se le comportaban como sirenas, venga a llamarle. Ante la vista del primer chaval subido a un tractor junto a su padre, suspiró: ''¡Qué envidia!'' Envidia de un hijo de un ganadero, de un niño cuya familia, por fuerza, lo está pasando mal. Pero qué sabía él de esos sufrimientos, ni de que tenga tal cosa alguien que a diario puede subirse a semejante maquinón.


No era el único. En todo el recorrido, escuché a gente preguntarse qué pasaba, si había huelga, qué querían exactamente, por qué protestaban ahora. Vi a comerciantes negar escandalizados que fuesen a cerrar la puerta de la tienda hora y media para ir a manifestarse, de ninguna manera, pero con el cartel de respaldo al sector lácteo bien colocado en el escaparate; tenderos que salían a fumar un pitillo y contemplar el espectáculo desde la puerta de un negocio que anuncia la venta de ‘productos de aldea’ como si fueran artículos traídos de otro planeta, vecinos abordar a otros para rumiar ''a saber qué querrán estos''. No todos, pero sí muchos.

No sé cuándo nos hemos vuelto tan urbanitas que ni sabemos qué  le duele al campo

Yo no sé cuándo nos hemos vuelto tan urbanitas que ya no es que no luchemos por los problemas del campo es que no sabemos ni cuáles son. Llegados a Rábade nos sentimos extraterrestres y echamos la vista por la ventanilla hacia el Belén viviente que nos parecen los prados salpicados de vacas y las leiras de patatas con agricultor inclinado, como un decorado que se extendiese todas las mañanas para nuestro deleite bucólico a distancia, en nuestras burbujas de aire acondicionado y Bluetooth. Figurillas que no viven ahí al lado, que no aguantan sobre sus hombros tanto peso de la economía de esta provincia que si mañana emigraran todos en masa nos quedaríamos huérfanos, vagando de la mañana a la noche vendiendo nuestro reino por un vaso de leche, por un tomate, por un huevo que dé una tortilla amarilla y no un mejunje blanquecino de aeropuerto.


No me explico cómo cualquiera que lo haya pasado mal durante esta crisis y más allá, que haya lamentado haberse metido en una hipoteca que le pareció razonable, y que su banco le vendió como una ganga, para ver ahora que estaba, horror, por encima de sus posibilidades, no se siente conmovido por la situación del sector lácteo. Un ejército de madrugadores a los que convencieron de que para sobrevivir había que tener explotaciones más grandes y modernas, que se metieron en créditos de la envergadura de un dúplex en la Castellana para hacer de sus establos naves espaciales en las que albergar su creciente número de vacas y ahora ven cómo les echan en cara que producen de más, cómo les tiran la leche o se la dejan sin recoger, que es lo mismo; cómo se la pagan a un precio tan de risa que les dan ganas de entregar las katiuskas y las llaves y que mañana se levante otro a las cinco de la mañana, si eso.

Si emigraran todos en masa nos quedaríamos huérfanos

Tampoco debe de ayudar la zarandaja esa de que hay que seguir las leyes de la naturaleza y el hombre es el único animal que sigue bebiendo leche más allá de la infancia. Pues claro. El hombre es el único animal que hace muchas cosas únicas: el único que escribe sinfonías, que hornea pasteles, que siembra los campos, que los cruza después con autovías, el único que tira comida. Hay tanta actividad sobre la que tenemos la exclusiva en el mundo animal que la lista es interminable e inútil. No lleva a ningún sitio. Y tantas cosas dependen de la leche que beberla a menudo no puede ser la única razón para preocuparse por su situación.

Entre los niños arrobados que había el jueves, que eran todos, escuché cómo uno preguntaba a su madre ante una Ronda repleta de John Deere por qué allí había tantos buses.

Va a haber que tomar medidas. Ni los lucenses podemos olvidarnos de que Lugo es una aldea, por mucha capital que valga, ni un niño de esta provincia puede confundir un tractor con un autobús.

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